Sábado, 18 de agosto de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Además de concientizar sobre la práctica del Comercio Justo para facilitar el acceso al mercado de artesanos aborígenes y criollos, Fundación Silataj y Arte y Esperanza tienen tiendas de artesanías donde poder concretar un consumo responsable aquí y ahora.
Por Luján Cambariere
Cómo explicar al consumidor adiestrado en el fenómeno “todo por dos pesos” y en un contexto donde nada sobra, que muchas veces esa carrera desmedida por el precio más bajo favorece a intermediarios y comerciantes inescrupulosos. Y cómo con una actitud un poco más consciente y responsable se puede modificar la realidad de muchas personas haciendo compras.
En nuestro país la artesanía es una de las actividades que más se ve afectada por estas variables. A la vez, mirándolo desde un lado esperanzador, es la que ofrece la oportunidad de ensayar otro tipo de intercambios. Practicar otra economía, la del comercio justo, un movimiento que nace hace 30 años en beneficio de los productores más aislados y marginados, para asegurar un pago justo, relaciones a largo plazo, igualdad de las mujeres, respeto por el medio ambiente y la preservación de su cultura.
Son objetivos que llevan implícita la otra cara de esta moneda: el consumo responsable. ¿Utopía? Puede ser, aunque también oportunidad. En un mundo globalizado, algunos comienzan a buscar el valor de la diferencia (la bendita customización) y a la persona que hay detrás de los objetos. Y qué mayor poética que la de estas piezas únicas hechas con las manos, con nuestros materiales, en comunión con el planeta. Las organizaciones que trabajan con diseño y artesanía dentro de este marco consideran la creciente dificultad para conseguir la materia prima, los largos pero necesarios procesos para acondicionarla, el uso de tintes naturales y el hecho de que cada obra es única e irrepetible, originada en costumbres y conocimientos tradicionales. Y además, últimamente, se ocupan de que nosotros, desde las grandes urbes, alejados de los paisajes donde se entretejen estos diálogos, sepamos de estas realidades.
Por eso muestran fotos, audiovisuales, atienden necesidades, dándonos la oportunidad de tomar partido y no simplemente admirar una ética lejana. Aquí presentamos dos que resultan emblemáticas, ya que hace años centran sus esfuerzos en la creación de fuentes de trabajo para pueblos indígenas y criollos a través de la comercialización de sus artesanías. Hablamos de Silataj, organización que desde 2004 forma parte de la Red Argentina de Comercio Justo, de la cual es cofundadora junto con una veintena de organizaciones de todo el país y a partir del año 2006 es miembro de IFAT (Asociación Internacional de Comercio Justo). Y también hablamos de Arte y Esperanza, con locales en San Telmo y San Isidro, también con sello IFAT.
Nace a partir del pedido de David González, un cacique wichí de Misión La Paz, para que comercializaran sus artesanías, ya que su comunidad se encontraba muy aislada de los centros urbanos. A fines de 1986 abren un local en Belgrano. Y en unos días suman otro, en conjunto con otras dos organizaciones (Surcos Patagónicos y Asociación Siwan `i), en el Centro. Al poco tiempo fueron incorporando al proyecto inicial comunidades chorote, pilagá, toba, kolla, chané y otros grupos wichí de Salta y Formosa. Así se fue ampliando el intercambio comercial y con el aumento de la producción se iniciaron las ventas al por mayor y se concretaron exportaciones.
Actualmente trabajan con 26 comunidades a las que además apoyan en proyectos como la construcción de aulas, huertas escolares y familiares, y reforestación de especies nativas. Por su parte, a nosotros nos llega su arte. Las bellas piezas en tejido de chaguar que las wichí tiñen con raíces, frutos, hojas y corteza. De los chané, la alfarería que se destaca por la calidad expresiva de sus piezas, los tradicionales diseños ornamentales y el uso de técnicas ancestrales. Además los varones tallan máscaras en madera de palo borracho que pintan con piedras blandas de río. La cerámica y la madera toba y los tejidos. La fina cestería pilagá, realizada con fibra de carandillo. Y, por supuesto, los textiles kollas en lana de llama y oveja (fajas en telar de cintura, chales, bufandas, ponchos y barracanes).
“Es muy evidente ver el cambio que representa el comercio justo para la artesanía, que fue y es una actividad tan explotada. Es habitual el trueque de artesanía por alimentos. Ir y levantar stock en camionetas para después venir a venderlo a Buenos Aires. Lo compran a dos pesos y lo venden a 50”, cuenta Dolores Bulit, referente del sector desde su doble rol del área de comunicación de Silataj y de la Red Argentina de Comercio Justo.
“Lo que sucede es que el Comercio Justo fue creado como algo del Primer Mundo al Tercero. Y acá nosotros nos vendemos a nosotros mismos y eso se hace más difícil. De desesperado a más desesperado. De pobres a más pobres. Igualmente no claudicamos en la creencia de que es posible un comercio más humano, una forma de economía donde las personas existen”, señala Bulit. ¿Metas? “Ir al hecho concreto de la compra, que es lo que el comercio justo necesita y difundirlo.”
¿Consejos a la hora de comprar? “En Silataj cada producto tiene una etiqueta que explica de qué comunidad es, el material y el sello IFAT. Por último, pensar que todo este trabajo es dedicado a los más marginados. Yo siempre digo que los aborígenes pobres tienen doble marginación: una por ser pobres y la otra por ser aborígenes. Por hablar otro idioma, vestirse de otra forma, despreciar el dinero, tener otras pautas culturales.”
