libros

Domingo, 23 de octubre de 2005

EL EXTRANJERO

Un muchacho de buen corazón

La nueva novela de Paul Auster es anunciada como la escrita “con más corazón”. Y si bien desborda ganas de vivir por todas partes, se trata de encontrar un sitio tranquilo para morir.

 Por Rodrigo Fresán

“Yo buscaba un sitio tranquilo para morir. Alguien recomendó Brooklyn, así que a la mañana siguiente viajé allí desde Wetchester para inspeccionar el terreno”, nos anuncia de entrada el gris y vencido ex vendedor de seguros Nathan Glass. Y, desde la primera frase, uno ya sabe que está en una novela de Paul Auster. Certeza que a algunos irrita y a muchos fascina y, claro, el panorama no deja de “austerizarse” con cada línea que pasa. Así, en unas pocas páginas, nos enteramos de que Glass –su cáncer parece haber remitido, pero él se siente moribundo lo mismo– se ha retirado del mundo, ha vuelto al barrio de su infancia (el barrio donde vive y escribe Auster) y se propone escribir un libro sin forma ni límite ni final: un compendio de sus propias torpezas y absurdos y vergüenzas leves y profundas (muy en plan El cuaderno rojo) al que titulará The Book of Human Folly. Pero una mañana Nathan Glass se cruza en una librería de segunda mano y primeras ediciones con Tom Wood (esos apellidos tan simbólicos: Glass y Wood), sobrino favorito a quien no veía desde hace varios años. Y, casi sin darse cuenta, ambos acaban conformando una sociedad indestructible unida por el pegamento de las historias y las anécdotas desperdigadas a lo largo de breves capítulos con títulos como “Un encuentro inesperado”, “Perturbadoras revelaciones” o “La sorpresa en el banco de esperma”. Entusiasmo que consiguen contagiar al lector –incluso al lector que ya comienza a cansarse de ciertos tics del autor norteamericano más amado fuera de su país– que se deja llevar sin resistencia por el fluir de episodios bizarros como la historia de la disipada hermana de Tom; o el pasado delictivo del librero Harry Dunkel; o los avistamientos a la Perfecta Madre Hermosa; o los delirios del Reverendo Bob; o la llegada de Lucy, la misteriosa niña que no habla, que vuelve todavía más inseparables a Glass & Wood, y que los convierte, por fin, en héroes a su manera pero héroes al fin. Cerca del adiós, a las follies de los personajes se suma la folly de las elecciones presidenciales del 2000. Y el final es muy feliz pero –atención– tiene lugar y tiempo el 11 de septiembre del 2001, minutos antes de que suceda ya saben qué.

Anunciada como su obra “con más corazón” (y por momentos, digámoslo, la más sensiblera) The Brooklyn Follies es, también –sin por eso traicionar la estructura episódica de los libros de Auster, su firme voluntad de ramificarse al ritmo de la música del azar, su compulsión esquizofrénica por conectar con otros libros y con otros escritores como Hawthorne y Poe y Kafka– su obra más novelesca desde El palacio de la luna y Leviatán. The Brooklyn Follies bien podría cambiar su título por el de Smoke 2 porque, en su desfile de personajes amables unidos por el dolor y aliviados por el poder curativo de los relatos que intercambian (mantener este libro muy lejos de las manos y ojos de Jorge Bucay, por favor), hay ecos de la perfecta pareja despareja que jugaron William Hurt y Harvey Keitel en el film dirigido por Wayne Wang.

The Brooklyn Follies –luego del bajón de la insoportable Timbuctú, del refrito de El libro de las ilusiones y de la mejoría en la mutante sin pausa La noche del oráculo– confirma que Auster está otra vez en la buena senda haciendo lo que mejor hace de la mejor manera posible. Y no es que sea una senda grande y magistral y majestuosa; por más que, por momentos, Auster pareciera pretender convencernos de que lo suyo conecta sin atajos ni desvíos con El legado de Humboldt de Saul Bellow o con Esto parece el paraíso y Crónicas de los Wapshot de John Cheever o con la magnífica El festín del amor de Charles Baxter. No es el caso. Pero The Brooklyn Follies es un paseo agradable por calles pintorescas y hospitalarias y hasta asombrosas. Lo que no está nada mal –lo que no es poco– con tanto barrio oscuro y apestoso en el mapa de la ciudad de los libros.

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