EL EXTRANJERO
Duetos de escritores disímiles o no tanto comparten The Believer Book of writers, de Dave Eggers. Un muestrario de pluralismo, diversidad y convivencia entre las numerosas subespecies del escritor norteamericano.
Por Rodrigo Fresan
No conforme con haber creado la mutante y siempre sorpresiva revista McSweeney’s, el escritor y entrepeneur Dave Eggers lanzó hace unos tres años The Believer. Diez números al año y el sueño hecho realidad de plantear una opción más decontracté de The New York Review of books y más subterránea de The Paris Review.
Y una de las secciones más interesantes del asunto es la que reúne a dos escritores más o menos afines para empezar hablando de la obra de uno de ellos y terminar hablando de cualquier otra cosa. Frente a frente o por teléfono o vía e-mail o durante un partido de cricket o a lo largo de una visita al Scientology Celebrity Center de Los Angeles. The Believer Book of writers talking to writers reúne las veintitrés mejores sesiones (una tercera parte del libro es material no aparecido en el casi mensuario) y se constituye en lectura privilegiada y vuelve a poner en feliz evidencia que no hay nada más ficcionalizable que conversar sobre las reglas non fiction que, supuestamente, rigen a la fiction.
En esta recopilación hay duetos marcados por una determinada estética (como el que comparten los vanguardistas Ben Marcus y George Saunders), unidos por determinada geografía (Jonathan Lethem y Paul Auster delimitando los respectivos Brooklyns donde habitan y escriben), que unen a generaciones distantes (el joven Adam Thirlwell con Tom Stoppard), mixtas (Zadie Smith e Ian McEwan), multiétnicas (Susan Choi y Francisco Goldman), de color (ZZ Packer y Edward P. Jones), gay (Gary Zebrun y Edmund White) o decididamente opuestas (Sean Wilsey, reciente autor de una desinhibida y urticante memoir, con el reservado Haruki Murakami).
Y, como siempre, lo que más se disfruta son las pequeñas grandes revelaciones. Así, nos enteramos de que Joan Didion siempre relee Victory, de Joseph Conrad, antes de empezar a escribir cada una de sus novelas. Que John Banville odia a todos y cada uno de sus libros y que fantasea “con entrar a una librería y descubrir que sus páginas están en blanco”. Que James Salter considera que los mejores momentos para escribir son “durante un largo viaje en coche, a la mañana y con resaca o entre una y otra escaramuza volando un jet de combate” y que lo que más extraña son “las cartas, los transatlánticos, las noches en que se podía estacionar sin problemas ni demoras en cualquier parte de Manhattan y la indiferencia que alguna vez hubo hacia la cultura popular”. Y que George Saunders aprendió casi todo de una anécdota de Tolstoi narrada por Gorki. Cuenta Saunders que cuenta Gorki que una mañana, caminando con Tolstoi, vieron cómo se acercaba una banda de jóvenes húsares. Tolstoi, al verlos, se dedicó a denostarlos calificándolos de imbéciles y responsables del lamentable estado de Rusia. Un segundo después, cuenta Gorki, Tolstoi les dedicó una amorosa oda definiéndolos como la esencia misma de lo masculino, lo apasionado, lo espontáneo, la esperanza del futuro. Y agrega Saunders: “A Gorki lo convencieron ambas versiones. Eso, para mí, es el gran arte: demostrar que nada es cierto y que, al mismo tiempo, todo es verdad. Y trabajar y escribir con humildad bajo los dictámenes de semejante certeza”.
Para todos los que piensen así o no piensen así o quieran pensar así, aquí va este libro evangélico donde varios profetas predican acerca de lo poco que saben que hacen mientras, también lo saben, lo están haciendo todo o, lo que es lo mismo, lo único que saben hacer.
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