En 1985 un grupo de voluntarios conectados con el Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (Endepa) de la Iglesia Católica comenzó a visitar periódicamente pueblos indígenas del Gran Chaco. De aquellos primeros viajes surgió el deseo de comprometerse con su realidad desde Buenos Aires, organizando un equipo de voluntarios (“Promoción Indígena”). En 1995 toman contacto con Cáritas, creando el primer local Arte y Esperanza en San Telmo. Con el apoyo de la cooperativa italiana Chico Mendes (integrante de CTM Altromercato) logran sumar otro en San Isidro para extender la oferta de artesanías y lograr un sitio de encuentro para difundir la causa indígena en colegios y universidades, ayudando a la toma de conciencia de la sociedad argentina a reconocerse como país pluriétnico y multicultural. En la actualidad trabajan con 36 comunidades de siete etnias –kollas, wichí, guaraníes, pilagás, chané, diaguitas, mapuches– y varios grupos de artesanos criollos. Piezas que llegan a nuestras manos, a precios sumamente accesibles. Sebastián Horn, de la organización, lo detalla:
–Los artesanos y artesanas de las comunidades indígenas toman del medio ambiente las materias primas a través de las cuales desarrollan sus artesanías. Para llegar donde se encuentran, recorren varios kilómetros, movilizándose muchas veces en grupo, a pie o en bicicletas; esta actividad se constituye así en un espacio de socialización. Su relación con la naturaleza los lleva a recolectarlas sin dañar. Generalmente, los procesos productivos son llevados a cabo en grupos familiares, utilizando herramientas muy sencillas y de forma manual. Esto permite que los más jóvenes aprendan y participen en la producción artesanal; este aprendizaje se da de una forma tradicional, donde los jóvenes aprenden observando, acompañando y trabajando durante todo el proceso. Dicho aprendizaje está enmarcado en una concepción más amplia de educación, donde la enseñanza se da de forma oral y práctica y no en un espacio formal (por ejemplo, el aula de una escuela). Los diseños constituyen una forma de transmisión de la cultura de cada pueblo, de su forma de trabajar y de su historia. Y así nos regalan el mejor ejemplo de multiculturalidad.
–Los precios los establecen los artesanos. Es un proceso que comienza al revés del tradicional. Ese precio debe cubrir los costos de producción, y permitir a los productores tener una vida digna y reservar un margen para fines sociales: escuela, salud, vivienda. Básicamente al precio final se les restan sólo los gastos de traslados y todo el resto, que es alrededor de un 40 por ciento, queda directamente para el artesano.
–En la mayoría de los casos es el mismo o cuestan un poco más; hay que tener en cuenta que si la comparación la hacemos con los productos que podemos encontrar en locales especializados en ofrecer bajos precios, debemos preguntarnos cuál es el “costo humano” que se ha pagado (en forma de explotación laboral) para que puedan llegar a nuestras manos a un precio increíblemente barato.
–Hay cien historias distintas. Hay artesanos que tienen celular, cuenta de banco para que nosotros les hagamos el depósito y ellos mismos despachan la mercadería para Buenos Aires. Hay otros que están en la mitad del monte chaqueño, para los que tenemos que procurar un transporte desde el pueblo más cercano para ir a buscar sus piezas y de ahí llevarlas a una ciudad más importante. A la vez, cuando nosotros viajamos a las comunidades, traemos piezas y eso es siempre lo más práctico.
–En todo lo relativo al medio ambiente ellos son grandes maestros. Los wichí usan madera seca o caída directamente del árbol, cuando en la misma provincia el gobierno usa para los postes de luz palosanto. O el chaguar, que ahora no crece por los desmontes a los que las empresas someten las tierras. Entonces las mujeres deben caminar kilómetros para encontrarlo.
–Lo aplicamos desde que empezamos pero cada vez es más crucial. Hoy tenemos diseñadores que colaboran con la organización para mejorar la calidad, las terminaciones, y que así el artesano pueda percibir más por su trabajo.
–El arte de poder plasmar una cultura en una pieza.
–En Europa lo es. Pero la diferencia con ellos es abismal, porque allá la mayoría de la gente puede decidir pagar un poco más por tener el jugo de naranja traído de Ecuador. La gente tiene en su bolsillo la oportunidad económica de decidir pagar un poco más porque sabe de dónde viene. Acá al argentino medio le molesta sentir que puede estar pagando más. Pero la utopía está y es lo que nos hace caminar y esperar que los consumidores locales empiecen a presumir de estos productos de otros tan argentinos como ellos pero que viven otra realidad.
–El 80 por ciento de las cosas. Las máscaras chané en palo borracho talladas a mano, con increíbles tonos, hechas con arcillas del Bermejo, machacadas en piedra, hechas con resinas y pintadas a mano. El proceso del chaguar, que si lo conocés lo valorás mucho más: una mujer que camina 16 kilómetros para buscar una planta que es tipo aloe vera, le saca espinas, la machaca, la deja secar, la tiñe, la hila, después la trenza en el telar, elige qué diseño va a usar, si el lomo del armadillo o los ojos del búho. Es maravilloso.
* Silataj: Vuelta de Obligado 1933, 4785-8371 y Libertad 948, www.fundacionsilataj.org.ar.
* Arte y Esperanza: Balcarce 234, 4343-1455 y Pedro de Mendoza 589, San Isidro, 4707-0613, www.arteyesperanza.com.ar.
El proyecto que dio origen a esta nota fue ganador de las Becas Avina de Investigación Periodística. La Fundación Avina no asume responsabilidad por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.