Sábado, 13 de junio de 2009 | Hoy
En la tierra del oro, las frutas más deliciosas y los ritmos más calientes, nuevas generaciones de proyectistas empiezan a trabajar con lo propio.
Por Luján Cambariere
Viajar hoy por Latinoamérica, poniendo el ojo en las nuevas generaciones de diseñadores, es reconfortante. Sobre todo porque después de décadas de tortícolis intelectual (como dice una colega brasileña, siempre mirando al Norte) desde hace un tiempo a esta parte, y en la mayoría de los casos crisis mediante, los más jóvenes comienzan a diseñar a partir de lo que son y lo que tienen.
Colombia no es la excepción, y en oportunidad de visitar la semana pasada Bogotá, dimos, además de con un entusiasmo arrollador, con muestras puntuales de esta determinación. Una opción y orgullo por lo propio que pasa sobre todo por la virtuosa y variada artesanía, materiales naturales, aromas, colores, sabores y el afecto apretado de su gente al ritmo de la salsa, el merengue y el vallenato.
En el país de Simón Vélez, arquitecto colombiano pionero en innovar desde un recurso que existe desde siempre como el bambú, pero que se lo redescubre conforme a cualidades pasadas por alto antes, era de esperar que algunos diseñadores comenzaran a explorarlo para generar nuevas tipologías. Sobre todo por tratarse de “la madera ecológica del siglo XXI” o “el acero vegetal”. Un recurso altamente renovable (el bambú es la planta de más rápido crecimiento en el mundo. Mientras que un árbol necesita 60 años para crecer 30 metros, el bambú alcanza esa altura en tan sólo 6 meses), lleno de virtudes (es más liviano que el acero, pero cinco veces más fuerte que el concreto. Resistente pero a la vez flexible. Que puede soportar alto esfuerzo de compresión, flexión y tracción, cualidades físicas que lo hacen óptimo para reemplazar estructuras de metal y de maderas en vías de extinción), que en Colombia abunda. Sobre todo la especie guadua que sobresale como la más resistente. Por todo esto y por ser una de las protagonistas de su región, el eje cafetero, Sebastián Valencia Camelo la eligió para abordarla con su trabajo de tesis. Proyecto que, ahora recibido, devino en emprendimiento. Estudiante de diseño industrial de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Sebastián se abocó a investigarla para desarrollar nuevas alternativas de configuración, sobre todo replanteando el carácter estático y rígido de los productos hasta ahora fabricados en guadua, dentro de la cadena productiva existente, para impulsar el desarrollo local y valorarla como un elemento de identidad. “Buscando ampliar las posibilidades de explotación de la guadua, busqué la manera de integrar las tecnologías actuales presentes dentro de su cadena productiva, con el fin de articular nuevos procesos productivos que faciliten el desarrollo de nuevos productos, aprovechando las propiedades del material, particularmente su flexibilidad. Partiendo de su alto nivel de deformación, se establecen las características técnicas en cuanto al grosor de las tablillas, radios de curvatura y tiempos de exposición a la humedad dentro de cámaras de vapor, nuevo proceso que sirve como punto de partida para la generación de nuevos productos hechos en guadua, complementando estas nuevas transformaciones del material con planteamientos teóricos sobre las herramientas necesarias para su curvado. Teniendo en cuenta el tipo de herramientas encontradas en los talleres de trabajo locales (cepillos, acolilladoras, sierras sinfín, y herramientas especializadas para la fabricación de tablillas como la sierra de doble disco), es posible desarrollar nuevos planteamientos productivos desde el adecuado uso de estos elementos y la necesidad de innovación”, adelanta Valencia. Sus bellas piezas, una línea de mobiliario –mesas y asientos– de formas orgánicas apodada Kuntua, son perforadas con un taladro de árbol y luego ensambladas y prensadas usando tarugos de guadua. “En cuanto a los colores de las guadua, estos pueden ser claro (a partir del blanqueado) u oscuro (a partir del carbonizado.) Para los terminados finales, propongo el uso de acabados naturales, tales como aceites y ceras de lato y bajo brillo, los cuales humectan el material y permiten su intercambio de humedad con el medio”, remata.
Problema, si los hay, el de la basura en Bogotá. Es que, al igual que en nuestro país, no tienen aún la recolección diferenciada de residuos. Por eso los estudiantes tienen bien presente la necesidad de tener una actitud frente al descarte como materia prima y muchas de sus propuestas nacen desde esta conciencia. Así el colectivo Q-Cucurucho Eco-Design, formado por Clara Moreno y María Correa, trabaja diseñando todo tipo de mobiliario, accesorios y objetos con chatarra electrónica, acetatos, diskettes y tapas de aluminio, entre otros. Por su parte, Camilo Moreno hace lo propio desde sus líneas personales Cament SA y para la empresa Cyclus, que ostenta una amplísima línea de accesorios –bolsos, morrales, billeteras, estuches, cinturones– en caucho de los neumáticos que descarta el famoso Transmilenio, el transporte más emblemático actualmente de la ciudad por ser un colectivo que trabaja con la lógica de los subterráneos, que Camilo, en lo personal, combina con piezas de artesanías del Putumayo, tejidos de coloridas cuentas (shakiras).
Por su parte, Hojalata Joyas, otra iniciativa de una pareja de diseñadores industriales –Angela María Millán Contreras y Santiago Vesga Vinchira– ofrecen piezas que quiebran el paradigma de la joyería tradicional incursionando en materiales no convencionales, como mangueras de PVC para su colección de collares, gargantillas y aros Bubbles, hilos elásticos y peluche para los pendientes y anillos para la Enredos y una verdadera perlita: CD reciclados que se convierten en los más sutiles brillantes. “Nuestra principal fuente de inspiración es la infancia. Los juegos y objetos de esa época, por ello en nuestro logotipo se encuentra el barco de papel, el vehículo donde desde niños depositamos nuestros sueños para echarlos a andar. Utilizamos materiales y procesos manuales amigables con el ambiente o reutilizamos aquellos que cumplieron su ciclo de uso y que están destinados a contaminar el planeta, combinándolos con Plata Ley 925 para resaltar su valor”, señalan.
Por último, otras dos inquietas proyectistas hacen lo propio. Una, Ana Rodríguez con su proyecto Redo, renovando las posibilidades de las hamacas (“un producto común que se repite en toda Latinoamérica”, detalla) rediseñándola a través de nuevas funciones y materiales (también de descarte) y transformándolas en sillas colgantes. “La trabajo a través de residuos textiles tratando de romper un poco su esquema para hacerla más orgánica, plegable y portable”, detalla. Mientras que Laura Durán enternece con su línea Petit de personajitos en tela intercambiables que se trepan a cinturones y cordones de zapatilla, con corazones que viajan de uno a otro, dedicados especialmente a su hermano adolescente y el fortalecimiento en esa edad clave de sus vínculos, complejos allí y en el resto del mundo.
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