Domingo, 5 de junio de 2005 | Hoy
ANTICIPO
Enfrentarse con el pensamiento de Pierre Bourdieu no es discutir una teoría igual a las otras. Efectivamente, al contrario de lo que puede llevarnos a pensar cierta forma de democracia interpretativa, no todo da lo mismo en el universo de las interpretaciones en ciencias sociales. En mi opinión, la que propone Pierre Bourdieu es una de las orientaciones teóricas más estimulantes y complejas en ciencias sociales. Una de las que más integran sutilezas teóricas y metodológicas en la gran corriente de las sociologías críticas sensibles al análisis de las formas de ejercicio del poder y de las relaciones de dominación, y que preconizan la ruptura con las ideologías (espontáneas o conscientemente elaboradas).
La obra de Pierre Bourdieu es en ocasiones detestada y con frecuencia ignorada por una parte de los investigadores en ciencias sociales y de los intelectuales franceses. Lamentablemente, las refutaciones radicales son muy a menudo la expresión de una triste mala fe o de un gran desconocimiento. Pero el rechazo en bloque de lo que a veces se da en llamar “la sociología de Pierre Bourdieu” sería un verdadero suicidio colectivo. En efecto, contrariamente a lo que una versión dogmatizada llevaría a creer, “la sociología de Pierre Bourdieu” en el fondo no existe. Se trata de un mito que resulta muy cómodo para hacer corresponder un conjunto de textos, desplegados a lo largo de cuarenta años, y un nombre de autor que supuestamente garantizaría la coherencia y la unidad del conjunto del patrimonio internacional de las obras de ciencias sociales y humanas. Para pensar tal o cual hecho, tal o cual mecanismo o proceso, el autor pone en funcionamiento siempre más que los simples y repetitivos conceptos de campo, habitus, capital, dominación, etc., a los que se lo reduce con demasiada frecuencia. No solamente su reflexión y sus estudios sobre los campos, los capitales (y en particular sobre el capital cultural), el habitus y el sentido práctico, los modos de dominación, la legitimidad, la violencia simbólica, los fenómenos de delegación o de representación, los ritos institucionales, la reproducción social mediante el sistema escolar o el mercado de los bienes simbólicos no se reducen a unas cuantas formulaciones simplificadas (incapaces de captar los puntos de contradicción o de ruptura que pueden estar en el principio de nuevas reflexiones), sino que su razonamiento sociológico desborda ampliamente, y afortunadamente, la utilización de los conceptos más recurrentes.
Por lo tanto, es una sociología rica las que nos ocupa. Excomulgando de un solo golpe toda la obra se echarían por tierra, sin darse cuenta, esquemas de interpretación, maneras de pensar o hábitos intelectuales que él ha tomado de manera variable de obras tan múltiples como (en orden alfabético y sin pretender exhaustividad) las de J. Austin, G. Bachelard, M. Bajtin, E. Benveniste, P. Berger y T. Luckmann, H. Bergson, B. Bernstein, J. Bouveresse, G. Canguilhem, E. Cassier, N. Chomosky, G. Deleuze, R. Descartes, G. Duby, E. Durkheim, N. Elias, S. Freud, E. Goffman, J. Godoy, M. Heidegger, E. Husserl, E. Kant, E. Kantorowicz, W. Labov, G.W. Leibniz, C. Lévi-Strauss, M. Mauss, K. Marx, M. Merlau-Ponty, F. Nietzsche, E. Panofsku, B. Pascal, J. Piaget, J-P Sartre, F. de Saussure, T. Veblen, P. Veyne, M. Weber, L. Wittgenstein... sin contar a una gran parte de sus contemporáneos, no tan famosos como los que acabo de evocar.
Fragmento extraído de la presentación de Bernard Lahire a La obra sociológica de Pierre Bourdieu Editorial Siglo XXI.
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