PRESERVACIóN
Los norteamericanos son muy individualistas y por eso no le dejan el tema de la preservación al Estado: le tienen demasiada desconfianza, saben que casi nunca dará bola si alguien va a hacer dinero demoliendo y tienen la tradición de despegarse de la silla y hacer cosas. Por eso, la mayor y más activa institución preservacionista de EE.UU. es un club llamado National Trust for Historical Preservation, dedicado a hacer lobby, fastidiar a políticos, publicar libros y guías, ayudar a gente suelta desesperada por demoliciones diversas y en general juntar a almas afines. El Trust logró parar crímenes de lesa historia, perdió batallas memorables y tuvo ideas inspiradas, como crear la asociación de hoteles históricos, empresas que aceptan restaurar sus edificios y reciben un sello de calidad y la recomendación a los socios, guía incluida. Ultimamente hasta andan funcionando de inmobiliaria para socios que tienen casas restauradas y se las quieren vender a gente que las trate con respeto.
Como la vida es dura, mucha de la actividad del Trust es negativa y no consiste en cosas lindas, como salvar lugares, sino en quemar y denunciar a los que destruyen. No es que al club le gusten las malas noticias –de hecho les encanta hablar de los lugares históricos que salvaron y hasta mantienen ellos mismos, transformados en atracciones turísticas–, pero en esto de la preservación las malas son más que las buenas. El Trust acaba de publicar su lista de los once lugares patrimoniales más amenazados en EE.UU., y es un punteo que vale la pena leer porque muestra temas de los que por aquí ni hablamos todavía.
Por un lado hay artefactos reconocibles para cualquier argentino que viva en una ciudad, como la costa industrial de Nueva York que, a la manera de un Puerto Madero, consiste en una larga serie de fábricas muy viejas, muy bonitas y muy cerradas, amenazadas de demolición inmediata en una de las ciudades más caras del planeta. Otro lugar asimilable a la cultura argentina es el Campo de Internación Minidoka, en Idaho, donde fueron llevados de prepo los norteamericanos de ascendencia japonesa durante la guerra, en uno de los episodios más penosos de racismo y paranoia de la historia. El campo fue abandonado simplemente y está al borde de la desaparición física –es, literalmente, un campo–, pero los descendientes de sus prisioneros lo quieren preservar como un monumento a la memoria.
Los demás sitios son más llamativos para un argentino. Van desde el hipódromo de Hialeah, en Florida, que va a ser remodelado pese a que es una joyita muy coherente de arquitectura de los cuarenta, hasta la casa del arquitecto H. H. Richardson en Brookline, Massachusetts, cuyos dueños restauraron hasta con los muebles originales del famoso bostoniano, pero no encuentra hoy un dueño que prometa no remodelarla.
Pero lo más original de la lista es casi inimaginable para un argentino, porque son lugares de una inmensidad regional. Así, en la lista está la Ruta 66, con sus decenas de moteles, hoteles y estaciones de servicio, y El Camino Real de Nuevo México, que fue la primera ruta en los EE.UU., creada por los españoles para explorar y comerciar con los indios. La ruta quedó abandonada al perder todo su tránsito cuando se inauguró una autopista –como en la película Cars– y el Camino Real, si bien sigue ahí sin pavimentar, está perdiendo ante la erosión todos sus hitos históricos. Lo mismo ocurre con una larga serie de lugares históricos y naturales que están en peligro en 17 estados por la extensión de las líneas de alta tensión, que se cargan todo y no sólo destruyen paisajes increíbles sino que ordenan la demolición de todo tipo de edificios en el lugar.
Lo más notable de la lista es que el Trust se mete con obras públicas y con regiones enteras, sin que nadie los acuse de ser una banda de locos. Probate esa por acá: el chaleco de fuerza te espera.
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