Historia porteña
En “Buenos Aires, arquitectura y patrimonio”, Xavier Verstraeten y Fabio Grementieri logran algo que parecía imposible: un libro lujoso lleno de contenido, con mucho que decirle a propios y turistas, ideas y visiones de la ciudad dignas y llamativas.
› Por Sergio Kiernan
Buenos Aires, arquitectura y patrimonio puede ser definido como una historia de lo que nos queda y, a la vez, un resto material de una época. Concebido, producido y encuadernado en el último momento del dólar de un peso, es un producto estupendamente editado, un lujo de cincuenta dólares la pieza que vale cada céntimo. Entre sus tapas enteladas y tituladas a cuño seco se guardan imágenes de la capital que supimos construir, contando una historia que arranca en los sótanos del zanjón de Granados y termina en el Malba y Puerto Madero. El libro, su señoría, es prueba de que la ciudad que habitamos realmente parece atemporal, soñada, un signo nacido por voluntad propia en medio de una Pampa indiferente.
Las fotografías son de Xavier Verstraeten, un veterano del coffee table book acostumbrado al lujo visual con sentido. La dirección del proyecto, los textos y la destacable introducción son de Pablo Grementieri, alguien con las ideas en orden. El conjunto es una recorrida de puntos focales de la historia física de la ciudad, un repertorio ordenado de influencias, texturas y momentos que se aprovecha bien del efecto de mostrar edificios muy conocidos desde ángulos insospechados. Ejemplo: la ignota galería interior del Cabildo, con sus palitos tallados sosteniendo las tejas, la cúpula interior del Senado, el hall vidriado de Tribunales. También se abren las puertas de lugares poco vistos, como el Círculo de Armas, la estupenda escalinata del colegio San José o el versallesco salón del palacio Pereda –la residencia del embajador de Brasil– con su cielo raso con un gran fresco en blanco y negro.
Las tomas de Verstraeten son perfectas, el tipo de foto que muestra una nitidez sobrenatural exclusivamente a fuerza de luz natural y exposiciones largas. Su estilo transmite perfectamente la serenidad opulenta de ciertos edificios e interiores, el brillo y la textura de sus terminaciones, la prestancia de sus exteriores. Hay fotos que parecen redescubrir cosas que vimos mil veces, como la que muestra la entrada esquinera de Harrods al alba, en una ciudad extrañamente vacía y con sus bordes recortados sobre un cielo pálido.
Pese a ser desinhibidamente un “Recuerdo de Buenos Aires” un libro para mirar, éste no es un tomo zonzo. Los capítulos ordenan los períodos, muestran las inspiraciones académicas, inglesas, francesas, italianas con total precisión, llevan del urbanismo a la intimidad, no le hacen ascos a la vivienda popular y, por una vez en la vida, no idealizan La Boca. Es de disfrutar la sección dedicada al Art déco porteño, tan poco valorizado, y hay una toma de un pasillo interno del Banco Nación –pelado, blanco, revestido en piedra, con luces indirectas– que muestra el alma de Bustillo por su lado más discreto. Hasta el estilo internacional tiene un tono cálido: la versión Verstraeten del hall del Teatro San Martín hace que uno les perdone a sus autores tantos pecados posteriores.
Esto es, que hasta para alguien que vive y pervive en Buenos Aires este libro tiene cosas para decir. El resumen de su historia que hace Grementieri se anima a explicar el origen y las razones de la ciudad porteña. No es poco, y le sale bien.
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