Sábado, 8 de diciembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
El programa Identidades Productivas de la Secretaría de Cultura de la Nación ayudó a crear una colección en Santa Cruz. Lo más importante, abrió el juego para que un grupo formado por aguerridas mujeres –Las Guanacas *– empiece a abrirse camino como cooperativa.
Por Luján Cambariere
Diseños desde donde todo termina o desde donde todo comienza, por ahí pasa un poco la cuestión. De cómo nos vemos frente a los otros, al mundo. Así lo empezaron a vivenciar artesanos, docentes, arquitectos, diseñadores y artistas de pueblos al fin del mundo. Tan maravillosamente parecidos en muchos aspectos y tan disímiles en otras cuestiones como El Calafate, Río Gallegos, Río Turbio, El Chaltén, Caleta Olivia y Los Antiguos, entre otros, aunados en una misma iniciativa. Hielo, viento, carbón, piedras. Pero también la cultura de pueblos originarios, flora y fauna del lugar y un crisol provincial, porque parece que otra de las cualidades del lugar es la de albergar a personas que llegan de todo el país. O del norte, como llaman a los que vivimos en Buenos Aires.
Cuando hace más de dos años comenzaron con la capacitación en el marco del programa Identidades Productivas de la Secretaría de Cultura de la Nación creado por Cintia Vietto, estas y otras cuestiones salieron a la luz. Después de diez talleres de diseño orquestados por docentes de la Universidad de Mar del Plata darían vida a un proyecto compartido. Una colección que representaría a la provincia y que a pesar de no pocos escollos y dificultades, hoy es germen de otro proyecto (o la mejor consecuencia del primero) que es la formación de una cooperativa con local a la calle, encargos de empresas de la zona, como una importante hostería y marca propia, Las Guanacas, que resume el empuje y creatividad de nueve mujeres que se pusieron al hombro el emprendimiento y que tuvimos el lujo de conocer en Turbio.
Santa Cruz tomó varias fuentes de inspiración que devinieron en seis líneas conformadas por indumentaria, joyería, utilitarios y objetos en una materialidad muy amplia –lana de oveja hilada a mano y teñida con tintes naturales y vellón de lana, arcillas, piedras semipreciosas, metales, pero también jean y distintos algodones–. Y técnicas variadas –tejido de punto a dos agujas, telar, estampados, sublimados y cerámica, entre otras–. Cada cual atendiendo su juego para contar rasgos diferenciales. Así con la Rupestre buscaron evocar parte del origen. Recuperar las huellas de los antiguos habitantes de la región asentadas en la piedra. La Cueva de las Manos da el presente y constituye una fuente única de un repertorio amplísimo de iconos y texturas. Formas figurativas de extrema síntesis que plasmaron en todo tipo de prendas, vajilla y manteles. Gracias a la Tehuelche recuperan el quillango. En su reelaboración rescatan el espíritu de este pueblo nómade que pobló estas tierras, su relación con la naturaleza y con su cuerpo y la de esta prenda como vehículo de expresión de su mundo simbólico. Para eso, adoptan los motivos aborígenes pero estilizados y agigantados sobre túnicas de géneros varios. Paisaje Natural y Paisaje Animal describen el paisaje y la fauna local. El cielo, la estepa, los hielos y guanacos, zorros, ñandúes, flamencos, gaviotas, ballenas y cóndores, entre otros, que transfieren a prendas y vajilla de cerámica. A través de la repetición seriada de elementos aluden a la manada, grupo o tropilla. Y también, por qué no, a la idea de estar juntos. Minera deriva del rediseño de las tipologías básicas de la ropa de trabajo –pantalones, mamelucos, camisas, delantales, camperas– de uno de los personajes emblemáticos de la provincia. Y por último, en Contrastes, conjugan varias de estas señas particulares apelando a la diversidad.
Son el presente de esta iniciativa. Un grupo formado por nueve aguerridas mujeres que contra viento (y acá en el Sur eso es mucho decir) y marea, luchan por perdurar y hacer sustentable, que no es otra cosa que para muchos sostener el sueño, de poder vivir de lo que les gusta. Se trata de Las Guanacas, las que apostaron por esa unión que a pesar de las diferencias hace a la fuerza, reunidas en el formato cooperativa.
