“Se trata una vez más de los horizontes que prácticamente tengo ante los ojos desde que vivo en Francia –dijo Arnaldo Calveyra a propósito de El hombre del Luxemburgo (1997)–, estar al mismo tiempo en un jardín acogedor por donde se pasea la sombra de Verlaine y en el campo de Entre Ríos donde ha de pasearse el niño que fui.” Ese marco se abrió en 1960, cuando llegó a París con una beca para escribir una tesis sobre los trovadores provenzales. Antes, había estudiado Letras en La Plata y conocido a Carlos Mastronardi, quien le hizo publicar algunos poemas en la revista Sur. Entre 1951 y 1953, para pagarse los estudios, trabajó en Ensenada como fumigador de barcos y escribió una serie de notas que publicó como Diario del fumigador de guardia (2002).
En París fue amigo, entre otros, de Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik y Laure Bataillon, quien tradujo la mayor parte de sus libros. Previamente, en Buenos Aires, había publicado una obra de teatro, El diputado está triste (1959), ámbito en el que continuó con Moctezuma (1969) y Latin American Trip (1971), y una temporada de trabajo con Peter Brook, en Londres (1971).
Fue el teatro, también, el punto de partida de su redescubrimiento en la Argentina, a partir del estreno de Cartas de Mozart en el Centro Cultural San Martín, en 1986. Al año siguiente se publicaron poemas y un reportaje en el Diario de Poesía y comenzó a revelarse una obra notable, con la reedición de Cartas para que la alegría, junto con Iguana, Iguana, en 1988; La cama de Aurelia (narración, 1990, reeditada en 1999); Si la Argentina fuera una novela (ensayo, 2000); Libro de las mariposas (2001); Apuntes para una reencarnación (2002) y El origen de la luz (“cuentos entrerrianos”, 2004).
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