› Por Gianni Vattimo y
Piergiorgio Paterlini
Si no hubiese cultivado mi sueño de familia múltiple... Si hubiera sido más malo, más celoso, más impositivo... tal vez Gianpiero no habría ido a aquel sauna de Niza, quizá no se hubiera agarrado el sida. Esto es algo que me digo a veces. Algo que lamento cuando pienso en Gianpiero: es mi remordimiento. Pero sé que las cosas no son así, al sauna ya íbamos antes, tanto él como yo.
Con Sergio, en cambio, mi remordimiento es haberlo dejado demasiado solo, sobre todo en 1999, a raíz de mi elección en el Parlamento Europeo. Yo me lo imaginaba en Turín divirtiéndose como un loco, y luego descubrí que la enfermedad y la muerte de Gianpiero lo habían asustado tanto que se pasaba las noches solo, mirando la televisión.
Cuando murió Gianpiero no me sentí viudo del todo porque tenía un buen “sustituto”. Sergio me ayudó mucho. A vivir. Intentábamos consolarnos mutuamente. Además, en cierto modo, él estaba mucho más tranquilo: terminada, a la fuerza, la rivalidad entre mis dos “hijos”, acabada la rivalidad con el “hermano mayor”, todo era más fácil.
Recuerdo la primera tarde que fuimos al cine cuando Gianpiero ya no estaba. Y poco después, a París, donde compramos un apartamento.
Combatimos juntos contra la tristeza con las armas más normales, procurando hacer la vida lo menos dramática posible.
En 1993 fuimos a Nepal, nosotros y los dos Debenedetti, mejor dicho, tres aquella vez, porque con Franco y Barbara venía su hijo.
Si la relación con Gianpiero recordaba el matrimonio entre dos cónyuges católicos, la amistad con Sergio se parecía más al matrimonio entre dos viejos cónyuges, afecto sin sexo.
Nos sentíamos bien juntos. Estaba contento de él; de que estuviera.
Un día, Ezio Mauro –que se había ido a La Reppublica– nos visitó y publicó una página entera sobre aquellos dos gays que vivían juntos. Con él venía el periodista Mauricio Crosetti. No recuerdo el día ni el año, claro que mi amigo Ezio había estado siempre muy atento a mi vida familiar. Había venido con Gianpiero y conmigo a la casa de la colina cuando ambos éramos jóvenes: ahora contaba la historia de una pareja gay madura, aunque Sergio era veinte años menor que yo.
Junto a Gianpiero debo poner a Sergio entre mis maestros.
Sergio había estudiado el bachillerato artístico y era historiador del arte. Conocía las técnicas de la miniatura, pero no se desenvolvía bien con las ideologías. Por esto escribía poco; escribía poco y leía mucho. Era muy minucioso. Alguna vez, yo le procuraba la parte ideológica de su trabajo, que le faltaba. Podía ser crítico de arte, no literato ni filósofo; era una cuestión de formación, precisamente. Me enseñó a valorar la historia del arte.
Y me empujó a los museos.
Desde que murió, si no me siento obligado, ya no visito ninguno. Parece como si hubiera terminado aquella parte de mi vida.
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