CASA MUNICIPAL DE BUENOS AIRES
El gobierno porteño está restaurando y revalorizando su sede. La vieja Casa Municipal enfrenta los problemas de todo edificio viejo en Argentina, varios de los que muestra todo edificio público y unos cuantos que son propios. Por ejemplo, que parece ser invisible: nadie se acuerda de él y casi nadie sabe que ese predio de cúpulas y dos esquinas es la sede municipal de la ciudad.
Parece un chiste, pero es así. La “Intendencia Municipal”, como dice el cartel original que todavía campea sobre su entrada sobre Avenida de Mayo, es el ilustre desconocido entre los edificios públicos de importancia en el centro. Donde cualquiera sabe qué es el Congreso, la Casa Rosada y la Catedral, donde aunque sea a talero se encuentra quien conozca la Legislatura o el Comando en Jefe del Ejército, y donde todos encuentran las grandes terminales ferroviarias, la Casa Municipal viene a quedar en el limbo. Cosa rara, porque se alza hace bastante más de un siglo en la esquina de Bolívar y Avenida de Mayo.
Para ir corrigiendo esta distorsión, el gobierno porteño comenzó algunas acciones. Una es la restauración paso a paso de lo que fue un agradable edificio público de fuste, de los que se hacían antes. Otra es la realización de un corto histórico y conceptual. Y el tercero es la publicación de un interesante libro con la historia del lugar. Así se puede aprender que el misterio es realmente profundo, porque la sede del gobierno municipal siempre estuvo donde ahora está. Resulta que en tiempos coloniales, cuando el Cabildo era grande, la cuadra se completaba con dos casas “de altos”, o sea que tenían un primer piso. Una era particular, la otra terminó alojando a la policía y, para mediados de siglo, a la intendencia.
Cuando Roca iba terminando su primer mandato, este país se hizo rico y comenzaron los grandes proyectos y el uso corriente de la palabra “faraónico”. Una de las decisiones políticas tomadas de lo más alto del poder fue demoler la primera Buenos Aires, la española –ahora estamos demoliendo la segunda, pero a tontas y locas, sin política alguna– y construir una nueva, más “europea”. Fue entonces que desapareció la Recova, se fue terminando la Casa Rosada, se urbanizó la Plaza de Mayo y se empezó a abrir la Avenida de Mayo.
Esto último implicó demoler parte del pobre Cabildo y desintegrar las dos casonas tradicionales de la cuadra. Y también tomar algunas decisiones, como que la policía se mudara a un palacete de la calle Moreno y que la intendencia se quedara donde siempre estuvo, pero en sede nueva. En el medio intervino la crisis financiera de 1890, lo que mató en la semilla el sueño de demoler nomás el Cabildo y hacer un palacio doble, con un edificio en cada lado de la avenida, y el práctico Francisco Bollini, el primer hijo de inmigrantes en ejercer de intendente y ahora recordado por un pasaje bohemio, tomó la decisión de comprar la demolición de la casa de los Zuberbühler, que caía para abrir la avenida, y construir una “casa económica”. Fue una idea provisional que duró muchos años.
El libro de Ulises Muschietti cuenta ésta y varias otras historias en mucho detalle y con una imperdible documentación gráfica. Así va apareciendo el debate para abrir las diagonales y ampliar la Casa Municipal, que dobla por Bolívar hasta tomar el aspecto actual, con un segundo cuerpo que contiene la entrada de honor al palacio. La última alteración registrada, en el libro y el video, es que se tapiaron las entradas al público, sobre la ochava de la avenida y Bolívar, y se puso un piso flotante de pinotea. Según parece, esto pasó en 1955 y el año pasado se encontró la obra. Por suerte, el trabajo fue de apuro y nadie se molestó en romper lo que había abajo, con lo que aparecieron los peldaños de mármol de una escalera y varios paños de mosaicos de colores, originales del edificio.
Pero hubo otros muchos cambios, que ni el libro ni el video registran, pero están incluidos en el plan maestro del edificio. Fueron los que resultaron de esa grasada de “modernizar” con techitos colgantes, subdivisiones y otras tonteras. La Casa Municipal fue masticada como por hormigas, igual que otras sedes oficiales, y sólo la perenne improvisación y la falta de dineros la salvó de males mayores. El edificio tiene chance de volver a ser lo que alguna vez fue y los resultados de las rigurosas restauraciones en varios de los salones formales levantan el ánimo.
Lo que no levanta nada es el doble discurso que, sin que nadie se dé cuenta, empapan el libro y sobre todo el video del gobierno porteño sobre este edificio. Ambos productos son homenajes y reivindicaciones amorosas de un edificio tradicional y bonito, con cierta pasión por que sea más conocido. Así, se abunda en la palabra “memoria” y se habla de la “amnesia” cultural y patrimonial de los porteños. Pero en cuanto se llega al tema de cómo ampliar el edificio, se empieza de nuevo con eso de la “nueva imagen” del gobierno porteño. La única manera de ampliarse que tiene el edificio del gobierno autónomo es sobre la calle Rivadavia, a esa altura una calleja estrecha. Ahí hay algunos pequeños edificios entre el final del palacio viejo y el edificio de La Prensa –hoy Ministerio de Cultura porteño– que ya son efectivamente propiedad y parte del Ejecutivo de la ciudad. Conociendo la pasión modernuda de los arquitectos locales, uno tiembla pensando en lo que puede resultar de un concurso público, qué pueden llegar a adosarle a la Casa Municipal y qué polvos quedarán cuando se demuelan los edificios sobre Rivadavia.
En fin, esperemos que la Casa Municipal se haga más conocida por su renacimiento y no por otras razones.
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