NOTA DE TAPA
La 3ª Feria de Anticuarios que organizan los Amigos del Museo Nacional de Arte Decorativo es nuevamente una impecable arca de diseños felices, tesoros de arte y materiales con historia.
› Por Sergio Kiernan
Resulta que los países se construyen, literalmente. Uno marca un territorio con mayor o menor coherencia, otro le da una bandera, un tercero siente leyes y alguno que otro le encuentra los héroes y los fundadores. Entre muchos, si hace falta, lo pelean para imponerlo, y luego se dedican con mayor o menor felicidad a la política, fuente de angustias. Ningún país tiene garantía de justicia o porvenir, pero algunos están mejor construidos que otros.
Un síntoma de estas patriadas es la acumulación de bellezas y pasados, la preservación de papeles, la construcción de edificios simbólicos, casos de arquitectura parlante. Hubo un tiempo en que los argentinos nos dedicamos a esto con cierto talento y también con fondos, acumulando tesoros que nos conectaran táctilmente a una civilización que, después de todo, era la nuestra. Los japoneses coleccionan takanas, los chinos porcelanas, los argentinos juntaban europeo en todas sus variantes.
La Feria de Anticuarios que organiza por tercera vez esa barra de amigos más que activos del Museo Nacional de Arte Decorativo es un monumento a estas aventuras. Es también un arca de tesoros culturales y un manual tridimensional de soluciones y propuestas de diseño que tiene mucho para enseñar. Y que deja preguntas como la de qué oscura semilla plantó el austríaco Biedermeier para que, un siglo largo después, su estilo reapareciera como Art Déco. En fin, la Feria en el Palais de Glace resulta una lujuria de calidades en maderas y porcelanas, lanas y algodones, cristales y platerías, ormolús y piedras, por no hablar de las piezas de arte y los libros. Es una muestra que levanta el ánimo y que todo estudiante de diseño debe visitar con cámara y block de bocetar.
Un espacio notable es el espacio del propio museo que, como siempre en la Feria, pone en valor piezas de su colección y las exhibe temáticamente, aumentando su patrimonio. Esta vez, la nota es el neoclasicismo francés prerrevolucionario, esas pocas décadas de fines del siglo XVIII que llamamos Luis XVI. La pieza mayor es la “cama a la polaca”, con baldaquino y muy femenina donada por las hijas de Roca en 1972, un mueble completamente pintado y con sus algodones originales, viejos de dos siglos. Lo de “polaca” viene por esa rara costumbre de ese país de arrimar las camas a las paredes, en lugar de dejarlas en medio de un cuarto o a lo sumo con la cabecera amurada, como se debía. Fue una moda exótica que, por supuesto, generó un estilo de mobiliario.
Este rincón contiene además un escritorio y una biblioteca, sillas “musicales” con respaldo en forma de lira y firmadas por Georges Jacob, una cómoda, varias mesas, bronces, relojes, bellos morillos a la egipcia, grabados para dar ambiente, un lindísimo par de urnas de terracota y porcelanas varias. La pieza que puede romperte el corazón está colgada de una de las paredes y es un tablero ornamental en madera, que alguna vez estuvo pintado y sobre una chimenea o una puerta en algún gran ambiente cubierto de boisserie. Es una pieza exquisita que en su desnudez prueba el rigor de la decoración de esa época y la increíble mano de los maestros talladores.
Casi en las antípodas de esta delicadeza de trazo estaría el rotundo escritorio de nogal, italiano y más o menos contemporáneo que exhibe Cardamom. Es una pieza masculina, con fuertes herrajes de hierros martillados, de los que se recomendaban como oficina para administrar fábricas o granjas. A su lado está la contraparte femenina, una escribanía de 1729, inglesa, delicada y, aunque también de nogal, casi rubia. Como para hacer las paces, ambas son dominadas por un notable conjunto suizo-alemán de mediados del siglo XVIII, una cómoda de frente serpenteante sobre la que yace un escritorio de tapa rebatible que sostiene a su vez un sólido librero. Ni tan rústico como su pariente italiano ni tan delicado como la inglesita, el mueble respira personalidad.
Siempre en el primer piso, O’Hagan se luce con un mueble Jansen que es un verdadero collage inspirado. Sus lados y su estructura son de fines del siglo XIX, en maderas duras y con pilastras de bronce cincelado y luego redorado. Pero sus dos grandes puertas provienen de la costa de Coromandel, son un siglo más viejas y muestran una delicada y colorida escena chinesca. Es un matrimonio sorprendente que funciona sin tensiones.
