Dom 25.11.2007
libros

El acto en cuestión

› Por Gabriel Lerman

En sus casi 500 páginas, Las cuestiones de Nicolás Casullo no deja tópico del acontecer cultural del cambio de siglo por rozar, agitar, volver a pensar. Estructurado en siete capítulos que podrían leerse cada uno como ensayos interdependientes, el libro ofrece como totalidad un replanteo del lugar del intelectual, donde retoma la posibilidad de un pensar abarcativo, de grandes líneas, y donde el cruce entre filosofía, estética y política reubica a cada uno de esos mundos en un tinglado común, imbricado, que no puede escindirse sin correr el riesgo de despedazarlo. El primero de estos capítulos es La revolución como pasado, donde se discute la posibilidad misma de entender, de establecer lazos de inteligibilidad con una escena ausente, acontecida. Escribe Casullo: “Ese tiempo pasado de la revolución es, hasta hoy, un pensar no pensado, o quizás, en muchos aspectos, no pensable, en tanto nuevo mundo que establece”. Casullo se aproxima al argumento de Carl Schmitt según el cual la imagen metafísica del mundo que se hace una época tiene la misma estructura que la política que ilumina a esa época.

El segundo capítulo es Populismo, destinado a ser, del libro, tal vez la propuesta más confrontativa y polémica. Desde la fundamental revista Controversia, editada en el exilio mexicano por intelectuales como Juan Carlos Portantiero, Pancho Aricó, Jorge Tula, Alcira Argumedo, Sergio Caleti y el propio Casullo, entre otros, que proponía un balance de la vanguardia política y pensaba una escena post-dictadura, hasta los debates actuales sobre populismo que recorren los diarios de América latina. “Desde el antipopulismo –escribe Casullo– se tiende de manera ideal a un drástico corte entre lo político y lo social histórico, para afirmar la especificidad de lo político dada por los contenidos ‘propios’ de esa actividad. Hay como un sueño laico, incontaminante, en el liberalismo político, teórico y propagandístico que percibe al populismo como el exponente más fanatizado y peligroso.” Pero es precisamente esa condición irreverente, maldita, la que permite pensar que será a través de una ampliación y apuesta por el populismo lo que podrá darle una nueva carnadura a la política, imbricada en el drama social, sucia por definición, irresuelto, imprevisto. En tercer lugar aparece Historia y Memoria, donde Casullo plantea las dificultades del campo intelectual, académico y periodístico argentino para situar a las décadas de fines de los años ‘60 y ‘70, como parte de una concreta encrucijada revolucionaria con su posterior frustración y lapidaria derrota política. Pensar la revolución como pasado, parece decir Casullo, no implica el abandono del escándalo que aún suponen la pobreza y la desigualdad sino justamente su reinstalación como problema, como conflicto, en una escena política nueva. Porque la problemática relación entre historia y memoria no debería disolver la conflictividad del tiempo y la época fenecidas sino restituir hilos, vasos comunicantes, legados entre aquéllas y éstas experiencias. En Los años setenta: cultura y política, Casullo examina distintos casos en los que las vanguardias políticas y artísticas estallan en contradicciones, como el caso de la persecución del poeta cubano Heberto Padilla en 1971, pero cuyos estallidos aparecen indisolubles de un acontecer donde lo presente es la realización del proyecto revolucionario de emancipación social, horizonte y expectativa de cambio que atravesaba el aparato crítico de la modernidad, y no caso aislado, reubicado desde otra circunstancia, subrayado a la carta para hacer decir de una época lo que ella no contemplaba ni deseaba.

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