“En la Cueva de las Manos, las guanacas preñadas eran el símbolo de subsistencia para toda una raza. Hace 7000, 9000 años, eran el alimento, la piel, la carne. Y sus crías, el futuro de las tribus nómades que habitaban estas tierras que dependían de su fertilidad en todo sentido. Hoy nosotras nos bautizamos así porque consideramos que estamos preñadas de creatividad. Y como ayer, también dependemos de ellas para seguir”, señala apasionada Es-ther Bertorello, una cordobesa inquieta y encantadora a la que, como a casi todas, el amor llevó hace años a esta provincia. Esther trabaja en telar. Enseña la técnica textil del dibujo en la trama y también a tejer a niños y adolescentes autistas. “Cuando surge la convocatoria Identidades Productivas no lo dudé. He vivido estudiando –artes plásticas, dibujo arquitectónico, tejeduría artística–. Y aparte de criar cuatro hijos no paro de perfeccionarme. El desafío es hacer siempre cosas nuevas. Por eso, para mí, el curso fue absolutamente maravilloso. Sobre todo porque ahondamos en fuentes inagotables de representatividad que ahora puedo trabajar de otra forma. Pero hoy, además, la cooperativa nos da la posibilidad de seguir creciendo y de ser una apertura laboral para mucha gente. No quiero pensar que esto no es posible. Sueño con que nuestro proyecto sirva para generar una salida a mano de obra genuina y valorada”, agrega.
Susana Ayala, docente de artes visuales y otro de los pilares de la cooperativa, resume el comienzo y el presente compartido: “El diseño formaba parte de mis intereses. Así que cuando me enteré de que mágicamente llegaba una capacitación a Río Gallegos me inscribí rápidamente. La verdad no sabía muy bien de qué se trataba y, si soy sincera, al principio la cuestión de la identidad no me interesaba. Yo vengo de Santa Fe, entonces tenía una cosa de no vincularme, una resistencia inicial, con lo local. Hasta que entendí que la identidad es inevitable. Y así apareció de yapa el trabajo colectivo, que fue maravilloso. Aprendí que tenía muchos preconceptos, por ejemplo respecto de lo lindo y lo feo. Y el curso amplió muchísimo mi mirada. Me ayudó a rescatar la belleza particular que hay en todas las cosas. Y aprender del trabajo en equipo, donde si vas con prejuicios, vas muerto. Realmente, fue aprender hasta el final y a cada momento, porque hasta cuando me tocó que me designaran a trabajar en una línea, quedé en la Minera. Nada más ajeno a mí y después me enamoré. Tiene esa cosa tan fuerte que me entregué”, detalla. Al igual que hace hoy con la cooperativa. Restándole horas al tiempo libre en pos de este anhelo compartido. “El proceso de la cooperativa es muy difícil de explicar. Sólo el que está adentro lo puede entender. Es muy complejo producir colectivamente. Muchas veces sentimos que tenemos mucho recorrido, pero a la vez poco para un emprendimiento. Pero la seguimos peleando porque fundamentalmente creemos en lo que hacemos”, señala.
Mientras que otra simpática santafesina (rosarina) y fanática del diseño (carrera que hubiera seguido de tener la posibilidad), la arquitecta Liliana Ferraro, actual tesorera de la cooperativa, coincide: “Estamos en una etapa crítica. Hay que seguir trabajando y ver qué sucede con todo esto. Todas queremos ver resultados en lo material y espiritual, y hay que seguir andando. El curso para mí fue fascinante. Esperaba con ansias cada encuentro. Si bien yo conocía herramientas del diseño, el tema del grupo tan diverso, gente que por ahí tenía distinta formación y ver cómo podés aprender de todos, fue realmente rico. Sobre todo en una provincia tan heterogénea donde hay gente de todos lados. Santa Cruz es una suma de corrientes. Vivimos en un lugar donde hay mucha mezcla y eso es lo positivo”, señala ella, que lo sabe por propia experiencia, ya que también adoptó el Sur por seguir a un amor.
