› Por Eduardo Febbro
Estrictamente, no hay una forma estable que se adopta porque sí a la hora de afirmar que tal o cual Estado es “democrático”. Afirmar que se es democrático, que un sistema es democrático, implica pensar y repensar constantemente la naturaleza de esa forma, partiendo siempre del reconocimiento del derecho legítimo del otro a presentarse como adversario de una propuesta determinada. El nuevo libro de Chantal Mouffe, Agonística. Pensar el mundo políticamente, indaga sobre este presupuesto básico de su formulación filosófica para entender e intervenir sobre el desarrollo de ciertas tendencias en diferentes partes del mundo que ponen el foco en la disolución o el alejamiento del Estado, el abandono de la representatividad o el triunfo innegable y absoluto del neoliberalismo, todas perspectivas que tienden a una clausura histórica que Mouffe niega de plano. Ni utopismo socialista ni globalización económica: la política (y pensar políticamente) es una tarea siempre abierta y siempre renovada.
A partir de diversos artículos recopilados en el libro y ligeramente reescritos para unificarlos en un solo texto, es fácil reconocer que la principal postura que Mouffe quiere atacar es la perspectiva de un fin de la política. Y el caso que aparece una y otra vez a lo largo de estas páginas es el desarrollo en el territorio de las democracias parlamentarias occidentales de movimientos anti-estatales como Occupy o Indignados, congruentes con corrientes filosóficas como las de Michael Hardt y Toni Negri, sostenidas en sus textos Imperio (2000), Multitud (2004) y Commonwealth (2009). Esta postura sostiene un abandono voluntario del Estado y la creación de una vida social paralela basada en el funcionamiento de una democracia directa y “presentista” (no representativa) que espera paciente la disolución natural de las formas actuales de gobierno, tras el desarrollo natural de las propias contradicciones del sistema. Digamos, una forma remozada de sostener la posición marxista del alcance de una “sociedad sin clases” y una confianza ciega depositada en la fuerza de una “clase” privilegiada (lo que antes era el proletariado ahora sería la “multitud”) destinada a prevalecer. Por más que estén en extremos opuestos, ¿no es esta forma de pensar análoga al “fin de la historia” del neoliberalismo? ¿No son ambas corrientes modos de entender el fin de la historia y la disolución de la actividad política, reducida a cero (liberalismo) o superada (operaísmo/autonomismo)?
Bajo este panorama crítico, una problemática se destaca por sobre las demás en el libro, y esa es la de pensar la democracia en el marco de las relaciones internacionales, tratando de entender al mundo desde una perspectiva multipolar en donde el desarrollo de la forma democrática debe seguir planteos propios de cada país en función de su historia particular (no se puede sostener la idea de que el modelo de democracia liberal es el único existente). Noah Feldman, por caso, piensa un sistema democrático con base islamista y apoyado en la “soberanía divina” en lugar de la “soberanía popular”. La autora también menciona la posibilidad de vincular en regiones asiáticas la idea de “soberanía popular” con los principios del taoísmo, todas alternativas válidas que Mouffe menciona, pero no indaga en profundidad, reconociendo un límite para lo que puede decir en torno de estos desarrollos particulares. Por eso limita su análisis a la coyuntura europea: la UE y sus avatares es la marco privilegiado para defender su planteo agonista/antagonista, en contra de un inocente “cosmopolitismo” neoliberal que piensa que todos, en función de sus propios intereses, pueden llegar a alcanzar la “paz perpetua” kantiana.
Pensar políticamente, entonces: ese es el llamado del libro, rechazando también toda consideración moral que borre la posibilidad de cambio democrático y acerque la cuestión a un dilema entre “buenos” y “malos” –que sólo podrá ser resuelto mediante la guerra–. Exhibiendo un marco teórico para pensar el presente europeo (y la novedad de la actual coyuntura latinoamericana con respecto a los sucesos en el viejo continente), Chantal Mouffe propone un proyecto democrático radical que parte de una base sencilla, pero que todo el mundo parece, por momentos, olvidar: para actuar democráticamente, tenemos que ponernos de acuerdo en que no estamos de acuerdo.
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