NOTA DE TAPA
Con su sala cerrada, nuestro máximo teatro cumple un siglo mientras se debate su autonomía en la Legislatura. No es una discusión casual, porque hace al mismo carácter de esa rara joya cultural.
› Por Sergio Kiernan
El Teatro Colón cumple mañana cien años y cada vez queda más como un símbolo de lo que fue y lo que es este país. El Colón es un teatro de una acústica que entusiasma a los entendidos y lo transforma en obligatorio para los artistas del mundo entero. Y el Colón es un tesoro ahora cerrado, atrapado en una obra demorada a la mejor manera argentina, cuestionada y cuestionable. El símbolo consiste en que no sólo no podríamos construir algo así en la Argentina de hoy, sino que ni siquiera podemos mantenerlo.
El centenario del teatro lo encuentra además en pleno debate sobre su autarquía, status que eriza a muchos curados de espanto por las avivadas que suele justificar. Pero una cosa es la autarquía de ferrocarriles y empresas estatales, otra es la de grandes teatros. La práctica es muy común en el mundo porque permite que se manejen con el ritmo y el horizonte de tiempos de las temporadas, no de la política. Sus dueños –estados nacionales, provinciales o municipales– se encargan de vigilarlos y evaluar su conducción, pero no los administran directamente.
El tema viene a cuento porque en la Legislatura porteña se debate justamente ahora la autarquía del Colón. El proyecto enviado por el ejecutivo despertó un debate interesante y detallado, que podría sorprender por ser multipartidario (aunque en la Legislatura se dialoga entre partidos de un modo bastante fluido). La diputada por la Coalición Cívica Teresa de Anchorena, presidente de la Comisión Especial de Patrimonio y miembro de la de Cultura, tiene mucha intervención en este debate (ver aparte) y explica que el Colón necesita autarquía porque “es el lugar cultural más importante de Argentina. En el mundo cultural, el Colón como teatro es más importante que Argentina como país”.
Como explica Anchorena, el Colón tiene el mayor presupuesto cultural de la Ciudad, lo que significa una parte notable del presupuesto total del área y una necesidad de administrarlo independientemente. “El Colón se tiene que liberar de la Cuenta Unica de la Ciudad –dice la legisladora–-, que es un invento que centraliza todo el movimiento de dinero de la ciudad en Hacienda. Esto significa en concreto que para que alguien pueda cantar en el Colón hace falta un decreto del jefe de Gobierno.”
El proyecto de autarquía transfiere buena parte de estos poderes al directorio del Colón, lo que en el contexto argentino despierta sospechas de inmediato. “Pero no podemos siempre pensar que todo el mundo es incompetente o corrupto, o ambas cosas, porque terminamos en la parálisis. Una autarquía no es en sí peligrosa y no veo por qué el área de Cultura es la única que no puede manejar fondos, como sí lo hacen otras. ¿O los funcionarios de la cultura son todos poetas?”
Anchorena explica que en París o Nueva York un teatro como el Colón se maneja de modo autónomo, y que la manera de mantener la transparencia es que lo gobierne un directorio. “Los directores son el director general del Teatro, los directores de sus áreas artísticas, técnicas y administrativas, y representantes de la fundación del teatro y de los trabajadores, este último votado en forma directa.”
Suponiendo que se acepte la necesidad de la autarquía, queda la pregunta sobre el momento. ¿Por qué ahora? ¿Por qué, por ejemplo, no terminar las obras y luego ver el tema? “Es porque hoy se están tomando muchas decisiones que determinarán qué teatro tendremos, decisiones físicas. La obra arquitectónica es muy importante. El Colón siempre fue una fábrica de arte, un marco para los oficios de arte que se practicaban allí mismo. El teatro es resultado de un siglo de acumulación de conocimiento transmitido hasta de padre a hijo en sus talleres. El proyecto de las obras que se hacen ahora determina si los talleres siguen en el teatro o se mudan, si se traen obras llave en mano. Nosotros creemos que los talleres tienen que seguir allí, que son uno con el teatro, sus habitantes históricos.”
Así, no es indispensable terminar el Master Plan para decidir el status legal del teatro. Con la autarquía, el Colón puede ahorrar dinero produciendo sus escenografías y materiales a precios muy competitivos a nivel internacional, y también “ahorrar” para contratar figuras. “Los plazos que se manejan con una autonomía son completamente distintos a esperar que la Legislatura vote cada año el presupuesto del Teatro. Y el Colón puede tener su propio régimen de trabajo especial, siempre en los términos de la ley 471 de empleo municipal, pero con características propias, como tienen por ejemplo los médicos.”
La propuesta de Teresa de Anchorena, de la Coalición Cívica, propone complejizar el manejo del teatro. Para comenzar, abre la posibilidad de que se mantenga en el Ministerio de Cultura, sin necesariamente depender directamente del jefe de Gobierno. Esta versión busca que el Colón se dedique al arte lírico, coreográfico y musical en forma exclusiva, forme artistas en esas disciplinas en su Instituto Superior de Arte, mantenga sus talleres en la sede actual (detalle no mencionado en el proyecto original), preserve su patrimonio arquitectónico y cultural tangible e intangible en los términos de la ley 1227 y mantenga su biblioteca.
Entre las modificaciones se agrega la formación del Directorio, un límite al número de directores de área y la creación de consejos asesores pero ad honorem. En cuanto a las cuentas, el proyecto se mantiene intacto en lo tocante a cumplir las leyes de compras y de administración de la Ciudad, pero agrega la obligación de una auditoría interna y de usar el Banco Ciudad. Lo que se rechaza es que los empleados del Teatro tengan un régimen especial por fuera de la ley general de empleo, que se elimine al director artístico y que el Ejecutivo pueda asignar fondos especiales al Teatro, lo que contradice la ley de Presupuesto.
La reforma salva un notable olvido y ordena que se transfiera al Ente Autárquico Teatro Colón los bienes, recursos y personal del Teatro y de su Instituto. Si no, no tendrían ni sala.
Página/12 reveló recientemente que el director ejecutivo del Teatro Colón, el publicitario Martín Boschet, tiene un contrato que viola completamente lo ordenado por el jefe de Gobierno Mauricio Macri en enero. En ese momento, Macri aggiornó el límite de lo que puede cobrar un contratado en la Ciudad y lo llevó a seis mil pesos por mes, sin obra social ni jubilación y con los impuestos a cargo del contratado. Boschet debe tener coronita, porque tiene un contrato por el que cobra 12.500 pesos y además sigue registrado como autónomo en una categoría que aporta por hasta 72.000 pesos anuales, lo que él supera en seis meses.
Uno de los interrogantes era, justamente, cuánto piensa estar Boschet en su cargo, porque su contrato ilegal es por seis meses, a vencer en el mes que viene. Tal vez todo esto es una confusión y el sacrificado melómano Boschet piensa cobrar seis meses y donar los otros seis. O tal vez trabaje hasta junio, muy bien pago, y luego vuelva al marketing directo, su profesión.
Esto no se sabe porque Boschet no lo aclaró: se lo acusa de un ilícito accionable y el director guarda silencio absoluto. Tal vez por no querer perderse la fiesta de mañana en el Teatro.
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