NOTA DE TAPA
En Santa Fe, Martín Olavarría trabaja hace años diseñando maquinaria agrícola. Un segmento poco glamoroso, pero que demuestra de modo contundente el amplio espectro que compete a eso que llamamos diseño.
› Por Luján Cambariere
En algunos de esos debates frecuentes sobre qué es o no diseño, sobre todo industrial y en nuestro país, su nombre sobrevuela. Parece que en la llanura, más precisamente desde Santa Fe, Martín Olavarría viene demostrando lo indispensable que puede resultar la disciplina. En la que además, valga la redundancia, cosecha reconocimiento, por verdaderas joyitas para el agro. Sembradoras; pulverizadoras de arrastre y autopropulsadas; todo tipo de cosechadoras (para granos, aceitunas, naranjas, forrajes); tractores; fertilizadoras; máquinas de labranza; todo tipo de cabinas, gabinetes para electrónica y consolas de operación; parideras para cría de cerdos; jaulas de destete precoz para lechones; tolvas de transporte de granos y pasturas; henificadoras (cortadoras acondicionadoras de heno); empaquetadoras de rollos de heno, entre muchas otras. Algunas premiadas (Innovar 2006) como su cosechadora de aceitunas única en el mercado, ya que pesa 24 toneladas y cosecha un olivo en 20 segundos (fabricada en Venado Tuerto, se exporta a varios países).
Diseño social también lo llama él. Y da sus razones: “Cuando uno trabaja para un sector en el trabajan 44 mil personas en forma directa y muchas más en forma indirecta, eso es diseño social. El 70 por ciento de las fábricas de maquinaria agrícola (en facturación) son pymes de capital nacional. Cuando sabemos que cada argentino produce alimentos para diez personas en el mundo y que esos alimentos se producen con máquinas argentinas, sigue aumentando a escala internacional el concepto. No hacemos elementos suntuarios, hacemos comida y a pesar de la discusión imperante vamos a hacer también energía”, señala este diseñador industrial que, atento a lo que pasa en la escena design, quiso contar algo de lo que sucede tierra adentro.
Nació en Lomas de Zamora por accidente, ya que en esa época su padre –que era ingeniero agrónomo– manejaba un campo en cercanías de Merlo, San Luis. Vivió allí hasta los 9 años. Ahí aprendió a manejar un tractor, vio la primera cosechadora y se empezó a relacionar con esos “fierros del campo”. Después vivió unos años en General Madariaga hasta que se fue a La Plata a estudiar diseño industrial. “Para las fiestas de fin de año viajábamos a Buenos Aires en un jeep, que era el vehículo de la familia, y empecé a conocer esa impresionante planicie que es la pampa. Todo esto me quedó guardado muy adentro y afloró mucho después”, adelanta.
–En 1987 me salió la posibilidad de trabajar en el desarrollo de un camión mediano. Esto era en Las Varillas, Córdoba, y allí partí dejando en La Plata –que era donde vivía– a mi mujer, a mi hijo mayor y a otro que venía en camino. A los 20 días de empezar, por una decisión de la empresa, el trabajo se trasladó a Firmat. La empresa era Zanello (fabricante de tractores) y dentro del mismo grupo estaba Roque Vassalli SA (fabricante de cosechadoras). Ahí seguimos con el camión. A mediados de 1988 trasladé a mi familia y nacieron mis otros dos hijos. En la Argentina de aquellos tiempos todo era muy cambiante y el proyecto se frustró. Me ofrecieron seguir en la fábrica, pero pasando a las cosechadoras, y ése fue el inicio de mi relación con las máquinas agrícolas. Mi primer trabajo fue rediseñar el interior de una cabina de cosechadora en el ’89. Había que adaptar electrónica en las máquinas. En 15 días había que presentarlo en la Exposición Rural de Palermo. Salió bastante bien y me pusieron a cargo de la interacción entre la mecánica que se hacía en fábrica y los componentes de hidráulica y electrónica que hacían en otro lado. Impresionante experiencia. Por aquellos años logré que incorporaran dentro de la planta a otro diseñador y con él empezamos a desarrollar una nueva cabina para las cosechadoras.
