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Sábado, 26 de abril de 2008

NOTA DE TAPA

Del otro lado del mostrador

La quinta Cobo es una ruina, envuelta en un caso legal y político. Los desarrolladores del hotel, que mandaron demolerla, hablan por primera vez dando su versión.

 Por Sergio Kiernan

Como decía Niní Marshall, a esta altura de la soireé lo único que queda claro es que la quinta Cobo en el Tigre yace a medio demoler. Esta semana, el grupo desarrollador del Tigre Hotel, dueños del terreno en la primera cuadra de la avenida San Martín, salió a comunicar su proyecto y a defenderse de acusaciones varias. Las versiones son tan divergentes que no estaría mal convocar a un médium a ver qué tiene que decir el fallecido intendente Ubieto.

La historia arranca con el boom turístico y con el ramplón criterio de desarrollo del interminable intendente Ubieto, político que gobernó su ciudad bajo la dictadura y luego en democracia, al frente de un partido vecinalista que se partió en pedazos apenas muerto el caudillo. Ubieto permitió hacer torres, para desesperación general, al mismo tiempo que restauró lo que hoy es el Museo de Arte del Tigre y la estación fluvial. A la Quinta Cobo, a la que todavía llaman el Tigre Club por los años que la alquiló esa entidad, la desprotegió por completo y permitió el loteo de su inmenso terreno, en el que se construyeron edificios patéticos, sobre todo sobre el frente a San Martín.

El año pasado, con Ubieto ya fallecido y su partido percibiendo que iba a perder las elecciones ante Sergio Massa, un grupo de muy jóvenes vecinos organizó una sentada de sábado frente al viejo edificio y juntó firmas para protegerlo. Lo hacían por las insistentes versiones de que se iba a construir un hotel allí y que la quinta no estaba incluida.

Resultó cierto: hubo que presentar un amparo que terminó, por el peculiar sistema judicial bonaerense, en un juzgado laboral con una jueza que no sabía siquiera que los amparos no tienen plazos ni temas, y que ni pensó que hubiera la menor urgencia. Por supuesto que la había, ya que a la misma mañana siguiente de que la señora jueza descartara tomar medidas preventivas –no corre urgencia, dijo– una máquina de dibujos animados con una bola de hierro empezó a demoler la quinta Cobo. La jueza, pese a que su patético secretario afirmó que sólo trabajaba hasta la una de la tarde, tuvo que terminar esa tarde clausurando la obra, trabajando a deshoras y enterándose de un par de decisiones de la Corte Suprema sobre el tema amparos.

Así quedó la casona italianizante, herida de muerte, y la causa pasó a manos seguramente más intelectuales, en la Cámara. El gobierno del Tigre se enojó y mucho con sus jóvenes proteccionistas, y anduvo buscando conspiraciones desestabilizadoras entre los que defienden el patrimonio edificado, una verdadera muestra de provincianismo político. Lo que faltaba era escuchar a los que quieren construir el hotel.

Juan Pablo Lafosse es el director comercial y Sergio Stoler el financiero del emprendimiento, ambos tigrenses y ambos activos en el mercado de turismo. El arquitecto es Alejandro Hug, de viaje por trabajos en el interior y autor del proyecto. Los tres aclaran que no son los dueños del hotel sino desarrolladores que reunieron un grupo de inversores. La historia, dicen ellos, arranca cuando le llevan la idea a Ubieto con el muy sólido argumento de que Tigre no tiene un hotel grande y siendo la segunda ciudad más visitada del país, tiene la décima parte de las camas disponibles que Pilar. Tigre recibe una enorme proporción del turismo que llega a la ciudad, pero como una excursión del día, a un suburbio. La idea, seductora para el intendente, era retener parte de ese tráfico.

Según Lafosse y Stoler, fue Ubieto quien sugirió el terreno de la quinta Cobo, que era “un basural”. Cuentan los desarrolladores que el fallecido intendente quería transformar la avenida San Martín en una “Alvear del Tigre”, con edificios de alto nivel. Por eso les pidió un proyecto que reflejara el patrimonio de la gran época local y se destacara. Así nació la idea de inspirarse en el desaparecido Tigre Hotel para el proyecto.

Siempre según los desarrolladores, Ubieto y sus continuadores antes de Massa les dijeron que no ocuparan todo el terreno y que superaran la altura permitida en la zonificación, que ellos se lo iban a arreglar. Aquí comienzan algunas discrepancias:

n Los desarrolladores dicen que Ubieto sí sancionó una excepción para que se construyera un hotel en esa mano de San Martín, algo totalmente prohibido en el código. Citan como ejemplo que en la siguiente cuadra, de la misma mano, hay un hostel. Pero la arquitecta Laura Weber, asesora de la diputada Teresa de Anchorena, directora de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura porteña y una profesional de prolijidad asombrosa, no encuentra esa excepción en el código tigrense.

n Los desarrolladores dicen que tenían permiso para demoler, pero la Municipalidad de Tigre dice lo contrario y busca cobrar una fuerte multa por lo actuado.

Lo que sí quedó nomás en el aire es la excepción para subir en altura. No es que el proyecto del hotel sea una torre ni mucho menos, como puede apreciarse en los dibujos que acompañan esta nota, pero la zonificación es realmente baja en ese rincón del Tigre. Esto crea un problema realmente serio, porque las autoridades locales consideran el tema de las excepciones por altura delicado, una promesa de campaña del intendente Massa. Varios de sus funcionarios de mayor rango juraron que jamás aprobarán una excepción para el hotel. Donde no tendrán que pedirla es en cuanto a la superficie a ocupar. El terreno permite edificar el 60 por ciento de la superficie, pero el proyecto sólo toma un 50. Claro que eso se logra subiendo en altura, lo que está en veremos.

Algo que los desarrolladores se ocuparon de aclarar es que el juzgado de la doctora Sara Nasif nunca les comunicó que había un amparo, por lo que aparecieron demoliendo en medio del trámite legal. Esto puede parecer increíble, pero viendo cómo manejó todo la jueza, hasta resulta creíble. Claro que sigue la duda de si la bola de hierro actuó con o sin permiso de la municipalidad.

Es una pena que la quinta Cobo quedara en medio de todo esto. Lafosse y Stoler dicen que buscaron integrarla al proyecto pero desistieron porque les dejaba tan poco espacio para construir que los números no cerraban. Y vuelven con el desfalcado argumento de que la casa estaba en un estado tal que no era posible salvarla. Esto, en realidad, quiere decir que era demasiado caro salvarla, porque siempre es posible salvar un edificio. También es una pena porque el proyecto de Hug, sin ser ninguna obra maestra ni buscar serlo, sí le presta atención al entorno y parece realmente un edificio del Tigre, con techos de aguas y miradores. En otro terreno, su fama no sería polémica y negativa, y hasta se ganaría sus buenos elogios.

Pero la falta de protección y orden legal al patrimonio, y las promesas de intendentes crearon una situación donde lo que hay es un proyecto en veremos, una causa legal, una catástrofe de relaciones públicas y una pieza patrimonial valiosa destruida.

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