La municipalidad de Rosario está manejando el conflictivo tema de las alturas de los edificios y el boom de las torres de un modo sorprendentemente simple y democrático: les preguntó a los vecinos de la ciudad. El mes pasado, el gobierno local hizo una encuesta –con medios propios, gente de su dirección de comunicación– para ver para qué lado soplaba el viento. El resultado es claro y contundente, ya que una clara mayoría rechaza el exceso de altura y una contundente quiere que los barrios fuera del centro, felizmente libres de esa tipología, sigan así, bajitos y con cielo.

El centro de Rosario ya está sobreconstruido y la línea frente al Paraná va pareciendo un murallón de altura. Recientemente, el gobierno municipal detuvo la construcción de torres en zonas ya saturadas, como el deseado boulevard Oroño, antaño una colección patrimonial y hoy una serie de edificios elegantes sobreviviendo entre torres. La primera propuesta era limitar la altura a los 19 metros, o sea planta baja y cinco pisos de cielorraso bien bajito, lo que despertó la furiosa oposición del lobby de las constructoras, que pidieron planta baja y diez pisos.

La encuesta muestra que el público se opone y que nadie cree que limitar la altura creará una apocalíptica crisis económica, como exageraron algunos interesados. El 77 por ciento de los consultados vive en el Centro o Macrocentro, cribado de torres, un tipo de edificios que sólo le gusta al 27,4. Entre el 23 por ciento que todavía vive en barrios libres de torres, sólo al 7,4 por ciento le parece un signo de progreso, algo deseable. Armado con estos números, el gobierno rosarino se mantuvo firme y anunció que presentará un proyecto de ley local admitiendo hasta 23 metros, o sea un piso o dos más de lo anterior, pero no diez y mucho menos torres.

Lo que no se va a tocar es la muy buena legislación de preservación del patrimonio que disfruta Rosario, que fue criticada apenas por el tres por ciento de los encuestados.