EL EXTRANJERO
Iris Murdoch, como Wilson la recuerda
Iris Murdoch as I knew her
A. N. Wilson
Hutchinson
Londres, 2003
275 págs.
Por Rodrigo Fresán
Buenas noticias para los seguidores de la gran Dame Iris: en España, Lumen acaba de recuperar para su Biblioteca Murdoch El mar, el mar, tal vez su obra maestra; la University of South Carolina Press ha reunido sus mejores entrevistas bajo el título From a Tiny Corner in the House of Fiction y A. N. Wilson ha publicado la reveladora y más que necesaria memoir que aquí nos ocupa.
Todo esto significa que Murdoch –tal vez la mejor discípula de Shakespeare a la hora de novelizar su credo, estética y método– va en camino de recobrar su merecida y alta estatura intelectual. Y así, por fin, separarse un poco de esa especie de anuncio publicitario sobre el Alzheimer en que la convirtieron primero su viudo John Bailey (con la escritura progresivamente patológica de tres libros en principio bien intencionados y cada vez más obscenos) y una película, Iris, donde la escritora era presentada primero como una amante serial y después como una descerebrada adicta a los Teletubbies. En sus ratos libres, parece, esta mujer escribía buenos libros por más que a nadie pareciera importarle demasiado.
Desde las primeras páginas, Wilson –un correcto novelista y un mucho mejor biógrafo– anuncia que lo suyo no será una vida al uso (para eso está la tan exhaustiva como “entregada” de Peter Conradi, publicada en 2001) sino una serie de postales reivindicantes y redentoras donde no todo es necesariamente elogioso pero sí justiciero.
Así, Wilson la rescata de la ciénaga de la enfermedad y del chismerío para limpiar a la intelectual, a la filósofa y a la novelista. Esto no implica para Wilson obviar los lados oscuros de una mujer manipuladora (Murdoch casi obligó en vida a Wilson a que se hiciera cargo de su biografía por considerarlo “inofensivo”); vampírica (Murdoch parecía nutrirse de todo aquel que pasaba a su lado bombardeándolo con preguntas que iban del “¿Tiene auto?” a, un segundo después, “¿Cree en Dios?”); reaccionaria (empezó comunista y acabó pro-Tatcher y declarando que “todo minero en huelga debería ser fusilado”); y, en ocasiones, cómoda y displicente a la hora de organizar varias de sus novelas como un repetitivo minué de personajes/ideas o de vivir y escribir con la basura llegándole a las rodillas. La peor parte –se lo merece– se la lleva John Bayley: primero marido y después viudo, siempre eclipsado por la luz encandilante de una mujer excepcional a la que dice amar más allá de la muerte pero a la que va ensuciando con partes iguales de tiernos recuerdos, misoginia rampante y, finalmente, codicia por el más que nunca vil metal.
Por encima de todo esto, en el libro de Wilson resplandece el genio de la Murdoch, alguien que “puede haber sido una escritora menos importante que Proust o Dostoievski, pero que al menos aspiró a ser una de ellos”. Para aquellos que han tenido el privilegio de conocerla o de leerla, aquí va este libro para disfrutar de Iris Murdoch tal como la conoció Wilson, tal como nos hubiera gustado conocerla a nosotros.