APH
El gobierno municipal preparó un proyecto de ley para crear seis APH en los barrios. Se busca preservar conjuntos sin ningún tesoro arquitectónico en particular.
Rosario está haciendo un trabajo destacado para proteger su patrimonio edificado. La ciudad está tan conservada o arruinada como cualquier otra de las principales del país, y registra sus tragedias y destrucciones, pero está reaccionando. Así como va recuperando su costa, comenzó un trabajo de preservación de fisonomías del centro a la periferia. En estos días, el Ejecutivo preparó un proyecto de creación de seis Areas de Protección Histórica en lo que por allá llaman el segundo cordón.
Rosario era hasta hace poco tiempo una demostración por el absurdo de qué le pasa a una ciudad costera cuando se cierra a su río. Buenos Aires tiene el mismo virus negacionista, pero el Plata es tan grande que no hay manera de ocultarlo. El más pequeño Paraná es más fácil de velar y Rosario creció y creció detrás de una barrera de vías férreas, zonas portuarias y horrores galponeros. El agua se veía de los departamentos altos y de lugares selectos con acceso a la costa.
Todo esto cambiando de manera asombrosa, con el río que va apareciendo en la vida urbana de un modo notable y rápido. Rosario recupera su frontera natural desarmando zonas vedadas al tránsito y la caminata, y rescatando edificios notables como patrimonio y para el uso comunal. Ya hay un museo en un silo y un centro cultural en patios ferroviarios, además de metros y más metros de costa sin murallas u obstáculos.
El microcentro fue lo primero a ser preservado y en buena hora, ya que Rosario tuvo un siglo veinte temprano de lujo. En la región abundan los edificios de primer orden, las firmas de nuestros mejores arquitectos y los espacios urbanos bien pensados. La movida continuó con el macrocentro e incluyó lugares tradicionales como el boulevard Nicasio Oroño, que todavía muestra casonas como para probar que fue un catálogo de buen gusto pero que estaba transformándose en una muralla de departamentos olvidables, como nuestra Avenida de los Incas. Así nacieron nada menos que 25 APH en la ciudad.
Ahora, el gobierno municipal está presentando al Concejo Deliberante seis más en el marco del programa de preservación del patrimonio arquitectónico. Las APH se centran en esos nodos de significación urbana que le dan identidad y centro a un barrio. Uno es el Barrio Sarmiento, un conjunto de casas privadas en Rondeau y Matorras, racionalistas y erigidas entre 1928 y 1932 como muy modernas viviendas populares. Estas Viviendas del Trabajador fueron financiadas por el Banco Municipal de Rosario y son similares a emprendimientos de vivienda en el Barrio Parque. Todavía existen 114 de estas casas, aunque varias fueron remodeladas.
La segunda APH es el barrio Lisandro de la Torre, más o menos contemporáneo al Sarmiento y también racionalista en identidad. Este barrio se vuelca al río y tiene un cierto aislamiento, con calles famosas por terminar abruptamente, grandes arboledas y un grado de preservación destacables. La tercera y cuarta APH se centran en las iglesias del Perpetuo Socorro, en barrio Arroyito, y de Nuestra Señora del Luján, en Perón y Cafferata. Los templos y sus entornos pasan a ser protegidos como conjuntos urbanos de identidad como una manera de anclar los barrios.
Los otros lugares a preservar giran alrededor de dos plazas, la Buratovich y la Jewell’s. La primera está en el barrio Echesortu, zona de casas bajas que se está poblando de edificios en altura de muy dudosa calidad. La segunda toma el entorno del Club Atlético del Rosario, fundado en 1868 en un barrio que también se está llenando de edificios altos.
Lo más destacable de esta iniciativa y lo que deja lecciones para pensar es que ninguna de las seis áreas a proteger contiene edificios notables en sí: no hay tesoros de la arquitectura en el segundo cordón rosarino. Lo que se busca cuidar es la fisonomía de los barrios, sus casas bajas y sus cielos despejados, ecologías urbanas que es fácil destruir. Este cuidado de los conjuntos es raro en el país e indica otra vez que en Rosario entendieron algo que en la Capital todavía no terminó de prender. Algo que es urgente entender en ciudades más pequeñas que Rosario, cuyas fisonomías y ambiente son mucho más frágiles todavía que las grandes urbes.
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