Domingo, 20 de agosto de 2006 | Hoy
EL EXTRANJERO
En Perú se rescata la obra de culto de Oswaldo Reynoso, un escritor que vivió y trabajó en la República Popular China, y que a los 75 años sigue apelando a los jóvenes.
Por Mariana Enriquez
Algunos libros son tan intensos y marcan de tal modo una literatura, que son no sólo clásicos, sino talismanes. Así puede definirse Los inocentes, la colección de cuentos del escritor peruano Oswaldo Reynoso que se publicó por primera vez en 1961 y sacudió las letras del Perú; pero además, el libro no perdió un átomo de frescura y vigencia y resulta tan actual que llamarlo adelantado a su tiempo parece poco. Con ese espíritu acaba de ser reeditado en una muy bella edición por el sello editorial independiente limeño Estruendomudo, que se especializa –pero no se limita– a autores jóvenes peruanos y que dirige un joven de 23 años, Alvaro Lasso.
Los inocentes está a gusto entre los escritores actuales. En muchos casos, los deja atrás. La edición incluye textos de admiradores del libro y de Reynoso, exaltadas notas que dan cuenta de un antes y después marcado por esta lectura iniciática. Y también una reseña de José María Arguedas, publicada en el diario El Comercio, de 1961, que dice: “Un mundo nuevo requiere de un estilo nuevo. Mientras leía los originales de los cuentos de Oswaldo Reynoso creí comprender, con júbilo sin límites, que esta Lima en que se encuentran, se mezclan, luchan y fermentan todas las fuerzas de la tradición y de las indetenibles fuerzas que impulsan la marcha del Perú actual había encontrado a uno de sus intérpretes. Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía, reforzándose, iluminándose. Nos recuerda un poco a Rulfo en esto”.
Los inocentes incorpora por primera vez en la literatura peruana del siglo XX, la jerga de los jóvenes. Incluso se incluye en su edición un apartado de vocabulario clásico, para comprender las palabras que usan los chicos limeños que protagonizan los cuentos. Y aunque muchas de esas palabras se han perdido tras cuarenta años, el libro no perdió nada de su osadía, agudeza y romanticismo, y tampoco de su ferocidad. Reynoso escribe en una completa empatía con sus adolescentes, y el léxico se incorpora a su lenguaje apasionado y poético con una belleza de la que es difícil encontrar ejemplos similares en el continente, mucho menos a principios de los ‘60. Los adolescentes de Reynoso, además, son periféricos, callejeros, bravos, pobres pero no marginales, incorporados por completo al ritmo de Lima en camino de convertirse en gran urbe. Y son entrañables, tan tangibles que resultan difíciles de olvidar. Cara de Angel, el primero, está desesperado por ser hombre y no sabe qué hacer con su atractivo rostro, que atrae a los hombres por la calle –es notable el registro desprejuiciado que hace Reynoso del mundo gay de la capital peruana, desde los hombres que quieren levantarse jóvenes por la calle hasta el peluquero “loca” con sus retruécanos y piropos–. Piensa Cara de Angel: “Ahoritita le saco la mierda a ese viejo que simula ver la vitrina cuando en realidad me come con los ojos. Está mira que te mira que te mira. Pensará: camisa roja y pichón en cama. Simulo no verlo. Su mirada quema. Seguramente estoy sonrojado. Eso le gusta: inocencia y pecado”. También se pasea por allí El Príncipe, un “rocanrolero” ladrón de diecisiete años, bautizado así por el peluquero, porque siendo Lima ciudad de reyes, tenía que tener un Príncipe. También está Choro Plantado, un adolescente que quiere acostarse con su novia virgen, y Colorete, que sufre por el amor de Juanita, una amiga de la infancia, y se pone triste en los bailes: “A mí la guaracha me pone triste. Pero triste de triste. Triste de no sé qué. Parece que las maracas revolvieran en el fondo de mi pecho una culebra ardiente”.
Pero Los inocentes es mucho más que una galería de personajes: es un retrato de adolescencia amarga y exaltada incomparable, y una apuesta estética que todavía sacude. Oswaldo Reynoso nació en Arequipa en 1931, es poeta y profesor además de narrador, y este año publicó un libro llamado Tres estaciones. Su condición icónica se ve reforzada porque durante muchos años trabajó como profesor y corrector de estilo de una agencia de noticias en la República Popular China. Publica con marcada irregularidad y puede pasar décadas en silencio.
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