Hay edificios que tienen como mala onda por sus funciones y exigen una cierta disociación para apreciarlos como arquitectura. Hasta en este país hay aulas de disección purificadamente romanas, mataderos de vanguardia y hasta mazmorras diseñadas a la Palladio, que medio que te estiran la capacidad de disociar lo que uno ve de lo que uno sabe que ocurre allí. El Palacio de los Tribunales es uno de esos edificios en los que se prefiere medio ni pensar, pero resulta que en pleno proceso de restauración el fotógrafo Xavier Verstraeten se aparece con un libro que obliga a verlo como pieza de arquitectura. Y qué pieza resultó.

A Verstraeten no hay como ignorarle el trabajo, porque es de lejos el mejor fotógrafo de espacios y lugares construidos que tenemos, y es bueno de verdad. Este libro, La Corte Suprema de Justicia de la Nación fue un encargo de la ídem, es una obra eminentemente institucional del poder del Estado que más importancia le da al empaque y las formas, y será figurita difícil para el que coleccione libros de arquitectura. Es, además, un muy buen libro para un edificio relativamente ignorado como patrimonio de la ciudad.

En parte, esto se debe simplemente al abandono en que cayó por tantos años. Los Tribunales terminaron siendo un objeto negro de toda negrura, casi invisible a la noche. Nunca fue un diseño alegre, como no puede ser una corte, pero el smog porteño lo había transformado en un predio sombrío, dracúlico. Hace unos pocos años se realizó el experimento de limpiar y restaurar el sector central de la fachada sobre Uruguay, y allí empezaron las sorpresas. Resulta que el edificio es de un inesperado color durazno, no el gris esperable, y que tiene una colección de molduras de una calidad y variedad espectaculares. Vistas de cerca, estas piezas de arte decorativo son impresionantes hasta para el ojo más cansino. El trabajo todavía no terminó y los andamios no terminaron de bajar, pero el palacio ya es un edificio cambiado, con otra luz y visualmente alivianado en sus proporciones.

El libro que dirigió el embajador Albino Gómez y redactaron las profesoras Diana Ardissone y Clara Klix Berrotarán, con asesoramiento de la doctora Laura Balart, arranca con una historia del lugar y el edificio con algunos hallazgos de archivo. Hay fotos de lo que hoy es la plaza Lavalle con la primera estación de trenes del país y con el famoso cuartel del Parque, el de la revolución radical de 1890. Hay una formidable foto tomada desde la altura de algún edificio de la calle Córdoba, en la que todavía se ve el palacio Miró, el primero de la ciudad, que ocupaba un terreno justo enfrente de la sinagoga Libertad y fue demolido sin pena ni gloria para que alguno se sienta progresista. Y hay varios diseños del concurso que se hizo para el palacio, que prueban que Francisco Tamburini amaba los edificios rosados, y recuerdan que Norbert Mallart, que terminó ganando, también hizo el Correo Central y el Nacional de Buenos Aires.

El cuerpo central de la obra son las fotos contemporáneas de Verstraeten. Hay unos primeros planos de los notables capiteles corintios que pueblan el interior que servirían como prueba de la calidad constructiva que supimos tener. Hay fotos de los desmesurados espacios verticales del palacio, esos patios de luz estrechos y altísimos, y hay largas perspectivas de las bóvedas con casetones que te llevan de aquí para allá. Este libro, además, permite asomarse a las salas privadas de la Corte: el salón de té, el de embajadores, el de acuerdos y las varias bibliotecas de vocalías, tribunales y demás. Y hay primeros planos inolvidables, como el de una gran lámpara de bronce en el patio de honor o el de los detalles ornamentales del muro de la antesala de la Corte, una pieza en símil piedra francamente notable.

En fin, otro aporte a la creciente bibliografía sobre el patrimonio edificado de Buenos Aires, en este caso casi un rescate.