Sáb 09.12.2006
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NOTA DE TAPA

La iglesia de los Pacheco

Medio escondida en el tránsito del pueblo que fundó esa familia está su iglesia, la Purísima Concepción. De alma italiana, está completando la segunda fase de restauración respetuosa y de buen nivel.

› Por Sergio Kiernan

Medio escondida por el tránsito suburbano y como a la sombra de un puente vial, ahí anda entre sus cipreses la iglesia de la Purísima Concepción. Fue una de las obras con que la familia Pacheco terminó fundando un pueblo cerca de su maravilloso castillo, un conjunto que supo tener estación ferroviaria, puerto de arroyo, escuela rural y cantidad de puestos e instalaciones. Y todavía se adivina su primer aire rural, de edificio exento en un parque, acompañada de un gran chalet italiano y escolar –hoy la sacristía– que la deja asombrada de tanto auto. Con exactos 120 años, la muy linda y valiosa iglesia, que contiene la cripta familiar de los Pacheco, está terminando su segunda etapa de restauración.

Pacheco es parte de la Municipalidad de Tigre, que mostró en los últimos años una política hacia su patrimonio creativa y cuerda. Se protegieron muchos edificios, se creó el nuevo museo en el viejo club ribereño, se armó “ambiente” para que los privados restauren y se hicieron y hacen restauraciones como la de la Purísima Concepción, monumento histórico y propiedad del arzobispado de San Isidro. La iglesia tiene las proporciones modestas de una capilla rural, pero una estética de primerísima agua. Gótica y con un claro aire italianizante, fue construida por Francisco Erril en 1886, con muros autoportantes y un sistema de techumbres notables. El exterior es sequísimo, con apenas la fachada ornada y con tres muros lisos, despojados.

Iglesia Purísima Concepción de Pacheco.
Fotos: Bernardino Avila

El gasto se hizo arriba, con una agradable torre campanario y una serie de pináculos de zinc que le dan altura y movimiento. Justamente, y como manda el sentido común, los primeros trabajos fueron al tope, con reemplazos de tejuelas rotas traídos de Villa Ocampo, que donó algunas de las que se cambiaron por allá. Los ornamentos de zinc se afirmaron, se planchó mucho metal, se ajustó todo y se reemplazaron algunos pocos faltantes. Hubo mucho más trabajo en la estructura de madera, que tenía partes ya vencidas por el agua y el tiempo, y necesitó extensas reparaciones. Luego siguió un inteligente trabajo de redirigir las bajadas pluviales, sobrepasadas por los diluvios de estos tiempos de recalentamiento global. Sin que se vea desde afuera, el amplio ático alberga una serie de sistemas que frenan el agua y la bajan sin peligros.

Justamente por la cuestión de las aguas, al trabajo en las techumbres se le puso en paralelo uno de basamentos. Se picaron todos los zócalos exteriores, se lavaron los ladrillos ya salinizados, se cubrió con hidrófugo y se levantó la vereda perimetral de la iglesia para también impermeabilizarla, con hidrófugo, membrana y ángulos de escurrimiento bien estudiados. La vereda nueva fue recreada usando ladrillos cortados a guillotina, como los originales, hechos especialmente para que no se notara el cambio. Discretamente enterrado, se cavó un canal perimetral que se lleva rapidito la lluvia.

Una capilla lateral, con su cielorraso francés y las notables marcas de humedad.

Y poco más, ya que el noble templo aguantó con entereza el siglo largo de intemperie pampeana. El trabajo se trasladó entonces a la cripta de los Pacheco, un subsuelo que toma la mitad aproximadamente de la planta del templo y que resultó horrendamente maltratado por las filtraciones de las lluvias. La entrada está en una de las capillas laterales del templo en sí, un gran portón al que algún cínico pecador le robó los bronces y que da acceso a una escalinata sorprendentemente amplia y luminosa, con una gran claraboya en el cielorraso. La escalera baja y hace un codo hacia la izquierda al toparse con una ventana redonda y enorme, que pivota para revelar una suerte de túnel para que entre aire y luz. Es entonces que la escalera llega a la cripta en sí, un descanso amplio con un vitral piadoso, un altar de mesa de finísima factura europea y las tumbas familiares de los Pacheco.

