Sáb 18.07.2009
m2

Hasta Mozambique

Renato Imbroisi trabaja de Brasil al Africa como un pionero con las más diversas comunidades de artesanos, mostrando lo que pueden producir estos escenarios como generadores de ingresos, nuevos productos y el realce de técnicas y materiales de su acervo cultural.

› Por Luján Cambariere

Habíamos encontrado su nombre al documentar los nuevos escenarios que representan, sobre todo al Sur, los diálogos entre diseño y artesanía. Por ser el pionero en programas admirables como Artesol o Sebrae, o por descubrir nuevos materiales de diseño como el capim dourado, una fibra vegetal que reluce como si fuese oro. O por mapear todo Brasil propiciando estos intercambios que ahora trascienden sus fronteras. Y, por supuesto, por su particular visión y observaciones tan acertadas, producto de la experiencia, citadas en cada encuentro o conferencia del tema.

Paradójicamente, por esas cosas de la vida, cada vez que estábamos por conocerlo el encuentro se frustraba. Mientras tanto el carioca Renato Imbroisi seguía sumando proyectos (hoy llegan a 134), premios y viajes por los lugares menos pensados.

Fue recién hace dos semanas, en San Pablo, que pudimos entrevistarlo. Y entre la euforia y la ansiedad que implicaba desandar tantas vivencias en poco tiempo, como todo lo que llega en el momento indicado, él nos regaló la respuesta. Sacó cual mago de la galera un verdadero tesoro para los que valoramos estas prácticas: el catálogo de su reciente trabajo en Africa. “Maravilha”, como dicen los brasileños. Absolutamente bello, increíble, contundente y una primicia para m2.

–¿Cómo fueron tus comienzos?

–Nací en Río. Mi abuela era costurera y vivíamos en un barrio muy tradicional, Urca, debajo del Pan de Azúcar. Ella cosía para grandes artistas y cantores como Carmen Miranda. Ella misma modelaba, cortaba. Yo viví un poco todo eso, jugando entre las prendas, así que con 14, 15 años, empecé a construir mi primer telar. Un telar muy simple, pero que me sirvió para hacer mis primeros tejidos y eso me llevó a mediados de los años ’70 (tengo 47 años), a través de una prima que confeccionaba bikinis, a que incorporara mis tejidos. Al poco tiempo decidí irme a vivir a San Pablo donde estudié telar en una escuela alemana, Waldorf, lo que me dio aun más fuerza para comenzar a enseñar. En ese tiempo trabajaba solo. Pero como ya me gustaba mucho viajar, comencé a ir al interior de Minas Gerais, donde mi familia tenía una casita y ahí empecé a tomar contacto con muchas artesanas, mujeres que tejían, bordaban. Así que decidí incorporar toda esa sabiduría a mis diseños. Traer de ellos otra mirada, materiales. Estuve viajando dos años por las montañas de Minas hasta encontrar un local donde instalarme, que en poco tiempo sumó 120 mujeres, entre artesanas que bordan, hacen crochet, tejen. Después sumé una escuela y un atelier en San Pablo. Hasta que en el ’96 decidí cerrarlo. Es que dos años antes comencé a viajar dentro de Brasil con los programas que dirigía del Sebrae y desde el ’94 al exterior (Italia, Japón). Me llamaban sobre todo porque veían que, más allá de la investigación y el producto, los grupos habían conseguido una buena y justa distribución de sus productos, que estaban en los mejores locales, que tenían una dinámica de ingresos constante, que es lo más difícil en estas experiencias que tratan de innovar desde la tradición. Además, mis proyectos buscan algo, que me parece fundamental, que es el intercambio entre los artesanos de todas las regiones.

–¿Cómo llegás a Africa?

