Sábado, 5 de mayo de 2007 | Hoy
WILLIAMS
Por Matías Gigli
Ahora que ya empezó la demolición sobre las losas adyacentes al Teatro Colón, que son la azotea de los talleres del teatro, muchos recuerdan con añoranza la plaza con “parterres” que diseñó Carlos Thays como acceso al teatro a través del Pasaje de los Carruajes. También es bueno evaluar y recordar el proyecto de Amancio Williams para ese espacio de la ciudad hace exactamente treinta y cinco años. Williams pensó un espacio destinado a monumento a pedido de la Municipalidad, como homenaje a los bailarines del cuerpo estable del teatro muertos en un accidente aéreo. El proyecto consistía en un gran piso en el que se depositaba una fina estructura de aluminio anodizado que –según la memoria descriptiva volcada en el libro editado por sus hijos Verónica, Florencia, Inés, Cristóbal, Teresa, Pablo y Claudio en 1990– se elevaba hasta los 14,64 metros. La estructura estaba destinada a sostener una pantalla doble de láminas de mármol blanco y tres pantallas dobles de cristal ahumado negro. Las pantallas se ubicaban a una altura de 4 metros y por medio de un sencillo sistema eléctrico recibirían desde su parte superior una fina película de agua que las mantendría limpias y brillantes. La idea giraba en torno de diferentes momentos: en el día la obra contrastaría con el barroquismo del teatro y resultaría un espectáculo en sí misma. Al anochecer se iluminarían las dos caras exteriores de la doble pantalla de mármol blanco. El efecto lumínico se completaba con un lento apagado en las dos caras laterales, ahí se encendían dos finos rayos láser de luz roja que se proyectaría sobre las dos pantallas de mármol. Las ideas de Amancio fueron vanguardistas en su momento y lo siguen siendo todavía. La utilización de la iluminación como elemento plástico, la idea de abstracción y la valoración de los planos sumadas a la solemnidad moderna frente a un edificio monumental siguen emocionando. Pero Amancio no tomaba al espacio urbano del modo en que lo entendemos hoy, no estaba preocupado en el uso del gran solado como un espacio público en donde permanecer y vivir. Hoy estamos frente a una realidad más compleja y menos determinante, ni Amancio ni Thays, pero mucho de ambos.
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