El espacio de Rambo está dominado por un notable tapiz florentino viejo de cuatro siglos, que perteneció a Jorge Beristain y figura en los archivos del MNAD como exhibido en 1939. Lo acompañan dos sillas de cadera, jamugas españolas que también hacían de silla de montar y podían plegarse para las mudanzas. Las piezas son idénticas pero una es del siglo XVI y la otra del XVIII. Estas severas españoladas flanquean una mesa donde bailan dos acróteras Ming, remates de tejado que atraían buenas suertes, espantaban demonios y representan sendas carpas míticas. Quien llegue a este espacio pasará por dos piezas nuevas pero tan refinadas como las antigüedades: dos grandes arañas de cristalerías en un estilo chinoise realizadas por Micaela Tuffano.
Circe hace honor este año también a su buen ojo y a la teatralidad de sus presentaciones, abriendo el fuego con un ropero policromo y alegre que, sorpresa, resulta ser inglés. El notable mueble de satinwood y maderas frutales está pintado en colores vívidos y en motivos florales, y el mueble no muestra en absoluto su siglo y pico de andanzas. Lo mismo ocurre con las dos notables cómodas rusas del siglo XVIII que de alguna manera terminaron tan lejos de casa, con sus líneas simplísimas y sus frentes delineados con enchapados de metal. Por no hablar de las sillas, también rusas, en estilo Biedermeier y de una notable tilt-top con una estrella en colores subidos. Como siempre en Circe hay una pieza para enamorarse, en este caso una pequeña mesita de trabajo cuyo tope se alza en ángulo, como un atril, y fue realizada en Francia en la madera más rubia posible durante el reino de ese monarca de transición, Carlos X.
Clock House, además de relojes y barómetros, se luce con una mesa de uso múltiple, georgiana y de caoba, de las que esconden cajones y mecanismos que permiten angular la tapa, como un tablero de dibujo o atril de acuarelista.
Entre tanto mueble europeo, Perricholi mantiene en alto el hispanismo, deslumbrando con dos pilas de agua bendita realmente estupendas y raras: son de madera policroma, vuelta a vetear y marcar por siglos de aguas. Las observa de cerca un arcángel de vestir del norte argentino, que en su desnudez actual y con sus piernas magras parece modernísimo, como esperando mudarse al Malba. Lopreto, por su parte, sigue en el registro español con una pieza de arrebato: un Santiago matamoros que podría mudarse, él, a la Casa Blanca con su cara feroz y su caballo que pisotea, justamente, a un moro de grandes bigotes.
Como siempre en la Feria hay un fuerte capítulo de textiles, que van desde las maravillas que siempre tienen los Kalpakian de Aubusson hasta los ponchos jesuíticos de Pérez Mazón, viejos de tres siglos pero aún vívidos en sus colores. Tampoco hay que perderse los tejidos argentinos de Ricardo Paz y las sedas pintadas del Asia central de De Benedictis. En cuanto al arte, abundan las maravillas: varios uruguayos influidos hasta el alma por Torres-García, una divertida españolada de Juan Carlos Alonso, con una Manola disfrazada de geisha, un Malharro dramático y una vista veneciana sin firmar que compró María Unzué en 1912 y muchos juran viene de la mano de Turner.
Y otro favorito inesperado: en el espacio de Eguiguren, casi disimuladas entre los titánicos Carraras que ornaron el jardín de la estancia Villa María, en Ezeiza, hay dos esculturas alemanas del siglo XVI, una Eva y un Adán vestidos con hojas de parra, que son un deleite de ingenuidad y buen gusto.
En fin, además está el shop, el café, la exhibición del Museo del Tigre, la abrumadora colección del museo de La Plata, charlas y recorridas guiadas por gente que realmente sabe del tema. Es hasta el domingo y no hay que perdérsela.
Feria de Anticuarios: en el Palais de Glace, Posadas 1724 y Schiaffino, hasta el 16 de septiembre. Abierta sábados y domingos de 11 a 21, lunes a viernes de 12 a 21. Entrada general 16 pesos, incluyendo todas las actividades y visitas guiadas. Estudiantes y jubilados, $10.
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