Sáb 27.10.2007
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NOTA DE TAPA

La vuelta de un Bencich

En la esquina afortunada de Diagonal y Florida se está recuperando una notable fachada, la del Bencich en la esquina sudoeste. Ya está asomando un sistema ornamental ecléctico y elegante, realizado en un luminoso símil piedra color arena.

› Por Sergio Kiernan

Hubo un tiempo en que la industria de la construcción no era tan flaca de ideas como es hoy y producía arquitectura estrictamente comercial pero de buena calidad. Había edificios caros y edificios baratos, como hoy, pero que se distinguían por algo más que el barrio. En este siglo 21, la diferencia entre 3000 y 1000 dólares el metro suele ser apenas el nombre de la calle: los edificios en sí son de la misma dudosa calidad, con los mismos materiales adocenados y exactamente el mismo diseño.

La familia Bencich hizo fortuna en esos tiempos idos construyendo a cuatro manos. Al contrario que las grandes constructoras de hoy, que sólo nos dejarán metros cúbicos de hormigón, los Bencich nos dejaron algunos de los mejores edificios de Buenos Aires, maravillas eclécticas pensadas como residencias u oficinas. Por ejemplo, la torre donde está el Sofitel, en la calle Arroyo, nacida como emprendimiento de renta para los Mihanovich, alta como le gustan al arquitecto Alvarez pero vibrante de elegancia e ideas arquitectónicas, todo lo contrario a lo que nos inflige el famoso arquitecto.

Todo esto viene a cuento por la restauración de una de las bellezas de los Bencich, el edificio de oficinas que se alza en la esquina sudoeste de ese cruce feliz de Diagonal y Florida. La Diagonal fue de los últimos proyectos urbanísticos de porte en nuestra ciudad, y el último que aportó algo más que tránsito fluido. Se ve que en esa década del veinte en que se arrancó fuerte todavía había capital, porque la nueva avenida se construyó rápido y terminó teniendo estilos notablemente coherentes. Hasta se pueden ver las etapas de construcción, con las primeras cuadras desde Plaza de Mayo todavía dominadas por un estilo más bien neoclásico que se va secando y haciendo más decó y racionalista a medida que se acerca al Obelisco y luego lo cruza.

Fotos: Bernardino Avila

Florida era entonces la calle comercial porteña y el nuevo cruce recibió un caso único en nuestro tejido urbano: cuatro edificios con cúpulas. Uno es el viejo Banco de Boston, plateresco y martilleado por los ahorristas. Otro es el zigurat, maltratado por los aires acondicionados, muy decó y algo severo. El tercero es el célebre de la doble cúpula de varios pisos, que está siendo pintado vergonzantemente, como para tapar los muchos parches de alquitrán. Y el tercero es el del 616, donde por muchos años hubo una farmacia.

Allá por 1928, cuando era joven, este edificio de Miguel Bencich fue una gloria y una dirección de fuste. Las buenas maderas de sus muchísimas puertas, los increíbles zócalos de mármol veteado de sus interminables pasillos y el par de centenares largos de lámparas de bronce que conserva todavía hoy levantan el ánimo y dan una sensación de opulencia. El 616 se salvó de ciertos males como los aires acondicionados gracias a un reglamento interno con algún rigor y a que la ornamentación de la fachada no es sólo abundante sino notable en sus volúmenes: picar eso era de astronautas. Así, los equipos fueron colocados en las ventanas, con un impacto visual mucho menor.

Lo que afectaba al edificio era simple vejez y la perenne reluctancia argentina a limpiar, mantener, conservar. La empresa Ardas comenzó un prolijo trabajo de restauración, lavado, puesta en valor y reparación de la envolvente supervisado por Marcelo Pujadas y dirigido por Germán Cabrera, con asesoría del especialista Rubén Otero. El edificio es enorme, mucho mayor de lo que parece desde la calle, y la obra comenzada en marzo recién debe terminar en diciembre.

Lo que se encontraron Pujadas, Cabrera y Otero es una noble fachada de símil piedra que envuelve como pocas su esquina de ángulo obtuso, con una cúpula de agua plana y un edificio de servicios, sorprendentemente afrancesado, en la azotea. Un pequeño espacio sin restaurar en la cúpula muestra todavía las que había pasado el sistema ornamental: molduras y frisos gastados por la erosión, bolseados a la que te criaste para sellar la humedad. El trabajo de restauración incluyó cosas como retirar a mano infinitos parches mal hechos.

La fachada mostraba erosiones y microfisuras sin número, pero lo más preocupante fueron las muchas grietas de todo calibre y verticales que se concentraban en las grandes pilastras monumentales que dominan la fachada. Como corresponde y es canónico, primero se lavó la fachada y luego se repitió la mezcla de material con Molinos Tarquini. Así se empezaron a restaurar en el lugar los ornamentos recuperables y se moldearon los que ya no daban más, para reemplazarlos por piezas nuevas pero idénticas. Las grietas fueron abiertas a mano –sin amoladoras, para garantizar la adherencia– y reparadas con puentes de adherencia acrílicos y materiales indistinguibles del original.

El trabajo en la fachada incluyó otros tres elementos por naturaleza invisibles. Primero, una gran serie de medidas antipalomas, con redes transparentes y muchísimos de esos alfileres de plástico que no las lastiman pero las molestan. Segundo, un sutil y fastidioso sistema de drenaje de los aires acondicionados, para que no goteen a la calle sino hacia el segundo piso, donde sus aguas son desviadas al aire y luz interno. Y tercero la instalación de caños de cableado para un futuro sistema de iluminación.

La intervención alcanza la planta baja, como siempre el nivel peor tratado del edificio por la manía de “modernizar” los edificios hasta el ridículo. En este caso se están unificando carpinterías siguiendo la línea original y se están reponiendo piezas perdidas sobre todo en las columnas revestidas de piedra gris, retiradas para, por ejemplo, colgar un toldo. La entrada al edificio también será refinada retirando un kiosco que la protege y colocando un cerramiento más vidrio que otra cosa, que valorice el acceso directo a un subsuelo que pide a gritos un uso comercial. Mientras tanto, el local de la esquina está siendo puesto en valor por separado, copiando las molduras sobrevivientes y dejando a la vista el impactante cerramiento que da al aire y luz, una bella pieza de herrería y marmolería olvidada en los fondos de la farmacia.

Lo que se verá a fin de año, cuando bajen los andamios, ya puede preverse en la franja de la fachada que da a la medianera sobre la Diagonal. Ahí asoma airoso uno de los últimos sistemas ornamentales porteños con hojas de acanto y frisos de egg and dart, pilastras de capitel y todo, y fuertes ménsulas flanqueadas por colgantes vegetales a la romana. La mejor sorpresa es una ya previsible: la piel del edificio es de un luminoso y alegre color arena.

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