EL EXTRANJERO
Steve Martin, escritor
THE PLEASURE OF MY COMPANY
Steve Martin
Hyperion Press
Nueva York, 2003
164 págs.
› Por Rodrigo Fresán
Mientras que Woody Allen ya casi no escribe cuentos, posterga la entrega (y seguramente la creación) de esa novela que prometió ya hace un par de décadas, y se hace el gracioso subastando en la última Feria de Frankfurt una autobiografía que jamás pensó en sentarse a escribir, va quedando claro que –dentro del paisaje de los comediantes norteamericanos– es Steve Martin el que mejor y más disciplinadamente ha venido realizando el pasaje del monólogo en vivo a la ficción en silencio. Y, de acuerdo, a Steve Martin se lo ama mucho o se lo odia muchísimo; pero guste o no, allí se va juntando una obra ya atendible: los mini-cuentos surrealistas de Cruel Shoes, las recopilación de columnas escritas para The New Yorker con el título de Pure Drivel, sus obras de teatro reunidas en el libro Picasso at the Lapin Agile y, por encima de todo, esa inesperada sorpresa –éxito de crítica y de ventas– que fue la sensible y elegante novela Shopgirl, librito perfecto donde se narraba el romance de una joven vendedora de tienda por departamentos con un exitoso hombre de negocios mayor que ella y, también, mucho más tonto.
Ahora, con The Pleasure of my Company, Steve Martin continúa avanzando casilleros. Aunque aquí la técnica es diferente y acaso más previsible: la omnisciente pero distante y tan lograda tercera persona de Shopgirl muta a una abusiva primera persona (mucho más cercana a la de la rutina del stand-up comedian, la novela está organizada en breves párrafos capítulos funcionando como gags encadenados) para contar la historia y la histeria del texano en California Daniel Pecan Cambridge: un solipsista-autista-neurótico cum laude de infancia traumática que no para –no puede parar– de pensar en sí mismo y en el modo en que su persona se relaciona (u opta por no relacionarse en absoluto) con el mundo que lo rodea. Lo que se cuenta The Pleasure of my Company –con admirable gracia y admirable sabiduría a la hora de ir organizando un suave crescendo muy en el estilo de los maniáticos libros de Nicholson Baker o de esa otra novela con “héroe” disfuncional que es The Curius Incident of the Dog in the Night-Time de Mark Haddon, ya comentada en esta columna– es el modo en que un distante testigo de todo se convierte en el comprometido protagonista de unas pocas pero imprescindibles “cosas”. Lo que nos hace pensar The Pleasure of my Company –entre carcajada y carcajada, entre momento de emoción y emoción– es cuán cerca estamos de caer en pozos sin fondo, cuánto cuidado hay que tener para no sucumbir a la tentación de dejarnos caer ahí adentro. Y en lo raro que es reírse de alguien con problemas sabiendo que, seguro, nosotros también debemos resultar divertidísimos -en el peor sentido de la palabra– para aquellos que nos “leen” y nos soportan. En resumen: una santa biblia y manual de instrucciones para todo fóbico obsesivo profesional.
Ahora, claro, hay que ponerse a rezar para que su inevitable versión cinematográfica no sea protagonizada por Robin Williams y sí por Bill Murray.