–Fui convocado en 2003 para dirigir una escuela de artes de una fundación que dirige la mujer de Mandela y que apoya el desarrollo de varias comunidades. Sabían de mi trabajo, porque algunos de los proyectos tuvieron mucho reconocimiento. La primera vez fui 15 días. No conocía el continente africano y me quedé viajando por Mozambique para poder diseñar el proyecto que en poco tiempo comencé a implementar.

–¿Con qué te encontraste en lo que tiene que ver con técnicas y materiales?

–Algunas cosas me llamaron mucho la atención. Principalmente la escultura en madera, que es bellísima. Y la joyería, que es increíble y que han logrado mantener a pesar de todo tipo de dificultades. Antes de que yo llegara, la organización tenía talleres de artes y oficios, pero mal organizados. Por ejemplo, tenían un taller de cerámica, en un lugar donde no había barro. Para comenzar llevé a parte de mi equipo y con el tiempo formé otros docentes allá.

–¿De tejedor en qué te convertiste?

–Es curioso: de tejedor pasé a profesor y hoy podría decir que soy un emprendedor, consultor. Hoy hago más que nada la dirección de arte de cada proyecto. Pienso el concepto, pero fundamentalmente la parte comercial, que no tiene que ver sólo con el diseño y el producto, aunque es la más importante para estas poblaciones. De hecho es muy difícil formar a una persona emprendedora porque un poco se nace con ello, y aún más en este contexto, pero vamos avanzando.

–¿Trabajar allí fue difícil?

–La verdad es que todos nos agarramos malaria y tuvimos problemas de alimentación, pero se está viviendo un momento de reconstrucción en Africa bien interesante. Las personas son increíbles. De una generosidad sin límites, aunque tantos años de la más aberrante violencia como es la esclavitud han hecho que sean, a nuestra mirada, más tímidos. Por eso, una vez que terminamos las primeras colecciones, para mí fue fundamental que pudieran presentarlas. Ser ellos los verdaderos protagonistas. Dar notas a la prensa, recuperar su autoestima y autonomía, que en un país totalmente oprimido es mucho. Hoy los productos se venden en el aeropuerto de Maputo, en Lisboa. Son reconocidos. De hecho ese proyecto me llevó a otros en Mozambique como el que comencé en 2006 gracias a la Fundación Aga Khan, que es una agencia internacional de desarrollo sin fines de lucro, en Cabo Delgado, una de las provincias más pobres, del que da cuenta este catálogo, donde se encuentra el archipiélago de Quirimbas, una extensa cadena compuesta por cuatro decenas de islas e islotes de la que forma parte la isla de Ibo, donde trabajamos. En tiempos de las colonias, a su puerto llegaban las caravanas con las riquezas del interior como los paños de Maluan teñidos de añil, marfiles, ámbar, los caparazones de las tortugas, pero también el peor comercio que engendró el ser humano: la esclavitud. El apetito deshumanizado marcó el sentir de los isleños y selló a fuego su personalidad. Gente marcada por el dolor, la paciencia y la resistencia, que a pesar de todo luchó por preservar lo propio, patente en muchas de sus técnicas y objetos.

–¿Ahí nace la colección Ujamaa?

