EL EXTRANJERO
El extranjero
› Por Rodrigo Fresán
I.
Stephen Dixon
McSweeney’s Books
Nueva York, 2002
338 págs.
Cuatro décadas en carrera, más de veinte libros en los estantes, un promedio de 15 cuentos publicados al año en revistas, dos veces finalista al National Book Award, y sin embargo el profesor Stephen Dixon (1936) continúa siendo un secreto para connoiseurs. Es más, esta formidable novela-fractal de título I. –que equivale tanto al Yo en inglés como al número I de una trilogía en tránsito– fue rechazada por quince editoriales luego de que el sello habitual de Dixon, Henry Holt, le dijera que no iba más a este escritor que ha sido definido como la cruza perfecta entre Samuel Beckett y Woody Allen. Como ocurre con Frog, 30: Pieces of a Novel y la tan formidable como tremenda Interstate (acaso la obra definitiva sobre el horror insuperable de la muerte de un hijo), esta I. es un nuevo y logrado exponente del método Dixon: novelas-en-cuentos y cuentos en los que podrían entrar varias novelas (buscar y encontrar, por favor, la auto-antología The Stories of Stephen Dixon de 1994), tramas fragmentadas, rompecabezas para armar a los que puede faltarles o no la pieza clave, la memoria selectiva como forma de amnesia intermitente o viceversa, cripto-autobiografías que pueden tener mucho que ver o absolutamente nada con la vida del autor, y –detalle imprescindible, no es casual que Dixon haya sido barman y, seguro, escuchado muchas historias antes de ponerse a escribirlas– parrafadas monologales de tono y tempo impecable que pueden llegar a extenderse a lo largo de cien páginas sin que el narrador pierda el aliento, pero dejando sin aire al asombrado lector que no puede creer que alguien escriba y cuente así. Un crítico afirmó que “uno no lee a Dixon, uno sucumbe a Dixon”.
I. insiste con el Gran Tema Dixon y en el Gran Personaje Dixon: las preocupaciones de un hombre preocupado. Aquí es un padre de dos hijas, escritor, casado con una mujer a la que ama y que padece una enfermedad degenerativa. Un “héroe” que va capeando la tormenta, pero que por momentos tiene que esforzarse para no rendirse a la furia liberadora de estrellar el barco de su vida contra el iceberg de su tragedia. Como es costumbre en Dixonlandia, esta trama oscila entre los colores brillantes de lo desopilante y los infinitos grises del desaliento, y no es fácil leer a alguien que lo dice todo y que constantemente apela a las zonas oscuras íntimas de quien sostiene el libro con manos temblorosas. La recompensa de perseverar, sin embargo, es cuantiosa.
Detalle digno de mención: I. es, además, un objeto hermoso como suelen serlo todos los productos de McSweeney’s, con base en Brooklyn y responsabilidad del joven best-seller existencialista Dave Eggers: portada con el título calado y, debajo, un retrato de Dixon a cargo de Daniel Clowes, autor del comic de culto y película Ghost World. No está mal que, gracias a la torpeza de quince editores, Dixon haya recalado entre estos jóvenes adictos a la metaficción y al libre flujo de ideas. Una banda que, además de Eggers, incluye entre otros a Jonathan Lethem, Rick Moody, Ben Marcus y que empiezan a hacer ahora lo que Stephen Dixon viene haciendo desde principios los años sesenta. Hijitos: Papá llegó a casa.