Sáb 06.06.2009
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La escena sin Breyer

› Por Matias Gigli

Hace dos semanas que murió Gastón Breyer. Su lugar de pertenencia fue la Facultad de Arquitectura de la UBA, donde enseñó e investigó en las muchas disciplinas que le interesó transitar a lo largo de su vida: la plástica, la arquitectura, la escenografía vinculada de forma inseparable con la literatura, la heurística.

Debido a su permanente trabajo dentro de la facultad, sólo interrumpido en los tiempos de dictadura, Breyer creció como profesor llegando a ser Emérito y Doctor Honoris Causa. Su forma de trabajar, de un modo comprometido y nada comercial, lo fue llevando a una vida dedicada a la enseñanza cuando tuvo todo a su disposición para realizar una carrera profesional de gran nivel. En sus comienzos, y lo contaba siempre, trabajó con Mario Roberto Alvarez pero su interés por el cine y el teatro lo fue apartando de la arquitectura y llevándolo a desarrollar un oficio vinculado de modo directo con el hacer y la representación escénica y plástica, ocupando el lugar de asesor en el Teatro Argentino de La Plata.

Su último libro, “La escena presente”, auspiciado por la Fundación Konex, que le dio el Premio de Platino, reunió la teoría y metodología del diseño escénico que desarrolló, puso en práctica y transmitió a lo largo de muchos años en su taller de la calle Del Carril. Y Breyer transmitió, como si hubiese pasado de un modo imaginario por la mejor Bauhaus, la necesidad de pensar una obra de un modo multidisciplinar. Hablaba del espacio, de la materialización de la escena, y entendía la abstracción y la representación figurativa como instancias ligadas a la escala y a la proximidad del objeto con el hombre.

Y ese enganche con los diseños lo llevó a trabajar por una facultad en la que creía necesaria y en la que las carreras nuevas como Imagen y Sonido lo tuvieron como profesor desde el primer día. A pesar de que no lo decía, Suiza, su país de nacimiento, lo marcó y su imaginario lo vinculó con Max Bill y su forma de aproximarse a la obra proyectada y luego materializada de un modo artesanal.

Breyer abogaba por la lectura de los clásicos del teatro, como Ibsen, o contemporáneos como Harold Pinter y en presencia de alumnos absolutamente ajenos a la lectura y a la gimnasia de imaginar espacios desde la letra impresa, asignaba a cada uno el soporte para materializar lo leído: un cubo de varillas de hierro de treinta centímetros de lado. Y dentro de ese espacio bien definido, cada cual tenía que pensar una escena, una forma de entender una geografía.

En los últimos años fundó y dirigió el Centro de Heurística que desarrollaba con gran pasión junto con la cátedra de la misma materia. Su compromiso con la universidad pública lo llevó a tomar siempre una posición política frente a cada realidad. No dudó en precisar sus ideas y en comprometerse con un proyecto de facultad en la que transitó a lo largo de su incansable aprendizaje.

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