–Sí, la colección tiene varias líneas que pertenecen a distintos grupos de la isla de Ibo. La realizada con hojas, por ejemplo, por las floristas de Ibo que adquirieron la técnica del arte de la fabricación de flores a partir del interés común por aprender y comercializar algo innovador. Inicialmente ellas se juntaban semanalmente destinando todo lo que ganaban de la venta de panes, tortas y peces a la compra de materiales escolares o la mejora de sus casas. Ahora ellas son conocidas por las piezas hechas con hojas deshidratadas de diversas especies de árboles como el mango, entre otras, que cosen y tiñen con diferentes pigmentos naturales, produciendo una paleta de colores con los tonos de la isla, desde collares hasta accesorios para la mesa. La de costura con prendas llenas de significado y colorido. La de bordados, una técnica que llega a las islas a través de las misiones católicas portuguesas en el período colonial, y por algunas familias chinas, que ahora sofisticaron replicando todo tipo de iconos del lugar (barcos, animales, flores). Capítulo aparte merece la escultura en madera que viene de los makondes y de los artesanos de la etnia macua, que de hecho da nombre a toda la colección, ya que la expresión humana adquiere forma a través de Ujamaa, una torre de intrincadas figuras humanas que simbolizan la solidaridad de la nueva sociedad africana, adaptadas ahora a collares y pulseras. También la belleza de la simpleza de la cerámica que usa tierra y leña. Y ni que hablar de la plata, un material cargado de significados, ya que los ornamentos son cruciales para estas etnias. Los adornos usados desde tiempos inmemorables por hombres y mujeres identifican su proveniencia regional o su status social. En este caso, a través de la técnica de la filigrana pasada por los perso-árabes en el siglo XVI, conservada aún en el archipiélago de Quirimbas. Por último, la colección ostenta bellísimos bolsos en paja que sacan de los pantanos con técnicas, patrones y pigmentos ricos en diversidad, heredados de la cultura swahili.

–¿Y cómo combinás en lo personal tu trabajo en Africa con el mundo más fashion?

–Cuando tenía mi escuela en San Pablo, a la que venía sobre todo la clase alta, también trabajaba en las favelas. Yo nunca seguí una tendencia. Lo mío tiene que ver con la historia local de cada lugar y la productividad con baja tecnología, aunque éstos deban ser expuestos en los grandes centros de moda.

–¿Hallazgos o perlitas que te ha regalado tu trabajo?

–En Japón lo que más me impresionó, inclusive tengo el proyecto en carpeta, fue en el sur, en Okinawa, los tejidos de banana, pero como si fueran seda pura, a través de una tecnología altamente sofisticada con la que adoraría hacer un intercambio. Y en Brasil, hace más de 15 años, el capim dourado. Fui el primer diseñador en trabajarlo en el ’95 en Tocantins. Cuando llegué a una comunidad muy alejada era de noche, no había luz en la ciudad, y una persona me muestra con una vela eso que brillaba por de más y me quedé impresionado porque nunca había visto algo así. Estuve trabajando cuatro años allí con muy buenos resultados. De un sombrero muy pesado y algunas cestas que hacían usando mucho material (hay que tener en cuenta que la recolección de capim se hace sólo una vez al año) pasamos a diseñar bellísimos accesorios, collares, bolsos, carteras, anillos, pendientes, optimizando su empleo.

–¿La máxima satisfacción? ¿El mayor premio a tu trabajo?

–Tengo premios que valoro mucho. Pero el más grande, creo, es justamente éste: el haber podido ir a trabajar a Africa. Algo que nunca imaginé.

–Sobre todo porque lo tuyo es hacer camino al andar...

–Y sí, no hay documentación para estas experiencias. Todo es nuevo, desde la gestión, las maneras, el crear cooperativas, la comercialización.

–Y en lo personal, ¿cuáles son las enseñanzas?

–Infinitas. Lo mismo que las curiosidades. Por ejemplo, Africa y Brasil son muy similares en cuanto al entusiasmo. Curiosamente a los artesanos con los que trabajé en Italia les sobraba técnica, pero les faltaban estímulo, entusiasmo. Algo que sobra en nuestras comunidades.

–¿Y en común?

–Todos necesitan expresarse y sobrevivir con su trabajo. En Africa y Brasil está la necesidad de vender hoy para pagar hoy. Por eso hay que resolver rápido y poner más énfasis en cómo organizarse, embalar, mostrar, a dónde vender, para no frustrarlos.

–¿Hay una palabra clave para trabajar en las comunidades?

–No una, muchas; pero principalmente respeto y paciencia. Mucha paciencia.

Agradecemos especialmente las fotografías de Lucas Cuervo Moura, diseñador gráfico y fotógrafo que documenta los trabajos de Imbroisi.

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