San Martí
Remitir la obra de Martí a toda la producción ulterior de cualquier otro escritor latinoamericano es un razonamiento inútil, porque todo escritor latinoamericano tiene algo de Martí. Tanto en su prosa y en su poesía es posible detectar el origen de la literatura latinoamericana. Martí fue el fundador de una poesía moderna, pero también de una poesía profundamente latinoamericana en la que aparecen los símbolos y el paisaje, la historia y el presente de su patria como nunca se lo había leído antes en la región: con una mirada universal.
Esa reflexión sobre lo vernáculo y lo auténticamente americano, sumada a las influencias del romanticismo, lo convirtieron en un luchador por la independencia de su país, Cuba, lo llevaron a asumir la lucha armada, y lo transformaron en un héroe, finalmente: en un mártir de su patria. Martí es un prócer nacional en Cuba como para nosotros lo es San Martín, aunque recorriera el camino inverso: no fue un militar que terminó escribiendo máximas sino un intelectual que terminó librando batallas.
Su prosa combativa tuvo repercusiones ilimitadas en la de los intelectuales americanos, no tanto por su estilo sino por su posición. En tanto fue uno de los primeros en armar la ecuación intelectual-exilio (se fue desterrado de Cuba a los 18 años), casi toda su producción se desarrolló fuera de su patria, sobre todo en Estados Unidos, donde escribió toda su poesía y desde donde enviaba cotidianamente colaboraciones a los periódicos latinoamericanos (venezolanos, argentinos mexicanos) más conspicuos de la época. Finalmente terminó ocupando cargos oficiales de representante en el extranjero para la Argentina, Uruguay y México.
Pero en Estados Unidos, y a partir de la lectura de algunos poetas fundamentales en la construcción de aquella nación, fue donde vio, con lucidez, algo del destino del resto de los países del continente. La obra de Martí no se entiende sin una lectura de Whitman y Emerson, que le dieron algunos ingredientes fundamentales de su obra. La relación entre hombre y naturaleza como parte de una formación del carácter y de la idiosincrasia de un pueblo le permitieron definir aquello que sería el tema central de la literatura latinoamericana: el modo en que el hombre se define por el modo en que trata de controlar la naturaleza. De allí que, sin Martí, sea imposible pensar a los escritores caribeños desde mediados del mil ochocientos hasta el presente.
También Estados Unidos le dio la posibilidad de encontrarse con la modernidad urbana y con nuevas formas de vincularse entre los ciudadanos. Un hombre que provenía de un ambiente casi rural, y pobre, muy rápido debió enfrentarse con la ciudad de Nueva York y con su ritmo, que ya en la segunda mitad del siglo XIX era una metrópolis en la que, por ejemplo, las mujeres iban adquiriendo un lugar de relevancia en el comercio social.
Angel Rama, que estudió la obra de Martí, señaló el impacto crucial de esa modernidad de la vida cotidiana y del trato urbano en la obra de Martí.
Martí relató y tradujo la vida de la Gran Ciudad de Nueva York para latinoamericanos y es notable comparar esa obra periodística con la de otro cronista, Sarmiento, que apenas unos años antes había retratado la misma ciudad con incondicional admiración. En Martí, por el contrario, Estados Unidos es un lugar de posibilidades para la maravilla, tanto como para el horror, y es uno de los primeros cronistas en reconocer esa forma doble de la modernidad por la cual ningún “progreso” social deja de implicar un deterioro de la vida. La barbarie de la delincuencia y la pobreza, la inmigración y el trastorno de la urbe también fueron observados por el enviado especial que, como pocos, en la época, vivía de su pluma. Es verdad que gran parte de la obra poética de Martí se lee como literatura infantil. Sus poemas y relatos para niños publicados en la revista La edad de oro y algunos de los poemas de Ismaelillo, dedicados a su hijo, muestran hasta qué punto se trataba de un momento crucial de la literatura en la que a los escritores les cabía no solamente la tarea de cultivar o deleitar con su obra sino también de formar a su público, de construir su capacidad de lectores y de provocar la lectura como necesidad fundamental en el desarrollo de una cultura moderna.
Sus poemas infantiles, en ese sentido, tienen muy poco de “inocencia” o candor. Se trata más bien de instrumentos pedagógicos y didácticos para la creación del público lector. De hecho, Martí abandonó la revista La edad de oro a raíz de una pelea por el tono clerical que se le quería dar a la publicación.
La actividad doctrinaria de Martí excedía el ámbito de la infancia. Sus retratos de intelectuales, filósofos y personalidades en su obra ensayística son en algunos casos de asombrosa modernidad y de una vasta cultura.
En 1880, desterrado por segunda vez y casi definitivamente instalado en Estados Unidos, encabeza el Comité Revolucionario Cubano, a partir de lo cual participó en todas las polémicas que se abrieron en el momento acerca de la conveniencia para Estados Unidos de comprar a España el territorio cubano.
Martí fue uno de los primeros intelectuales latinoamericanos en detectar la sombra del imperialismo norteamericano sobre los países del sur del continente, y ello lo hizo uno de los grandes pensadores de todos los movimientos revolucionarios del siglo XX.
Con sus versos se compusieron guajiras y canciones que aún hoy siguen formando parte del acervo musical latinoamericano, letras que conservan su poder intacto, porque no son menos que el origen de la tradición en la que todavía se sigue formando todo latinoamericano cuando imagina su presente, su historia y su porvenir.
Martí murió en Dos Ríos en 1895, luchando contra el ejército español, en la que consideraba la última batalla que se debía librar contra el imperialismo. Había fundado revistas y periódicos, un ejército revolucionario, escrito dos libros de poemas, una novela, obras de teatro, más de cuatrocientas colaboraciones como corresponsal en diarios de Latinoamérica, casado, divorciado y vuelto a casar, había tenido un hijo, había creado el primer movimiento estético nítidamente latinoamericano: el modernismo. A su muerte tenía 42 años.
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