–Muy complejo desde el diseño, porque son máquinas que trabajan operando sobre el suelo, un organismo vivo. Además, los granos que cosechamos son comida y debemos cuidarla como tal. Una cosechadora tiene 6 mil ítem, 6 mil piezas distintas que deben interactuar. Un pulverizador, unas 4500. Las sembradoras tienen menos ítem, pero son un gigantesco sistema con módulos que se repiten. Todas son básicamente grandes sistemas y muy complejas de poner a punto y de conducir. Hay mucha ingeniería pero, como es común, los ingenieros trabajan separando el problema en pequeñas parcelas y es el diseñador quien tiene la tarea de juntar todo en el momento de darles forma a las cosas.
–Somos vanguardia mundial en sembradoras de siembra directa. En la Argentina se venden más pulverizadores autopropulsados que en toda Europa (incluidos los países de la ex Unión Soviética). En cosechadoras somos uno de los tres países del mundo que han desarrollado la tecnología de esas máquinas (los otros son EE.UU. y Alemania), además de ser el país que consume menos combustible por cada tonelada de grano producida. Lo que viene: máquinas más grandes y más rápidas, más eficientes desde el punto de vista energético, cada vez más mecatrónicas (combinatoria de mecánica, electrónica e hidráulica), máquinas inteligentes que se autoguían, que registran en tiempo real los rindes y sus características (cantidad de aceite en oleaginosas, cantidad de gluten en cereales, cantidad de humedad) que hacen aplicaciones discriminadas de fertilizantes, semillas y productos fitosanitarios siguiendo mapas satelitales. Y mil cosas más.
–Todos los días son un desafío, ningún proyecto es igual a otro. Cada proyecto te obliga a estar siempre aprendiendo y a generar nuevos conocimientos. La semana pasada estuve en Mar del Plata en un congreso de diseño y se hablaba de investigación en diseño. Cuando les dije que el diseño en sí mismo es investigación permanente, casi me comen el hígado. Es mi forma de ver la disciplina: cuando en una ocasión me tocó diseñar productos para criaderos de cerdos, tuve que aprender a criar cerdos. Un amigo y colega dijo alguna vez que diseñar en la Argentina es como remar en dulce de leche. Diseñar es el desafío.
–Primero hay que familiarizarse con la tecnología, la del lado agropecuario y luego con la particular del medio productivo de estas máquinas. Desde herreros que trabajan la chapa en forma artesanal hasta robots que cortan, sueldan y arman. Si bien uno puede diseñar sin tener más que una idea de que se trata, las búsquedas formales obligan a profundizar mucho para obtener resultados. Nadie puede diseñar un producto si no entiende el mercado de ese producto. Esto obliga a conocer un mercado complejo, ya que no es lo mismo un cliente de Trenque Lauquen que uno de Tucumán. Las series de producción son bajas, comparadas con otros rubros, y si bien estas máquinas son caras, mucha amortización de herramental se hace difícil, y eso obliga a pensar y repensar las formas para usar tecnologías más blandas.
–No tengo nada con quienes diseñan sillones o lámparas. Al contrario, soy un consumidor de esos diseños y me parece fantástico que colegas míos hagan ese trabajo. El tema está en algunos medios que no profundizan, ni van más allá. Hablo de la Argentina profunda, de la del laburo, la que produce, a la que yo pertenezco. Cuando en las revistas dominicales salen notas de diseño que sólo abarcan un mínimo segmento, el empresario de mi sector que las lee, como todo el mundo, ¿qué ve? Cosas que a él no le sirven, una estética que no lo representa, una farándula a la cual no pertenece, ni tampoco sus clientes. Supongamos que un colega joven va a pedirle trabajo a ese empresario, ¿con qué argumentos le dice que su empresa necesita diseño?
Martín Olavarría:
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