Mientras en Corrientes temen por su plaza 25 de Mayo, en Posadas los vecinos están peleando por evitar la demolición de tesoros urbanos. Gracias a nuestro editor ad honorem et pro forma Jorge Cohen, m2 encontró historias de patrimonialistas discutiendo y funcionarios cometiendo horrores por todo el país.
En Misiones hay bastante bronca por la represa de Yacyretá, que va a hacer desaparecer bajo el agua a una parte sorprendente de la provincia. En Posadas, resulta que se habla de demoler la estación de trenes, construida en 1911 y en desuso. Como sucede en cada ciudad, pueblo o aldea, la estación fue en su momento un atractor urbano, con lo que su zona de influencia abunda en edificios de valor patrimonial y arquitectónico, muy baqueteados y en peligro de demolición.
Mientras tanto, en La Plata están viviendo un momento francamente curioso. Por un lado, llueven las críticas a la Municipalidad por el nivel de vandalismo y mugre que se ve por todos los barrios y ámbitos. Según el diario El Día, los valiosos monumentos urbanos están prácticamente todos atacados por aerosoles, lo mismo que los muros de museos, galerías y edificios. Como el centro de la ciudad es palco de constantes marchas políticas y sindicales, y como este país está lleno de gente que cree que cambia algo con una pintada, los grandes edificios públicos muestran un estado lamentable. Pero la capital bonaerense tiene el problema agregado de haber sido planeada en tiempo más cívicos, con lo que tiene grandes edificios aislados en medio de parques. Este urbanismo amable hoy garantiza la impunidad del tonto con aerosol.
Pero al mismo tiempo, la ciudad está imponiendo un rigor pocas veces visto a la hora de aplicar sus reglamentos. Se recordará que La Plata impuso una veda de demoliciones al patrimonio en el centro y una fuerte limitación a las alturas constructivas. Pues este año ordenó que se demuelan pisos de más en dos torres que violaron tranquilamente los topes permitidos. Un edificio tiene que perder dos pisos, otro cuatro. En el primer caso, la firma MNZ se había simplemente pasado en las alturas. En el segundo, el señor Ricardo Ravagnar tenía permiso para construir una torre en su lote y se mandó dos, ya que estaba. Un detalle interesante es que la Municipalidad le giró lo actuado al Colegio de Arquitectos para que evalúe si no hay una falta ética grave en quebrar la ley tan alegremente. Esto es porque los arquitectos suelen escudarse en una Obediencia Debida que dice “¿qué querés, si el cliente me lo pide?”
De yapa, los platenses están disfrutando del arreglo de la plaza Moreno, que guarda la muy maltratada piedra fundamental de la ciudad, ahora restaurada junto a las estatuas que la rodean.
En Mendoza también disfrutan de una restauración, la de los casi 300 metros cuadrados de vitrales que tiene el bello Pasaje San Martín. El pasaje fue el primer edificio en altura de la ciudad, inaugurado en 1925 por Miguel Escorihuela, apodado en la época “el loco” por su audacia. El pasaje resistió temblores y tormentas, pese a los agoreros, y se transformó en un hito urbano como la galería cerrada, clásica y elegante de Mendoza. Muy caída, con sus vitrales a nuevo y sus interiores restaurados está ganando una nueva vida como paseo y centro gastronómico.
A esta buena noticia se le contrapone la falta de intelecto del intendente Víctor Fayad, que anda autorizando torres en su ciudad con la excusa de que Mendoza “se está despoblando”. Fayad anunció este invierno que se perdieron unos 5000 habitantes, que se mudaron a countries en la periferia de su ciudad. Este fenómeno tan común le permitió al intendente justificar los permisos de obra en altura en una ciudad de cielos inmensos y horizontes de montaña. Fayad se cae tanto de antiguo que dice cosas como que “Mendoza sólo puede crecer para arriba” y justifica las excepciones al código explicando que esa ley marco tiene 35 años y “no se puede vivir en el pasado”...
Mientras se le ocurre que tal vez tenga que impulsar un código actualizado, el intendente podría pensar que una ciudad llena de torres no invita a vivir sino a irse a un suburbio con cielos y hacer lo que él dice temer más que nada: entrar a la ciudad sólo para trabajar y abandonarla al caer la noche.
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