Crecer de golpe *
Por Anthony Burgess
Mientras caminaba por las bastardas oscuras heladas calles después de itearme del mesto donde servían té y café, videaba una y otra vez como si fueran visiones, como las historietas de las gasettas: ahí estaba Vuestro Humilde Narrador Alex llegando del trabajo, y sobre la mesa lo esperaba un plato de comida caliente, y una ptitsa toda como contenta y amorosa que le daba la bienvenida. A ella no podía verla tan joroschó, hermanos míos, no se me ocurría quién podía ser; pero me vino de golpe como la sensación de que al lado de la pieza con el fuego chisporroteando y la comida caliente servida, en la otra pieza, iba a encontrar lo que estaba buscando, y fue ahí que todo me cerró, la foto que había recortado de la gasetta, mi encuentro con el viejo Pete. Porque en la pieza de al lado, en su cunita, estaba mi hijo gorjeando ajó ajó ajó. Sí, hermanos, sí, sí, mi hijo. Y ahí como que sentí un bolche gran vacío en mi ploto, y me asombré de lo que sentía. Porque sabía lo que estaba pasando, oh hermanos míos. Era como que estaba creciendo.
Sí, sí, sí, eso era lo que pasaba. Ah, sí, la juventud debe quedar atrás. Porque ser joven es como ser un animal. O más bien, como uno de esos juguetes malencos que se videan en la calle, como esos chelovecos de lata que le das cuerda y hace grrr grrr grrr y sale iteando, como caminando, oh hermanos míos, pero itea en línea recta y se choca con las cosas, choca y choca y no puede evitarlo. Ser joven es ser como una de esas malencas máquinas.
Mi hijo, mi hijo. Cuando tuviera un hijo se lo explicaría todo, apenas fuera lo suficientemente starrio para entender. Igual sabía que no me iba a entender, o no querría entender, y que volvería a hacer las mismas vesches que yo, sí, quizás hasta matar a una pobre starria forella en medio de los maullidos de sus cotos y coschcas, y yo no sabría cómo hacer para frenarlo. Y tampoco él sabría cómo frenar a su hijo, oh hermanos míos. Y así itearía todo hasta el fin del mundo, una y otra y otra vez, como si un bolche cheloveco, nada menos que Él, el viejo Bogo, hiciera girar y girar y girar una vona grasña naranja entre sus gigantescas rucas.
Pero antes que nada hermanos, la vescha era encontrar a la débochca que pudiera ser madre de mi hijo. Mañana mismo empezaré, me decía. Era algo como nuevo que hacer. Era algo que debía empezar ya, como un nuevo capítulo en mi vida.
Y eso es lo que pasa, hermanos, ahora que estoy como llegando al final de mi historia. Han acompañado a su querido drugo Alex, han sufrido con él, han videado algunas de las brachnas más grasñas que el viejo Bogo haya hecho, y todas a su viejo drugo Alex. Y lo único que me pasaba era que yo era joven. Pero ahora, llegando al fin de mi relato, ya no soy joven, ya no. Alex está grande, ah sí.
Y ahora, oh hermanos míos, me voy iteando odinoco, y no pueden seguirme. Mañana todo será flores perfumadas y la vona tierra girando y la vieja Luna en lo alto y vuestro viejo drugo Alex todo odinoco en busca de su pareja. Y toda esa cala. Es un mundo grasño y vono y terrible, oh hermanos míos. Y así vuestro pequeño drugo les dice adiós. Y a todos aquellos que me acompañaron en esta historia les dejo profundos chumchums de música labial prrrrrrrr. Y que me besen los sharros. Pero ustedes, o hermanos míos, recuerden alguna vez a quien vuestro pequeño Alex fue. Amen. Y toda esa cala. r
* Páginas finales del capítulo 21.
Traducción de Carlos Gamerro.
Nota madre
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