Sábado, 13 de enero de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
En Bariloche, desde la etiqueta Designo, los diseñadores industriales Manuel Rapoport y Martín Sabattini trabajan en un diseño con identidad y respeto por los recursos naturales de su zona.
Por Luján Cambariere
De a poco van surgiendo nuevas camadas de diseñadores industriales que eligen trabajar en su lugar en una puesta en valor de su entorno y materiales. Poblando el mapa del país con productos de fuerte identidad. Pero no la del souvenir cliché estancado en el tiempo, sino de piezas que todos quisiéramos tener en la urbe para reconfortarnos con un poco de la calidez, texturas y colores de la naturaleza.
Tal el caso de Designo, de los diseñadores industriales Manuel Rapoport y Martín Sabattini de Bariloche. Los conocimos cuando se presentaron por primera vez en Buenos Aires hace dos años, pero el empuje del turismo en su zona, con requerimientos de diversos hoteles (los que valoran la riqueza del diseño autóctono contemporáneo para sus espacios), engrosó su catálogo y la experiencia con que hoy cuentan. Además, suman proyectos de transferencia de diseño a distintas comunidades de artesanos, teniendo en cuenta el respeto y cuidado de los recursos naturales, así como también el de las personas, intentando que la disciplina sea generadora de puestos de trabajo.
Ahora bien, ¿sus señas particulares?: el simpático banquito matero de cuero de chivo y patas de ciprés de los Andes; el perchero EHR hecho de arce (especie exótica y bastante invasora de la zona); el banco Veral de madera de lenga y caña colihue, la mesa Dubidú, un marco de lenga con cubos de diversas maderas; la lámpara Lecter de aluminio, faja de cuero y piezas de madera de radal; la Piet de lenga y Radal y la mesa de luz “DS” con tapa de cajón de gamuza de cuero, madera de lenga y ramas rústicas de retama, entre muchas otras, de los cuarenta productos que ostentan.
Manuel es de Bariloche. Lo que se dice “un nic”, nacido y criado allá. Estudió en Córdoba diseño industrial (siguiendo los pasos de una posible novia, hoy mamá de sus mellizos de cinco años). Ahí lo conoció a Martín y empezaron a hacer algunos trabajos juntos. Después de recibido se fue a vivir a España, más precisamente a Barcelona. Estuvo de pasante en el estudio de Alberto Lievore y, como él cuenta, pudo vivenciar cómo se hacían las cosas en el Primer Mundo, pero decidió volverse en plena hecatombe nacional del 2001. Primero recaló en Córdoba, donde comenzó una maestría en Gestión Ambiental (vale aclarar que el padre de Manuel es Eduardo Rapoport, uno de los más prestigiosos ecólogos del país y del mundo, quien trabaja con malezas comestibles, con leyes y hasta una área de la biología que llevan su nombre) para poder abordar esta cuestión desde el diseño. Aunque el nacimiento de los niños lo devolvió a Bariloche, donde al poco tiempo llegó también Sabattini, con quien empezaron a trabajar en dupla desde la etiqueta Designo a partir del 2002. En charla con m2, Rapoport cuenta su visión de un diseño desde el sur:
–¿Cuál fue la idea gestora de Designo?
–Yo siempre tuve claro que quería trabajar en diseños propios con la cuestión de la Patagonia. Algo con identidad, sobre todo, porque veía que no había gente trabajando así en el sur. Entonces fue como decir plantémonos acá y se fue dando solo. Fuimos creciendo despacio pero seguro y hoy ya somos cuatro viviendo de esto con meses que no cierran los números y otros que sí. Arrancamos haciendo móviles de lunaria annua, la flor del papa, una especie europea introducida como flor decorativa en los jardines de Bariloche que se propagó bastante. Eran artesanías para competir ofreciendo diseño al turismo. Pero enseguida llegó el primer producto, que fue un biombo de tejuelas de alerce super etéreo. Hicimos diez y la verdad es que no se vendieron mucho porque es un producto muy especial para una persona que lo tiene que necesitar justo de esa medida y además apreciar mucho esa cuestión de revalorizar la teja de alerce. Pero nos abrió el camino.
–¿Desde un inicio tuvieron una especie de manifesto?
