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STILL HOLDING
Bruce Wagner
Simon and Schuster
Buenos, 2003
350 págs.
› Por Rodrigo Fresán
A esta altura de la película, una cosa queda clara: Bruce Wagner (Wisconsin, 1954; alguna vez marido de la actriz Rebecca de Mornay) es el gran escritor de Hollywood o, mejor dicho –como apuntó un crítico–, de Hellywood: esa región infernal donde se cometen pecados mortales a cambio de una estatuilla dorada o una estrella en el suelo.
Descendiente directo del Nathanael West de El día de la langosta y de la Norma Desmond de Sunset Boulevard, Wagner –también guionista del comic y de la serie de culto “Wild Palms”– debutó en la novela en 1991 con la cruel Force Majeure (la cruel caída libre de un chofer de limousinas con ambiciones de escritor para el cine); pera nada hacía pensar en la ambición, el alcance y la podredumbre de lo que vendría después.
En 1996, Wagner publicó la primera entrega de lo que bautizaría como Trilogía del teléfono móvil o The Cell-Phone Trilogy y cuyas partes independientes pero inseparables llevarían como título aquellas frases-mantra que se repiten una y otra vez mientras se habla con alguien con quien no se quiere hablar mientras se patea y se es pateado por las veredas de Beverly Hills. Así fueron I’m Losing You, I’ll Let You Go (2002), y ahora acaba de estrenarse Still Holding.
Todas ellas novelas corales y con repartos multimillonarios –repletas de nombres verdaderos y de infidencias perturbadoramente verosímiles– narran el crepúsculo de los falsos dioses de la fábrica de sueños y pesadillas, esa máquina de picar carne que es el Hollywood de estos días. Y posiblemente Still Holding sea lo más repugnante –en el mejor y más sabroso sentido de la palabra– que Wagner ha publicado hasta ahora.
Lo que se cuenta aquí es la “tragedia” del astro Kit Lightfoot –una cruza de Brad Pitt con Richard Gere–, quien es atacado y casi descerebrado de un botellazo por un fan que trabaja de doble de Russell Crowe. Lightfoot, sin embargo, es un buen tipo. Es tan buen tipo que –sobre el final de la novela, recuperado y más brillante que nunca– es certificado como reencarnación de sabio zen mientras el mundo lo aplaude y lo adora. Final feliz, creo. Como contrapunto argumental –como curriculum alternativo– asistimos al ascenso de Becca Mondrain (doble de Drew Barrymore), dispuesta a lo que sea por ser triunfar y ser invitada a las fiestas organizadas por la revista Vanity Fair. Es una chica sin escrúpulos pero, al mismo tiempo, una buena chica. Final feliz. O algo así.
Por el camino, Still Holding –paródica pero impiadosa, con las escenas de sexo más duro y triste de las que se tenga memoria– está llena de finales tristísimos que van cayendo al suelo como esas escenas descartadas en el piso de la sala de montaje. Novela atípica, experimental, cult, indie, Still Holding se lee con la más regocijada de las muecas y está filmada con partes iguales de filosofía zen y de prensa amarilla sobre una escenografía claramente dickensiana; donde los inmortales del celuloide gozan del privilegio de los efectos especiales mientras sus sufridos y humildes espectadores viven olvidando las líneas más importantes del guión de la vida.