El lugar es francamente raro. Por un lado, los cateos y la documentación fotográfica muestran que su aspecto actual, llamativo, es histórico: muros con juntas tomadas fingiendo bloques de piedra, patinados como si fueran de alguna roca acelestada y veteada. Tanta luminosidad y color se asientan sobre pavimentos de Carrara blanco y neige de Bruselas, el más negro de los negros. La bóveda en sí marca su acceso con una inscripción en el dintel –“alfa y omega, paz en la tumba”– y está protagonizada por una gran estructura de piedras esculpidas, como estantes, creada por el professore Primo Fontana. Allí descansan tres Pachecos y hay varios nichos vacíos, jamás usados. En este exacto momento, el panteón es el centro de los trabajos.

Dos de los notables frescos a la manera de Fra Angélico y uno de los cuarzos culpables.

La tercera etapa tomará el templo en sí, recuperando un edificio que realmente es un nudo en un estilo y una época temprana de la arquitectura argentina. La entrada es un mínimo hall que da paso a un primer espacio definido por el coro, una balconada que asoma a la nave central, rectangular, flanqueada por dos capillas –una para el órgano y la entrada a la cripta, la otra para orar nomás– y rematada en el ábside del altar mayor. La iglesia posee seis lindos vitrales laterales, en razonable estado de conservación, un pavimento colorido de hidráulicos, mueblerías de buena madera. Pero la alegría viene al levantar la vista y encontrar su sistema decorativo, que arranca con unas medias columnas falsas y gordas, estucadas para parecer de granito rosado y con unos capiteles rechonchos de estilo desconocido, y sigue con arquerías de supuesta piedra pintada que son, por supuesto, yeserías sobre maderas. Así es que la techumbre interna de la iglesia es una pequeña floresta de hojas, capullos y guardas de colores alegres. De paso, lo que se ve en la nave es apenas una de las tres “tapas” que tiene el edificio: por arriba de la falsa piedra hay un techo real de viguería metálica y bovedilla de ladrillos, y por encima el techo exterior de maderas y tejuelas apoyadas.

El ábside es lo mejor de este templo, ya que es dueño de dos tesoros. Por un lado, una gran pieza de altar en piedra blanquísima realizada en 1893 por Ettore Ferrari, mostrando a la señora Anchorena de Pacheco, donante del templo, siendo exaltada hacia el paraíso por un ángel elegantísimo y de vestido largo, que la lleva al trono de María. Por el otro, y hay que levantar la vista, están las cuatro románticas pinturas de Modesto Faustini hechas a la manera de Fra Angelico mostrando la Pasión, la Anunciación, el nacimiento y la apoteosis de María. Fueron las últimas piezas de Faustini, que estuvo en Pacheco entre 1889 y 1890 trabajando, volvió a Roma y murió en 1891. Este conjunto está iluminado por un paño de vitralería coronado, donde confluye el cielorraso gotizante, por un medallón de vitral donde el Señor y su Hijo se sientan al trono juzgándonos.

Este noble interior fue duramente afectado por la humedad. Al repararse los techos y los pluviales, dejó de llover en la nave y, como sucede siempre, al secarse las humedades se comenzaron a descascarar las pinturas murales. Los vitrales del altar necesitan una restauración y una limpieza flor y flor –son horizontales o casi– y las pinturas de Faustini necesitan una iluminación mejor que algunos cuarzos, grandes creadores de humo y destructores de murales. Esa será la tercera etapa, gracias a la comisión de obras municipales de Tigre.

Los que llevan la obra adelante son José Mastrangelo, de la empresa Uffizi, y Carlos Dematté, pintor y restaurador. La arquitecta Patricia Pisano fue quien hizo hace muchos años el relevamiento original para la declaración de monumento –horas de andamio dibujando– y todavía sigue en el tema junto al padre Martín Fassi, al contador Juan Pisano, a Victorio Primiani y a Ricardo Rocica. Lo que están restaurando es un templo de la primera gran época de arquitectura europea en el país, primo consanguíneo de los de Bunge. Para verlo, basta acercarse a Pacheco, pasar por la 197 y preguntar dónde está la UTN. La Purísima Concepción está justo al lado.

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