Sáb 14.07.2007
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AMPAROS AL PATRIMONIO

Una pausa a la piqueta

La trágica demolición del petit hotel de Callao 924 se frenó gracias a dos amparos, uno de los vecinos y otro de dos legisladores preocupados por el patrimonio. Pero el edificio nunca fue catalogado y su status de “representativo” no alcanza, gracias a la desidia del gobierno porteño.

› Por Sergio Kiernan

El edificio de Callao 924 creado en tiempos más elegantes por Luis Martín todavía existe, aunque su vida pende de menos que un hilo: sólo lo protege un doble amparo presentado por vecinos preocupados y por dos legisladores porteños amigos del patrimonio. Este petit hotel de suprema elegancia e incalculable valor estético va a desaparecer por la indiferencia total al tema de dos gobiernos porteños consecutivos, que pasaron leyes, hicieron códigos y emitieron declaraciones, para luego cajonearlas a que junten polvo. Legalmente, lo único que protege la estructura de Callao 924 es que figura en una lista de “edificios representativos”, lo que no alcanza. El gobierno porteño jamás creó las instancias concretas para que los catálogos de objetos culturales, artísticos y patrimoniales se unificaran y completaran. Y eso era indispensable para que fueran protegidos. Si se suma el casi desprecio de la autoridad de Planeamiento hacia todo lo que no sea a estrenar y la anomia impotente de Cultura, es un milagro que quede algo.

Callao 924 es un ejemplar muy representativo de ese edificio antes común y hoy cada vez más raro en Buenos Aires, el del petit hotel de ville. Era el estilo preferido de la alta clase media de principios de siglo, un peldaño abajo del gran palacio y con lujos de primer orden. En este caso, se destacan vitrales de rara elegancia, una chimenea de mármol policromo, una entrada flanqueada de pilastras que da acceso a una gran escalinata de mármoles blancos y baranda francesa, infinitas molduras y bosques enteros de boisseries y puertas de honor.

Hasta hace poquito nomás, la gran cuadra de Callao al 900 estaba intacta, como había sido construida cuando el dinero compraba cosas bellas y no apenas caras. Primero cayó un petit hotel, luego otro y ahora viene el tercero. Queda uno, que ocupa la embajada siria y oculta un noble jardín, varios edificios a la francesa de altura que están seguros por ahora sólo por su tamaño y costo, y un par de edificios públicos, el de Obras Sanitarias en la esquina de Marcelo T. de Alvear, monumento histórico, y el del Etoss, que algún genio pintó de amarillo y cuya puerta desapareció cambiada por el infalible blindex.

Los dos petit hoteles fueron reemplazados por torrecitas de 14 pisos, de las que autoriza el código en las avenidas porteñas, de arquitectura profundamente anodina, olvidable, perecible. Al 924 le espera el mismo triste destino, el de perder una pieza de buena arquitectura a cambio de un edificio en altura sin el menor valor creativo, público, estético.

Las obras fueron detenidas el viernes por dos amparos presentados de apuro y aceptados de urgencia por dos ramas de la justicia. Los vecinos de Recoleta, patriotas barriales que viven demudados por las constantes demoliciones, presentaron uno ante la Justicia nacional, apuntando al dueño del edificio. El juzgado atendió la naturaleza del tema, entendió que no había tiempo de estudiar el pedido porque el edificio desaparecía, dictó el amparo congelando la demolición, se declaró incompetente y pasó el caso a la justicia porteña.

Allí ya estaba el amparo de los legisladores Teresa de Anchorena, presidente de la comisión de Patrimonio de la Legislatura, y Facundo di Filippo, presentado también el viernes pero apuntado al gobierno porteño. Anchorena y Di Filippo habían encontrado que Callao 924 estaba listado como “inmueble representativo” por Cultura porteña, lo que el juez encontró suficiente como para dictar el congelamiento de las obras. El edificio ya había perdido su bellísimo portón tallado, las rejas francesas de los balcones del primer piso y varias molduras internas, pero seguía en pie.

Esta semana no hubo demolición. Con una vocación que no tienen otros colegas, el dueño del edificio acató la orden en lugar de seguir de noche, honestidad ayudada por la guardia de cuerpo presente que le mantuvieron el fin de semana largo los vecinos de Recoleta –[email protected]– que ya saben qué tipo de actitudes tienen las constructoras ante las órdenes judiciales. Los vecinos volantearon en abundancia, colgaron carteles al frente de la obra y en general recibieron apoyo del transeúnte común, que considera automáticamente una pérdida la demolición de este tipo de joyas.

Ayer se realizó una audiencia de conciliación obligatoria ordenada por la justicia porteña entre los legisladores que pidieron el amparo, la Ciudad como parte acusada y el dueño del edificio. Anchorena y Di Filippi pidieron que se incluyera a los vecinos, presentando un escrito en el que copian el fallo de la justicia nacional y explican al juez que todavía no le llegó por vía formal porque esas cosas toman tiempo, pero que los activistas deberían participar. La audiencia tuvo una sorpresa no menor, ya que el dueño del edificio propuso algo poco común: rescatar los elementos ornamentales de los salones del petit hotel y reinstalarlos en un ámbito de la planta baja del nuevo edificio. En ese lugar se abriría entonces un espacio abierto a la comunidad y casi en especial a los patrimonialistas, que preserve una colección de objetos irreemplazables.

Ya sabemos que habrá que esperar que algún gobierno porteño se dé cuenta de que el patrimonio no es una manía de historiadores y no tiene nada que ver con los museos. Parece que ni el nivel cultural, ni el progresismo, ni siquiera el afrancesamiento penetra la dura incomprensión hacia el tema y la falta de coraje para poner límites. Hasta que algún político se dé cuenta de que el patrimonio y el ordenamiento urbano es una manera de mostrar visión –aquello de ser un estadista, se acordarán– hay que atender al ejemplo de los vecinos que tomaron la calle, volantearon y le hicieron un abrazo al edificio. Cuando el patrimonio sea un tema electoral y político, como la seguridad, la salud y el tránsito, se acabarán estas impotencias deprimentes.

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