Sáb 14.09.2002
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Alla maniera antica

En la zona norte bonaerense se alza un haras construido de acuerdo a las reglas paladianas, con materiales y usos contemporáneos, y un cuidado sentido de la armonía y el balance. Una obra con las raíces bien hundidas en la historia y en un repertorio cultural hoy despreciado.

› Por Sergio Kiernan

En medio de la nada, campo pelado, el sol cruel. Empezó con una marca en el pasto chuzo, un cuadrado destinado a ser patio central, prado, núcleo. Un par de edificios laterales, árboles como palitos, un “más allá” que sería jardín y vista, justo hasta donde se junta el agua el los bajíos. La huella sería camino y también eje de fuga de una perspectiva que nacía bajo el signo sonriente de Andrea Palladio en su versión inglesa. Hace algo más de diez años, en la zona norte de la provincia de Buenos Aires arrancaba el proyecto de un haras que iba a usar conceptos despreciados por el modernismo y los modernudos: equilibrio, simetría, balance, proporción. El resultado –con los árboles crecidos, los prados maduros, los edificios terminados– es una muestra de resultados con economía de recursos, una prueba de que el lenguaje del clacisismo tiene intacto su arsenal.
En cuarenta hectáreas entre un arroyo y un camino vecinal, el constructor Alejandro Moreno creó una villa paladiana de proporciones equilibradas, modesta en su expresión y práctica en sus materiales. Moreno ya había probado la mano en el estilo neoclásico construyendo casas de fin de semana para amigos, y en el haras encaró el concepto –romano, italiano, universal– de la casa de campo que une el ideal de la vida civilizada con la tarea campera. La entrada es la modestia en persona, una tranquera que abre un camino arbolado con un ángulo pronunciado que esconde la casa de vistas curiosas. Al doblar, se aprecia la primera de las perspectivas de esta obra preocupada por las vistas. El camino enmarca el portón de entrada al patio central, flanqueado por dos columnas rusticadas con cabezas de caballos que a su vez enmarcan la casa principal y residencia. Aquí es donde empieza a notarse el efecto de la “buena proporción”, en la frase de Inigo Jones: las columnas enmarcan la casa y a medida que uno se acerca terminan delimitando el volumen central. Es una experiencia que se repite a cada momento.
La casa está flanqueada por dos galpones idénticos y equidistantes, que a su vez son flanqueados por otros dos, menores, también iguales y equidistantes. Una pared que se curva y se endereza, que va del material al seto vivo une –o separa– todos estos volúmenes. A los lados, se abren pórticos de arco, con pedimento y rustificación. El amplio espacio central –el “Patio”– tiene calles de piedra partida para la circulación que definen tres prados idénticos. El límite del verde y el gris es reforzado por unos pocos arbustos severamente recortados y espaciados.
La paleta es simple y ayuda a unificar el conjunto: ladrillo, cemento gris, techos negros. Como esto no es un capricho historicista sino una residencia y lugar de trabajo, los materiales son argentinos, comunes y contemporáneos. Este stud probablemente sea el primer edificio paladiano con techos de chapa acanalada del mundo, y los equipamientos son los absolutamente normales y necesarios.
Pero del otro lado continúan las sorpresas. Primero hay que cruzar la casa, que tiene una planta canónicamente cuadrada. El ambiente central es un cuadrado también, que se abre en grandes ventanales y una puerta doble a un pórtico sostenido por cuatro columnas y pedimentado. A ambos lados se abren cuatro pequeños ambientes, dos dormitorios, un comedor y un escritorio. La decoración interior es discreta, elegante, de colores claros y motivos decorativos de acuerdo a la paleta de Adams –hasta se ve en el comedor su proverbial “copa”, marca de fábrica del estilo. El ambiente central tiene un piso en damero blanco y negro, los laterales añejas pinoteas. Los muebles no son de museo, mezclan estilos y épocas pero funcionan bien entre sí y con la casa. Es un espacio paquete, aplomado y simple que va a envejecer muy bien.
Cruzando el pórtico se ve el segundo jardín. Es un gran espacio verde delimitado por setos vivos a los lados, seguidos de dos bandas de jardines formales, el pasatiempo y pasión del dueño de casa. El gran eje de la propiedad se continúa del otro lado con una estatua clásica y primaveral,un picadero oval y simétrico, y más abajo en el amable declive del terreno, una lagunita con un alto chorro de agua. El prado es para reuniones sociales y caminatas, y para darle perspectiva a la fachada de ese lado, más compleja y pronunciada por su pedimento y columnata. También sirve de platea para las muestras de los caballos en el picadero. La lagunita que termina, por así decirlo, ese sector, es natural: era un bajío donde se juntaba agua que fue excavado en algo, delimitado y controlado. El chorro de agua es una necesidad para que no se estanque y si apunta para arriba y no es una presencia invisible es por cuestión estética.
En resumen: un par de hectáreas paladianas en medio del campo argentino, cribadas de referencias culturales y adaptadas materialmente al aquí y ahora. Un espacio refinado pero simple, que, como dice Moreno, “te hace sentir que estás en alguna parte”. El se refiere al espacio, pero se puede agregar también que en este momento sin modelo ni referencia, también podría estar hablando de la idea de cómo hacer arquitectura.

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