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Sábado, 28 de julio de 2007

NOTA DE TAPA

El círculo de la UNSAM

La universidad de San Martín está trabajando en su nuevo campus central, en terrenos ferroviarios de Miguelete. La pieza central es un tornavías, un galpón circular viejo de más de un siglo, restaurado en sus exteriores. Una obra respetuosa del patrimonio, inteligente y práctica.

 Por Sergio Kiernan

Entre tantos problemas e indefiniciones de este triste país se cuenta la pérdida de confianza, y no sólo de la que se mide en riesgo-país. Allá por las vacas gordas, la muy calumniada generación del 80 la pegó en algo: si iban a crear un gran país, le iban a dar una gran arquitectura. Argentina se pobló de edificios públicos que no sólo eran de gran calidad material y tecnológica, sino que desde su belleza serena hablaban de una República y avisaban que allí se hacía contacto con ella.

El acceso al tornavías. Fotos: Rafael Yohai

Como ahora se cuestiona hasta si es invierno, esta tipología del edificio público que se nota a la legua y sirve de mojón anda de lo más devaluada. Para peor, la ideología modernuda considera el mismo concepto anticuado y derivativo, con lo que una intendencia ahora debe parecer un locutorio o, como mucho, una clínica dental: algo práctico, utilitario, sin imaginación y, pobres pajarones, sin ninguna lectura simbólica.

Que esto nos empobrece se puede comprobar simplemente viajando un poco y visitando países realmente pobres que nunca tuvieron una chance, como tuvimos nosotros, y por ende nunca se pudieron soñar. Son países fácilmente distinguibles por la falta de edificios públicos: no hay escuelas con columnatas, no hay legislaturas con cúpulas, no hay intendencias con grupos escultóricos y ni hablar de bancos Nación en estilo neoclásico. En esas tierras sólo hay prosa y los edificios públicos son en realidad edificios cualunques, pero de uso público.

Todo esto viene a cuento porque la Universidad Nacional de San Martín se está construyendo un campus central, un lugar que viene a ser tanto aulas, laboratorios, biblioteca y auditorio como imagen institucional. Y lo está haciendo con una inteligente sensibilidad que no divaga con ser Harvard pero no se conforma con parecer un locutorio. La UNSAM se afincó en los patios ferroviarios por detrás de la estación Miguelete, a metros de la General Paz, y está aprovechando un conjunto de patrimonio ferroviario para hacer su hogar, reciclar piezas históricas y ganarse una imagen.

Los terrenos son parte de la vieja infraestructura inglesa y la parte de la universidad son tres hectáreas más o menos rectangulares que vienen a formar un rincón con buen acceso sobre dos avenidas de un terreno mucho mayor. En esta esquina quedó un edificio eminentemente práctico y a la vez muy entretenido, el tornavías. Parece que en tiempos de las locomotoras a vapor, el mantenimiento era constante y demandante. Esas máquinas se rompían fácil y eran calderas rodantes, oficio desgastante. Por todo el país las empresas ferroviarias construyeron galpones de todo tipo para ajustarlas, lavarlas, llenarlas de agua –y, misteriosamente, de arena– y cargarles los tenders de carbón. En locaciones de alto tránsito, como las afueras de la Capital, se erigieron los tornavías.

El puente giratorio restaurado y las gradas de acceso desde el primer piso.

Todavía resultan una estructura notable, con aire a plaza de toros. Un tornavía es una estrella de rieles con un puente giratorio en el medio que permite apuntar las locomotoras hacia el espacio donde será servida. Estos espacios son naves en un galpón perimetral, con forma de anillo o de polígono de muchas, muchas facetas. Estructuralmente, estos galpones son la sencillez misma, ya que consisten en un muro exterior de buen enladrillado, calado con accesos para las locomotoras y con ventanales, y el resto es perfilería pura. El de San Martín no es la excepción, con una techumbre de chapas a cuatro aguas, cabreadas y columnas. Lo dicho: un galpón práctico.

