FOTOGRAFíA
Hijos del sol es un libro de dos fotógrafas argentinas que aman el mundo andino y lo retratan con ojos frescos, con respeto y con distancia de todo exotismo.
› Por Sergio Kiernan
No es cuestión de meterse a Susan Sontag, pero a veces uno se termina preguntando por los usos de la fotografía. En particular cuando sobrevuela el fantasma del exotismo, del indígena posando con su mugre, sus artefactos y su cara tan rara, su otredad para turistas. Es un peligro que se carga al más pintado, desde Leni Riefensthal –que vio ideales raciales en Africa y terminó mostrando a negros como una herrenvolk proyectada– hasta la National Geographic Magazine, expertos en wash and wear donde el mundo es lindo.
Tal vez la clave para zafar de estas trampas esté en la simpatía del observador, en su capacidad de bancarse la distancia con el desconocido sin transformarlo en adornito. Cada tanto, se encuentran casos de visitantes que actúan desde esta cosa común: buenos modales, curiosidad real, algo de mente en blanco, aceptación de lo distinto y conciencia de que, al fin de cuentas, todos queremos más o menos lo mismo.
Es el caso, felizmente, de Inés Miguens y Angela Copello, fotógrafas profesionales con mucho millaje andino, que acaban de publicar Hijos del sol, con un texto de Peter Frost y editado por Larivière, una casa que sigue dando satisfacciones con sus hermosos libros gráficos.
Como Miguens y Copello, argentinas ambas, viajaron muchas veces por el mundo inca a lo largo de cuatro años, se les termina notando en su trabajo una confianza con su sujeto que permite cierta naturalidad. Las fotos son impecables en lo técnico y expresivas, pero sin pirotecnias ni grandes expresividades a lo Tina Modotti. Lo realmente original es la entrada al mundo inca de hoy: las autoras muestran edificios arqueológicos y valiosos, lugares vivos y en uso, escenas en pleno campo, algunos paisajes formativos, ciudades vivas. Todo el mundo, o casi, está siempre trabajando, un tema que suele faltar en este tipo de obras en que los nativos parecen vivir del aire y sólo dedicarse a la caza.
Quien tenga el menor tránsito con esta región peruana, boliviana, ecuatoriana podrá reconocer lugares y caras. Habrá, sin embargo, novedades, como los músicos con sonrisas enormes y elegantes trajes y corbatas, o la notable belleza de un pibito abrazado a una cría de llama. También el Cuzco actual –el que deletrean Kojko– con sus bares de turistas y los formidables paisajes artificiales creados para cultivar en terrazas. Y siempre, muchas mujeres trabajando.
En fin, un libro que vale la pena ver y tener.
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