–Se fue dando, porque la verdad es difícil decir: “busquemos la identidad”. Hacés agua buscándola así. Lo interesante es arrancar a investigar en el lugar, con las cosas que tenés alrededor que pueden ser desde materiales a cuestiones culturales y aprovecharlas. La teja de alerce, por ejemplo, es un recurso que se saca de este árbol que está en la región, de una veta muy hermosa pero muy franca, entonces la van sacando a pura hacha para cubrir los techos de las casas. Se la ha explotado tanto a esa zona acotada de los Andes donde se encuentra, que ahora está prohibida su extracción. Muchos de esos techos que duran 50 años se desarman y quedan montañas que se queman o tiran. Entonces nosotros las compramos. Es laborioso recuperarlas porque tiene 50 años de sol e intemperie en la superficie, pero con distintas técnicas de lijado o cepillados especiales para que no pierda la textura logramos rescatar piezas que enriquecen nuestro trabajo. El segundo producto, por el que nos hicimos más conocidos, es el banquito matero, que salió de un boceto, de madera de lenga y cuero de chivo, muy simpático. El diseño es nuestro, pero es algo que se caía de maduro, como que salió solo. Un producto que debiera haber existido antes y se transformó en icono de la marca. Lo que nos gusta mucho, porque nada mejor que que te recuerden por tu producto.
–¿Cuál fue la gran vidriera?
–En un viaje que hicimos a Buenos Aires nos dirigimos sin conocer a nadie a Dara, la asociación de decoradores, para que pudieran distribuir nuestros folletos, pero no los aceptaron por no ser socios. Igualmente dejamos algunos que llegaron de casualidad a las manos de la mujer del dueño de los hoteles Design Suites que abrían uno en Bariloche y nos llamaron. Hoy les estamos agradecidos a ellos que se jugaron por nosotros, sin mucha trayectoria, e igual apostaron y nos permitieron desarrollarles mucho mobiliario, los enchapados de las paredes y lámparas. Ellos apostaron por eso de hacer un hotel de diseño con identidad del lugar. Y lo lindo fue que competimos en precio con Buenos Aires y eso nos amplió un montón el catálogo. Además después diseñamos productos para el Design Suites de El Calafate.
–¿Y las experiencias de transferencia con artesanos de la zona?
–Surgió de la propuesta de un amigo que vive al lado de casa y veía cómo laburábamos y le pareció que podíamos transferir algunos conocimientos a una ONG con la que él trabajaba. Así fueron saliendo proyectos de capacitación, de seguimiento y monitoreo o tutoría a microemprendedores porque hay una gran necesidad de estos encuentros. Se cae de maduro que mucha gente, sobre todo en el interior, necesita de estos cruces. El diseño no se cierra a la clase media alta. Debiera haber políticas de transferencia de diseño a clases medias y bajas, porque generan productos de consumo y de uso. El que funcionó mejor fue una experiencia con 20 artesanos de la Asociación Civil Norte-Sur. Si uno va con un proyecto claro, la necesidad está. Sólo hay que entender que nosotros como diseñadores podemos hacer un aporte en esos contextos.
–¿Cuál es el mayor desafío de esas experiencias para el diseñador?
–Algunos tienen muy poca instrucción. No hicieron el secundario y están haciendo producto, entonces están ávidos de información y hay que ser muy humildes para entender que ambos somos creativos. Entonces no hay que interferir sino ayudar, aprovechar estos elementos del diseño para potenciar sus emprendimientos. Laburar dando ejercicios o herramientas. Diseñar el espacio para que esta gente pueda hacer lo suyo.
–¿Metas para Designo?
–Nos vendría muy bien un capital de algún crédito para seguir creciendo. Muchas cosas se quedan en el tintero por la incapacidad de conseguir la tecnología que necesitamos, que por otro lado podría generar mano de obra y fuentes de trabajo. Pero en el sur no hay nada. Para el Gobierno no existimos. Nadie sabe lo que es el diseño y es lamentable porque el Estado es una entidad que puede potenciar muchísimo la actividad. Nuestro sueño es tener nuestra propia carpintería, un taller donde hacer una producción más grande.
–Igualmente no te podés quejar, tenés tu propio Guggenheim en Bariloche...
–Exactamente, la casa tomate. Yo digo que no hace falta usar titanio para tener tu propio Guggenheim pudiendo usar latas de tomate. Siempre me interesó el reciclaje y se me ocurrió la idea de usarlo para revestir mi propia casa por el enorme descarte que hay acá debido a la enorme cantidad de hoteles y restaurantes. Me encapriché y lo hice usando 700 latas que le compré a la gente del basural de Bariloche. La verdad, funciona bárbaro.
*Designo:www.designopatagonia.com.ar
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.