Los arquitectos Fabián de la Fuente y Raúl Eugenio Pieroni, socios y coautores junto a Guillermo Raddavero, decidieron conservar el lugar, y lo hicieron con una sanidad que alegra. Es por eso que hoy se puede ver el muro perimetral de ladrillos restaurado con cariño, limpio y de juntas bien tomadas, con las piezas perdidas reemplazadas y partes demolidas reconstruidas. El tornavías, saqueado, vandalizado, abandonado, remodelado con la tontera de los años setenta y ocupado por muchos años, tiene hoy prácticamente el aspecto original, con sus vías de entrada conservadas en su lugar. Sólo las cubiertas y las ventanas son nuevas, las primeras porque alguna vez fueron reemplazadas por fibrocementos y las segundas porque fueron arrancadas y vendidas como fierro viejo.

La casa del director ferroviario, hoy un sorprendente teatro.

Es en el interior donde se hizo la obra nueva, un edificio de dos niveles que sigue la curva del tornavía acomodando oficinas, aulas y dependencias en líneas simples, colores claros y un repertorio acotado de materiales. Hay una preocupación por la luz –y regulares claraboyas– un funcionalismo moderado y un uso del singular espacio interno del tornavías. Es que todo el conjunto se asoma a la plaza interna del anillo, ahora parquizada y todavía con el puente giratorio bien pintado. Los ámbitos de la planta baja abren francos al césped y los del primer piso disfrutan de una balconada perimetral por la que se puede bajar directamente al pasto por dos escalinatas de teatro griego. Tan de teatro griego, de hecho, que en primavera se dan clases ahí afuera, con el profesor a nivel del mar y los alumnos repartidos en los amplios escalones.

En el interior se destaca la comunicación vertical entre planta baja y primer piso, y, allá arriba, el amable juego de ángulos de las techumbres. Las bajadas de pluviales fueron realizadas con gruesos caños de hierro fundido, tan en tema que parecen originales pero que en realidad no existían en el galpón ferroviario. Las aulas y oficinas que dan al muro de ladrillo disfrutan de luz natural por el arco de medio punto que corona los ventanales: hubo que acostumbrarse a que la luz llegue del ras del piso, pero nadie pensaba agrandar los ventanales originales.

Al anillo le faltan completar dos segmentos, que alojarán laboratorios audiviosuales, lo que permite entender la dimensión del trabajo realizado: la parte sin tratar del tornavías es una ruina, una tapera. Imaginarse eso como un campus universitario realmente pidió creatividad. Ya hay hechos 7500 metros cuadrados y faltan otros 5000.

El tornavías es el edificio principal, pero no el único. A su lado hay una muy bonita casita estilo estación, con boletería y todo, que ahora aloja un teatro sorprendentemente amplio y cálido, además de oficinas. Esta casa había sido vandalizada y remodelada hasta la locura, con ventanas horizontales y otras tragedias. Hoy reluce con celosías de metal, ladrillos limpios, galería de chapa, maderas pulidas y todo lo que corresponde pintado del verde que corresponde –el “noche” y no el luminoso “verde inglés” que inventaron las ferreterías argentinas y es perfectamente desconocido entre ingleses.

Pegadito a la casa, hoy teatro abierto a la comunidad, hay dos torres de agua también muy maltratadas que están siendo restauradas para alojar nuevamente tanques, aunque ahora no para locomotoras. Más hacia la General Paz se alzan los dos edificios “nuevos” de la Universidad, uno para el rectorado y otro para laboratorios biológicos y realmente un lugar especial, con precauciones de ciencia ficción y capacidad de experimentación. A lo largo de este eje de obra nueva hay mucho césped, un lindo galpón de ladrillerías a restaurar y dos enormes tanques de fuel oil, que fueron patrióticamente lavados y certificados como respirables, para alojar en el futuro centros de exposición. El parque que está naciendo así contiene además objetos ferroviarios como las inmensas “canillas” de hierro, de varios metros de altura, con que se cargaban las locomotoras.

La UNSAM está sirviendo de motor al barrio. La municipalidad va a ampliar la avenida 25 de Mayo, acceso directo al campus, y crear un parque lineal. Ya se hicieron trabajos de señalización e iluminación en el perímetro y se nota la diferencia: en marzo de 2004, cuando comenzaron los trabajos, el lugar era patético; cuando se termine el conjunto, va a ser otro planeta. Y la joven universidad va a tener un edificio simbólico, con un eco histórico y espacios singulares.

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