Dom 05.09.2010
libros

Nostalgia de qué

› Por Luciana De Mello

En una de esas charlas de bar donde los amigos pueden iluminar una verdad para siempre, Dal Masetto se apena por no haber escrito poesía más allá de la adolescencia y entonces, Briante, luego de un silencio reflexivo, le contesta: “Finalmente la prosa no es más que nostalgia de poesía”. Cinco años más tarde, evocando esa charla, Dal Masetto se pregunta: “Y la poesía, ¿nostalgia de qué es?”. Briante ya no está para pedir otra vuelta y seguir charlando, pero acaso sea esta vez su propia ausencia la que ilumine una posible respuesta.

¿La poesía nostalgia de qué es? Quizá, nostalgia del instante, el haiku que busca explotar ese lenguaje del silencio, ese silencio de Briante antes de pronunciar su respuesta. La poesía quizá sea el género que mejor comulga con esa dimensión inaprehensible del silencio, porque para ser, debe alimentarse de él. La charla con Briante sobre la poesía vuelve a iluminarlo todo, porque para hablar de la última novela de un autor del tamaño de Dal Masetto es inevitable volver sobre sus propias preguntas.

Así como en Siete de oro –su primera novela–, Siempre es difícil volver a casa, La tierra incomparable, Oscuramente fuerte es la vida y muchos otros relatos de Dal Masetto, el protagonista de La culpa también es un personaje en tránsito. César está viajando a Brasil y las primeras páginas de la novela lo encuentran cruzando a pie ese puente que separa una tierra de la otra. El motivo del viaje es revivir otro viaje anterior donde iba acompañado por Lucía, su pareja, a casi diecisiete años de su secuestro y desaparición. En esa ruta al pasado César recreará a Lucía en su memoria y se encontrará con personajes locales que lo ayudarán a ir descifrando el verdadero motivo que guía su viaje. César no es un turista, mira esa tierra de playas y morros, y entre la vegetación exuberante puede ver toda la violencia que amenaza allí contenida. Cada vida que habita ese paraje costero guarda un secreto que en ningún momento se hará explícito. Hay relatos, como el de la historia del pan, que se evocan todo el tiempo pero jamás serán narrados completos. Hay un librero que escribe un libro sobre la imposibilidad de decir, o la culpa de haber callado, que sería la otra cara del silencio y de lo que también trata esta novela. La culpa está presente en cada uno de los personajes de Dal Masetto, mirada entonces desde diferentes prespectivas. El silencio cala directamente en la llaga de la complicidad civil frente a la dictadura y en este sentido no es inocente la elección del paisaje de esta novela; en Brasil las atrocidades de esos años jamás fueron revisadas de manera colectiva. En la novela, cada personaje tiene algo que contar, hay potencia narrativa en cada uno de ellos y, sin embargo, lo que queda es el sabor de lo no dicho, las preguntas irreformulables, las respuestas imposibles. En ese pueblo sus habitantes perciben la violencia como parte de la vida donde el pasado queda atrás sin más. Sólo César intuye en el vuelo raso de los pájaros alguna señal de mal agüero, el forastero argentino trae pegados a sus espaldas los ojos del horror.

Tanto al comienzo como al final de La culpa, César camina sintiendo que lo que está dejando atrás lo acecha a sus espaldas, entonces se vuelve para corroborar que aunque todo ese dolor que trae sigue allí, él puede oponerle su mirada. En esta imagen se cierra el gesto del propio Dal Masetto, quien se sentó a escribir su silencio más personal, la historia de la emigración de su familia, luego de que hubieran pasado casi cuarenta años de su llegada a la Argentina.

Hay otras preguntas engendrando sus próximos textos y su escritura entonces cambia, se acerca más a esa nostalgia de poesía. En El padre y otras historias cuenta las caminatas en silencio con su padre, la tapa de Piratas, fantasmas y dinosaurios que él encontró para Soriano entre sus libros de Salgari traídos desde Italia, las charlas de café con Briante. ¿De qué está hecha la culpa?, se pregunta César al comienzo de la novela, como Dal Masetto se pregunta en el último relato de El padre y otras historias: “¿Se acumula en alguna parte todo este dolor?”. No hay sólo una respuesta posible, y no hay posibilidad de nombrarlas a todas. El cierre a una charla de café con un amigo del tamaño de su ausencia quizás sea el mismo que aparece en un exilio, en una desaparición de muerte, en la escritura de un libro. Así, Dal Masetto sigue conversando con amigos, prologa El buen dolor, de Guillermo Saccomanno, y retoma su idea de que uno escribe buscando explicaciones pero sólo encuentra incógnitas. Entonces el final sea acaso un interrogante más que nos lleva a seguir escribiendo para dar con “la palabra que se levante sobre sí misma, y, en el punto más alto de su lucidez y desesperación e indignación y belleza, grita que sí, que de alguna manera alcanza, que existe todavía un camino que permite aceptar el desafío contra el dolor y las miserias humanas”.

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