Sáb 23.05.2009
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Un acto de barbarie

El gobierno porteño destrozó a martillazos la escalinata de entrada del cementerio de Recoleta para hacer una rampa. Y a nadie se le ocurrió rescatar los muy valiosos —monetariamente— escalones de Carrara. Mientras, en Devoto arranca otra guerra por los adoquines.

› Por Sergio Kiernan

Que a este gobierno porteño le falta calidad de gestión, cabeza política y algo de respeto por el patrimonio ya es un hecho conocido. Pero lo que acaba de hacer el Ministerio de Desarrollo Urbano en la Recoleta es un simple acto de vandalismo. Resulta que para nivelar la vereda y para construir una rampa para discapacitados la emprendieron a martillazos contra los escalones de mármol de la gran entrada del cementerio. Miles de dólares en piedra italiana fueron simplemente destrozados a golpes porque al ministro Daniel Chaín no se le ocurre instruir a sus subordinados para que tengan un poco de respeto, si no por el patrimonio, al menos por materiales que tienen un altísimo valor económico.

El gobierno porteño está remodelando las plazas que rodean por dos flancos el conjunto de edificios de Recoleta –el cementerio, la iglesia con sus predios propios, el actual Centro Recoleta y el Design Center– mezclando materiales a lo tonto. Con el mal gusto que caracteriza estas cosas, algunos caminos de las plazas se mantienen con baldosones, otros serán de cemento peinado y no se sacan los ridículos cartelitos naranjas que supo poner ese otro dúo del mal gusto, Ibarra & Telerman. El perímetro del cementerio está siendo repavimentado con una vereda nueva, y ahí es donde arrancaron los problemas.

Evidentemente, el contratista ni pensó en que en alguna parte se terminaba el paredón y había algún acceso. Mucho menos pensó que ese acceso tenía tres escalones, elemento típico de un portal con peristilo porque le agrega visualmente altura y escala. Con perfecta indiferencia a este tipo de cosas, la vereda fue levantada nomás.

Pero esto no hubiera dañado tanto la historia de la ciudad porque a lo sumo el primer escalón hubiera quedado tontamente bajo, pero en su lugar. Lo que ocurrió es que había que hacer una rampa de acceso para discapacitados y ahí es donde todos los implicados dejaron de pensar. Por ejemplo, no pensaron en que la rampa se podía hacer en otro acceso, donde no fuera tan evidentemente dañina al conjunto arquitectónico. Tampoco pensaron que si había que hacerla ahí mismo se podía hacer algo desmontable en el futuro o simplemente algo que cubriera los escalones. Tampoco se acordaron de que estaban tratando con un Monumento Histórico y que tenían que consultar con la comisión nacional que los administra.

Como no pensaron, tomaron una masa y empezaron a los golpes. Les debe haber costado, porque el Carrara de estos peldaños tenía cinco centímetros de grosor. Como nadie estaba pensando, ni se tomó en cuenta la posibilidad de descalzarlas y sacarlas. Los vecinos y los paseantes se pudieron llevar a sus casas astillas y pedazos de mármol de la mejor calidad para usar de pisapapeles.

Chaín es proverbial en su indiferencia al patrimonio y se nota que tampoco sabe nada de antigüedades. Si fuera más seguido a remates o frecuentara alguna casa de materiales de demolición, vería que las piezas de mármol se reciclan con esmerado cuidado. Esto no es por una cuestión histórica o patrimonialista, temas ajenos a su vida y carrera, sino por su alto valor material. Esos mármoles ya no se consiguen. Valen mucho dinero. No se tiran, no se rompen a martillazos.

Una manera de ensañarle al ministro a cuidar las cosas sería cobrarle lo que rompe. ¿Qué tal si Chaín y sus subordinados a cargo del proyecto hacen una vaquita y compran unas piezas de Carrara para reemplazar lo que mandaron a romper?

Lo que probablemente tengan que pagar los vecinos porteños sean las futuras demandas por el uso de la rampa. A algún genio se le ocurrió recubrirla con placas de una piedra pulida, de esa difícil de caminar en cualquier situación y suicida en caso de lluvia. Ni hace falta pensar en qué puede ocurrir con una silla de ruedas sobre esa superficie mojada.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, otro ministro sigue creando opositores al jefe de Gobierno. Juan Piccardo, ministro de Ambiente y Espacio Público, mandó a levantar los adoquines frente a la estación Villa Devoto del viejo ferrocarril San Martín. Piccardo ya sabe que los vecinos no quieren estas cosas, como aprendió encajándole columnas de alumbrado a los de San Telmo. Tal vez habrá pensado que en Devoto no suceden estas cosas o que es un barrio que todavía cree que el vandalismo es progreso.

Como sea, los vecinos están protestando airadamente y llenaron el obrador de pintadas, como se ve en las fotos. Para peor, ven que se van a sacar los adoquines de piedra dura para reemplazarlos por esos bloques de cemento tan feos que solían venderse como “pavimento intertrabado”. Es evidente que los ministros porteños tienen alguna inquina hacia la piedra como material.

Tal vez el ministro Piccardo, que es ingeniero industrial, fue gerente de Arthur Andersen y de Isenbec, y tiene una proverbial inexperiencia en temas urbanos, es de los que creen que si uno se va a un barrio puede romper todo. Podría hablarlo con su altanero colega Chaín, que descubrió que en el barrio Segurola leen los diarios y no quieren que les levanten los adoquines.

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