Las ceramistas de Objetos Argentinos se dedican a una técnica milenariamente japonesa, contemporáneamente americana y actualmente más que local en sus productos.
Se conocían desde hacía tiempo gracias a una actividad, la cerámica, que les apasiona. La eclosión de diciembre le cerró varias puertas al trío formando por la profesora Beba von Zabel y las alumnas, Adriana Abritta (fonoaudióloga) y Carolina Rampone (publicista), que perdieron sus trabajos estables). Pero les abrió una ventana, la posibilidad de gestar un proyecto en conjunto. “Sobre todo cuando nos dimos cuenta de que después de tantos años de comprar objetos made in China, este cambio de escenario era la posibilidad de revalorizar lo nuestro”, cuentan.
Fue así como decidieron aunar esfuerzos y salir al ruedo con una línea propia de cuencos, platos, fuentes, lámparas, juegos de mesa –senku, tatetí, ajedrez–, bachas para baños y esculturas, entre otros, producidos en arcilla de forma totalmente artesanal con distintas técnicas y sello argentino que pasa por ahondar en distintos dibujos y estampas autóctonas. “En un mundo donde la comunicación hace que veamos de forma permanente las distintas actividades artísticas de otras culturas, sentimos la necesidad de encontrar un estilo propio aplicando técnicas orientales y americanas a las que les combinamos elementos de nuestro pasado”, explican.
La ceremonia del fuego
Así, su labor se centra en el raku. Es una técnica japonesa milenaria reinterpretada en el siglo XX por un norteamericano, ligada en su origen a la ceremonia del té. En principio, el raku utiliza los mismos elementos (arcilla y esmalte) comunes a las alfarería tradicional, con protagonismo del empleo del fuego. “Una vez moldeada la pieza”, explica Von Zabel, “pasa al horno eléctrico o de gas. Una vez hecho el bizcocho, se lo esmalta y vuelve al horno. Cuando está a aproximadamente 950 grados, y el esmalte como en un estado de ‘miel’, se lo saca. Se tira la pieza en un tacho con aserrín, se lo tapa y ahí adentro se produce la oxidación que hace que los esmaltes se metalicen y la pasta sin esmaltar quede negra. Luego, al tomar contacto con el agua, se termina el proceso”.
Así, cada pieza va adquiriendo efectos craquelados, ahumados, rugosos o con distintos reflejos metálicos que la hacen única e irrepetible. “Con lo que el artista tiene la posibilidad de un juego creativo único”, explica Rampone. “Donde la ceremonia de la horneada se vuelve un momento de mucha adrenalina –suma Abritta–, que permite que uno siga experimentando.”
Eso es a lo que apuntan, sobre todo con los dibujos o adornos que suman a cada pieza. Los animales autóctonos como ñandúes, lagartijas, sapos, ranas, lechuzas y guanacos que conforman una de las líneas. Hasta los distintos dibujos rupestres o estampas de flores y frutos locales. A las tres, el contacto con la arcilla les permite dar rienda suelta a su creatividad. ¿La técnica raku? “Una fuente inagotable de fascinación y una alquimia especial. Es que el contacto con la pieza saliendo incandescente del horno, transformándose a cada instante al pasar por la viruta de madera, el fuego y el agua es pura sorpresa”, rematan.
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