Dom 07.12.2003
libros

Problemas de conciencia

POR DANIEL LINK

En la gran tradición de la novela modernista (la que empieza con Flaubert y pasa centralmente por Proust, Joyce, Woolf, Kafka, Mann, entre otros nombres ya suficientemente celebrados), el problema de la conciencia (su construcción, su representación) ocupa un lugar central. Siendo, como es, uno de los más finos lectores de la literatura argentina contemporánea, Alan Pauls no ignora ni la importancia ni las dificultades en el tratamiento de esa materia inasible como pocas. Cada una de sus novelas podría, así, ser examinada como una indagación de la conciencia.
Alan Pauls nació en Colegiales en 1959. Publicó El pudor del pornógrafo (1987), El coloquio (1990) y Wasabi (1994), títulos que en el mapa de su obra (integrada también por sólidos ensayos y guiones para cine y TV) representan formas de desplegar la conciencia en relación con otros objetos narrativos igualmente prestigiosos: el deseo (El pudor...), la verdad (El coloquio) o la experiencia (Wasabi). En todos los casos, pero tal vez nunca como en El pasado (que en una primera versión se llamaba Ex: lo que ya no es, pero también “desde”, “a partir de”), la conciencia aparece en proceso de descomposición.
Pareciera que la mejor garantía para construir y mostrar una conciencia (así en Pauls como en cualquier gran escritor, de esos que se cuentan con los dedos de la mano) es hacerlo precisamente a partir de sus momentos de peligro, cuando todo es puro movimiento, lo que permite que la novela escape a todas las formas de cristalización (las coartadas de la buena conciencia, los clichés de la cultura, la agobiante servidumbre a la plenitud de sentido). En ese borde (que es también el borde entre crítica y ficción), Alan Pauls construye sus novelas, de prosa cada vez más elegante y exacta, como una experiencia singular en el panorama de las letras argentinas actuales.
El pasado, su cuarta novela, galardonada con el Premio Herralde de novela y recién distribuida, indaga con tal intensidad los vericuetos y restos de una conciencia casi desquiciada, que vuelve las novelas anteriores pretextos o capítulos preparatorios de un libro por venir. Éste o el siguiente. Porque si la literatura (como bien sospechó Proust) es antes un proceso que un resultado, su única forma posible es esa tensión hacia un libro futuro. Y así, el lector de El pasado, pensativo después de haber cerrado el libro de más de quinientas páginas, no puede sino quedarse esperando (¿imaginando?) el futuro de la literatura de Alan Pauls.

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