› Por Stefan Zweig
El 22 de septiembre de 1914, el Journal de Genève publicó el ensayo Más allá de la contienda. Tras un enfrentamiento preliminar a Gerhart Hauptmann, Rolland publicó esta declaración de guerra al odio, esta piedra fundamental de la invisible Iglesia europea. El título, Más allá de la contienda, se ha convertido hoy en una consigna y en un lugar común. Sin embargo, en medio de las peleas discordantes de las facciones, este ensayo fue la primera declaración en poner una nota clara de justicia imperturbable, y trajo consuelo a miles de personas.
Se trata de un texto animado por una emoción extraña y trágica que nos trae ecos de aquellas horas en que incontables miríadas de hombres –entre ellos muchos amigos íntimos de Rolland– se desangraban y morían. Es el brote de un corazón desgarrado, el corazón de un hombre que podría conmover fácilmente al mundo por su heroica determinación de traer claridad a un mundo presa de la locura. Se abre con una oda a los jóvenes luchadores (...). Pero después de esta oda a los leales, a los que creen estar cumpliendo su más alto deber, Rolland se centra en los líderes intelectuales de las naciones, y les dirige estas palabras: “Teniendo en las manos tales riquezas vivientes, tales tesoros de heroísmos, ¿en qué los habéis gastado? ¿Qué recompensa tendrá la generosa entrega de esta juventud ávida de sacrificio? Yo os lo diré: su recompensa es degollarse unos a otros; su recompensa es la guerra europea”. Acusa a los líderes de refugiarse cobardemente detrás de un ídolo que adoran. Aquellos que no supieron ver su responsabilidad y no pudieron prevenir la guerra son los que la inflaman y la envenenan ahora que ha comenzado (...).
Lo verdaderamente escandaloso era que, tras el estallido de la guerra, los líderes intelectuales deberían haber preservado la pureza de su pensamiento. Era monstruoso que la inteligencia se dejara esclavizar por las pasiones de una política racial absurda y pueril. Jamás deberíamos olvidar, en medio de la guerra, la unidad esencial de nuestras patrias. “La Humanidad es una sinfonía de grandes almas colectivas (...).” Esta fe en un ideal noble planea como una gaviota sobre este océano de sangre. Rolland es consciente de que es poco probable que sus palabras se escuchen por encima del clamor de treinta millones de guerreros. “Sé que no hay muchas esperanzas de que estos pensamientos sean escuchados en nuestros días... Por otra parte, no hablo para convencer a nadie. Hablo para aliviar mi conciencia, y sé que al mismo tiempo aliviaré la de miles de hombres que, en todos los países, no pueden hablar. O no se atreven.” Como siempre, Rolland se pone del lado del débil, de la minoría. Su voz es cada vez más fuerte, porque sabe que habla en nombre de la multitud silenciosa.
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