Por su parte, Ana Genesutta, enérgica voz cantante del grupo, artesana y docente de Río Turbio, retoma el origen con una anécdota: “A decir verdad, al comienzo de la convocatoria yo iba a pelear. Porque con este asunto de la identidad acá nos tenían medio hartos. ‘La identidad está en el suelo que pisás, la gente que ves, los cerros, el viento, en la nieve, en la mina’, me decía yo. Pero acá igual vivíamos peleándonos por esas cuestiones. Entonces me anoté en el curso pensando: ‘Y ahora con qué me van a salir’. Pero el taller fue tan abierto desde el primer día que me fascinó. Los dos años que abarcaron los encuentros nunca falté. Cada vez me atrapaba más y para todos se abrió un abanico de posibilidades con cosas que tenés a la vista pero no ves. A través del diseño empecé a cambiar tantas cosas de mi propia producción artesanal. Si hasta me hacía ‘mea culpa’ a mí misma porque yo además soy escritora y soy muy sintética en mi escritura, entonces no entendía cómo podía ser tan barroca en mi artesanía. Hoy sigo entusiasmadísima y quiero que la cooperativa salga adelante. Para eso viajo a Gallegos una vez por semana y pongo todo. Tenemos una variedad de cosas bellísimas y queremos seguir apostando a nuestro sueño”. La contracara de Ana, una santafesina de pocas pero elocuentes palabras; María Graciela Cejas, versátil artesana que trabaja las diferentes materialidades de la zona (cerámica, madera, telar), también quiere decir lo suyo: “Para mí todo fue muy positivo. Pero sobre todo el poder compartir mis ideas con otras personas. Así podían ampliarse al compartirlas y eso es lo que más rescato”. Igual que Verónica Castronovo, la más jovencita del grupo, docente en artes visuales, que valora el intercambio de técnicas y materiales que les abrieron a todas nuevas posibilidades. “Eso, sí, aclara, ahora el trabajo de la cooperativa tiene tiempos que no son los del trabajo personal, diálogos, intercambios y yo apuesto a eso. Porque además hay que ser guanaca para bancar”, sostiene.
Por último, Ana María Catalán, ceramista y docente, mamá de tres hijos, abuela de cuatro nietos y sostén de familia, nos regala la bella perspectiva que se le revela desde su mundo desandado día y noche en bicicleta. “Yo ya tenía esa mirada de lo nuestro. De querer mi lugar. Muchos despotrican por el viento, la lluvia, o porque no hay tanta vegetación, pero yo, que ando en la bici a todos lados, tengo otra mirada. No la de la persona que va en auto o colectivo. Tengo la oportunidad de explorar, ver que en un lugar donde aparentemente no hay nada hay belleza. Hay flores, hay fauna. Y maravillarme con eso que aparentemente no está, pero está ahí si uno se detiene. El zapatito de la virgen, pequeñas flores silvestres, que a simple vista no las ves. La planta del calafate. Eso suma a mi creación y la transmito a lo que hago. Siempre tengo esa mirada de lo nuestro y la incorporo”, detalla. Así como hizo con el guanaco, animal del que también es fanática y que durante el curso explotó de una y mil formas en todo tipo de utilitarios –portasahumerios, jaboneras, mantequeras, dulceras–. “Es que lo he visto y lo veo tanto. Que está ahí siempre en el campo, vigía, con su grupo, siempre a la expectativa, atento, curioso, emprendedor, arrogante”, relata.
¿Cómo Las Guanacas? “Sí, absolutamente. Las Guanacas estamos ahí firmes, como el junco, pese a todo. A mí me pasa cuando voy en la bici que vienen ventarrones de aquéllos y yo sigo y sigo. Y eso quiero para mi cooperativa. Que el viento no nos doble. Que nos fortalezca y que pese a todo sigamos adelante”, remata.
* Las Guanacas: Pasteur 185, Río Gallegos, 02966-1552-0274, info@colecciónsantacruz.com
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