Domingo, 7 de julio de 2013 | Hoy
Señor presidente Uribe: hago una pausa aquí para preguntarle cómo supo que fue el Espíritu Santo el que lo salvó de las FARC y no el Padre o el Hijo. ¿Tiene usted forma de distinguirlos? ¿De decirnos cuál de las Tres Personas Distintas de la Santísima Trinidad es cuál, separándola de las otras? Le dijo usted a Patricia Janiot que el Espíritu Santo fue su salvador. ¿Cómo lo reconoció, cómo lo supo? ¿Por la apariencia? ¿Por la voz? ¿Por el olor? ¿A qué olía? ¿A azahar, a tabaco rancio? Propongo que la Universidad de Lovaina le dé a Su Excelencia el Doctorado Honoris Causa en Teología y que lo firme el papa Ratzinger. ¡Hosanna, colombianos, de Primer Mandatario tenemos a un teólogo, Colombia está salvada!
Detesto el papel sellado, las firmas, los sellos, las estampillas y que me quieran meter en las treinta y dos páginas de un pasaporte.
Estado civil: soltero. ¡Falso! ¡Yo soy polígamo y panteísta sexual. Creo en el sexo ecuménico.
Religión: católica. ¡Falso! ¡Cuánto hace que la dejé! Desde que tuve uso de razón. Y no me declaro ateo porque creo en el Diablo que fue el que hizo esto y le quedó muy chambón.
Color de cabello: castaño. ¡Falso! ¡Cuánto hace que se me puso blanco!
Y la foto, ¡falsa! Salí horrible. Ya estoy mejor.
Padres: fulanito de tal y zutanita de tal. ¡Falso! Yo sólo reconozco a mi papá.
¡Detesto a los burócratas y yo no quepo en un pasaporte! Me les desbordo de sus miserables páginas.
Lugar y fecha de nacimiento: Medellín, 24 de octubre de 1942. ¡Idiotas, lo que importa es la fecha de defunción! ¡Cuánto hace que me morí! Estoy más muerto que Pedro Páramo. Colombia de los asesinos y de los locos me mató. De tus infinitos locos que le tienen que hablar al aire porque aquí nadie oye y hay que gritarle al eco. Los muertos no necesitamos pasaporte, Colombia, ya no te necesito más, te lo devuelvo. Quédate con mi número: dáselo a un vivo.
Amigos escritores: Colombia para la literatura es un país fantástico, no hay otro igual. En medio de su dolor y su tragedia Colombia es alucinante, deslumbrante, única. Por ella existo, por ella soy escritor. Porque Colombia con sus ambiciones, con sus ilusiones, con sus sueños, con sus locuras, con sus desmesuras me encendió el alma y me empujó a escribir. Ella prendió en mí la chispa, y cuando me fui, la chispa se vino conmigo encendida y me ha acompañado a todas partes, adonde he ido. Por eso yo no necesito inventar pueblos ficticios, y así pongo siempre en todo lo que escribo, siempre, siempre, siempre: “Bogotá”, “Colombia”, “Medellín”. ¡Cómo no la voy a querer si por ella yo soy yo y no un coco vacío! ¡Qué aburrición nacer en Suiza! ¡Qué bueno que nací aquí!
Antes de Cervantes la novela pretendió siempre que sus ficciones eran verdad y le exigió al lector que las creyera por un acto de fe. Ese fue su gran precepto, la afirmación de su veracidad, así como la tragedia tuvo el suyo, el de la triple unidad de tiempo, espacio y tema. Vino Cervantes e introdujo en el Quijote un nuevo gran principio literario, el principio terrorista del libro que no se toma en serio y cuyo autor honestamente nos dice que lo que nos está contando es invento y no verdad. Lo cual es como negar a Dios en el Vaticano. Por algo pasó Cervantes cinco años cautivo en Argel. De allí volvió graduado de terrorista summa cum laude. Y así el cristiano bañado en musulmán, en el Quijote se da a torpedear los cimientos mismos del edificio de la novela, su pretensión de veracidad. Cuatrocientos años después, el polvaderón que levantó todavía no se asienta. ¡Cuáles torres gemelas! Esas son nubes de antaño disipadas hogaño.
Y en este punto hago una pausita para dirigirme a los protectores de los animales, que redimen en parte el horror del género humano, y a quienes desde aquí les mando mi saludo y decidida bendición. Especie que se extingue, amigos, especie que deja de sufrir. Que se extingan los cóndores, que se extingan las ballenas, que se extingan las focas, que no haya más osos polares, que no sufran más. Que sólo quede en este planeta el Homo sapiens, este simio bípedo y depredador, para que acabe de arruinar la Tierra, y que al final se coman los unos a los otros en un banquete antropofágico. Y que empiecen por el Papa, por este azuzador de la proliferación de la peste humana. Ah, no, mejor no. Este Papa debe de saber horrible. Carne vieja, carne dura, carne tiesa. ¡Uf! ¡Qué asco, qué porquería! Comámonos mejor a los ecologistas de Greenpeace que se ven más apetitosos y que son otros mentirosos: lo que quieren es preservar esto para su bípeda especie y que los elijan al parlamento de no sé qué.
Fragmentos de Peroratas, de Fernando Vallejo, que Alfaguara acaba de distribuir.
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