Domingo, 8 de diciembre de 2013 | Hoy
“Lo real desborda todo el tiempo. Su inmediatez aterra. Lo real es demasiado intenso, demasiado presente para ser tolerado. Demasía. La presencia desbordada. Demasiada presencia que hace del mismo paradigma de la presencia algo caduco, incompleto, enmarcado. Los marcos hacen de lo real algo capturable y así podemos observarlo en la pared del museo y acomodarlo. Pero en el acto de pasaje hacia el marco entendemos que hay algo más. No algo más allá en el sentido religioso tradicional, ya que, si fue escrito, ya está en un marco. Ese más allá que asoma cuando escuchamos al Buda decir que, para comprender algo, tenemos que abandonarlo, dejar de pensarlo. Puedo transcribir las sensaciones aquí reinantes, puedo escribirlas, contarlas, narrarlas, hasta ilustrarlas, pero lo que sucede excede. Y ese exceso nos atemoriza. Le huimos. El dolor duele mucho más de lo que uno cree que es el dolor. Cuando intentamos comprenderlo, lo abandonamos, y ya no es dolor. Es una buena manera de soportarlo: entenderlo. El problema es que con el placer también pasa lo mismo. Creemos que gozamos, pero estamos todo el tiempo poniendo filtros. Filtrar es la esencia de nuestra supervivencia. Lo real resulta insoportable. El placer es un goce que, si lo vivenciáramos sin mediación, probablemente no lo podríamos soportar. Lo real desborda, excede, y por ello aterra, y por eso angustia. Resulta tan excesivo, tan sobrepasante, que nos demuele.”
Estos fragmentos de Darío Sztajnszrajber fueron extraídos de ¿Para qué sirve la filosofía?, que Planeta distribuyó en estos días.
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