Domingo, 27 de mayo de 2007 | Hoy
¡Oh París, París, ansia infinita de todos los que han soñado una vez siquiera los grandes recuerdos y la suprema manifestación del arte!
¡Ciudad extraña y compleja en sí misma, que vive de su pasado y su presente como una pura gloria, donde yace, tiembla y espera a su vez la hora de ser posible, todo lo excelso que ha sido ayer y todo lo vibrante que será mañana; ciudad fastuosa y viril sobre todas; alegre e inmortal!
¿Qué más pedir, para los eternos parias de lo grande, que esta vida de París, respirando el aire de los que son y fueron creadores de lo Absoluto...?
Nada más; todo se colma, y aparece, sin embargo, como un dolorido reproche a la sensación artística, el recuerdo de un lejano lugar donde está lo que se extraña y adora. La ciudad, no. Eso es un simple detalle.
Los amigos, las amigas, los conocidos, aun los indiferentes, aun los insignificantes, porque todo es uno, un conjunto que nos ha visto y a quien hemos visto muchas veces, y que forman un afecto de costumbre tal vez, pero siempre sentido.
Son, a pesar de todo, muy tristes ciertas horas de París, en las cuales, aunque se admira, se sufre, empañando la visión de lo que se admira con lo que se desea haber visto; ciertos momentos de vaga rebelión, acaso motivada por el recuerdo incierto de que a esa hora se ha estado alegre, se ha ensanchado el corazón, se ha amado...
Y todo aparece, fiestas, bailes, conversaciones, sonrisas, cuadros de triste adoración, lejos y perdidos para nosotros, que no ha sido por cierto una visión de París, pero que hemos querido...
Pienso, a veces, que todo pasará y será muy dulce hallar de nuevo las mismas sonrisas, lleno el espíritu de lo que se ha admirado; pero, entretanto, se extraña, se siente, se sufre, aun en París, como en la Exposición, porque estamos solos, no tenemos a quien hablar de todo eso, no tenemos a quien amar...
Y lo que un día fue un pobre detalle, ahora es un triste recuerdo, acrecentado por la nostalgia y la imposibilidad.
De lo que ha sido bueno para con nosotros, un extenso deseo de que no sea olvidado. Aun de lo indiferente, de lo que no merece la pena se lo recuerde, se guarda una dulce memoria, porque ya no lo vemos, porque ya no es más...
Y de esta manera se va viviendo, sin poder admirar completamente, ya que no es posible desligarse de todos esos recuerdos, que, aunque pudieran ser borrados, no lo desearía tampoco...
(Fragmento de Diario de viaje a París)
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