› Por Sergio Kiernan
Es un gusto que cada tanto gente indudablemente seria te dé la razón. El coro de pajarones e interesados que sigue poniendo palos en la rueda de la protección del patrimonio edificado acaba de recibir un palo del World Monuments Fund. Y el Fund es una institución internacional, muy prestigiosa y con gran influencia en cuestiones patrimoniales a nivel planetario, que se dedica a salvar los tesoros de la humanidad. Si el WMF avisa que algo está en peligro, es que realmente lo está.
Esta semana, en cada tapa de cada medio estuvo la noticia de que el centro histórico de Buenos Aires y su teatro Colón estaban en la lista de sitios en peligro del Fund. Esto no es un comentario al pasar, porque de las muchas actividades de esta organización, la Lista bianual es quizá la más importante. Este año, hay 93 sitios en 47 países, con una mayoría en las Américas (38 sitios). La lista es profundamente ecuménica en su definición de patrimonio, ya que va del tesoro mundial indudable, como Machu Picchu, hasta el Taliesin de Wright, pasando por un parque en Caracas, un sanatorio en Bélgica, la Sagrada Familia en Barcelona y las cuevas de Wonderwerk en Sudáfrica, con rastros de actividad humana de hace dos millones de años.
Este eclecticismo no es falta de standards sino reflejo de una agradable costumbre del Fund, la de escuchar a los locales y aceptar que cada uno defina su patrimonio socialmente. No todos los países tienen la misma antigüedad ni han logrado preservar lo mismo.
Una consecuencia de este estilo es que la Lista no sólo avisa sobre edificios individuales, como el monasterio de las montañas de Bhutan o los castillos en los desiertos de Uzbekistán, sino que se mete de lleno en políticas urbanas de preservación de conjuntos. En la Lista se habla de las bellas casas de madera decorada en Port Au Prince, Haití, y los paisajes urbanos de Barcelona y Segovia, donde será difícil encontrar una obra maestra individual pero donde sobraba personalidad e historia hasta que llegaron los desarrolladores.
Buenos Aires aparece en ambas categorías. Por un lado, está el Colón, claramente en el campo de la obra maestra individual, puesto en peligro por una “restauración” que ya pasa de dudosa. Decidir si el magnífico teatro está en peligro mucho, poquito o nada ya es tarea de teólogos, pero queda en claro que la desconfianza a la gestión de las obras es total. Aunque sea por sana política, deberían barajar y dar de nuevo, ventilando el tema.
La otra categoría es la más genérica, que hace que el “Buenos Aires Historical Center” aparezca en la lista. Este logro de Basta de Demoler debería también generar cambios. El primero, un nuevo rigor en la idea de preservar los edificios concretos, con menos sanatas sobre “la ciudad viva” y abandonando para siempre esa ridícula noción de “no hacer un museo”, cosa imposible aunque tratando.
Luego sería conveniente invertir recursos y energía política en aplicar las leyes, y abandonar la sórdida pelea que está dando el ministerio de Desarrollo Urbano para que no se cumpla la ley 1227, de patrimonio, que explícitamente autoriza al ministerio de Cultura a ser autoridad de aplicación en ese tipo de edificios. Por cuidar la quinta, el ministro Daniel Chain está bloqueando una ley cuerda y necesaria. Chain es un piantavotos notable, que le inventó opositores al jefe de Gobierno donde nunca los hubo con ideas geniales como peatonalizar el Centro Histórico. Ahora hasta desde el ámbito internacional le piden que pare con eso.
Y una cosa final: el increíble director general del Casco Histórico Luis Grossman ¿seguirá diciendo que hay que asfaltar San Telmo para no tropezarse con los adoquines? Se sabe que Grossman adora hablar de “ciudad viva” y “no hacer museos”, parlamentos raros en boca de un funcionario encargado justo de esa área. ¿No será hora de que le busquen otro puesto, para no seguir saliendo hasta en el New York Times?
Las comparaciones son odiosas, pero hace apenas días que estuvieron en Buenos Aires los dos mexicanos que conducen con solvencia y rigor el Centro Histórico de su capital. Los dos invitados de la diputada Teresa de Anchorena dejaron un ejemplo de cómo se hacen las cosas y un mal gusto en la boca por cómo funcionan por aquí.
Y así nos dejan ante el mundo.
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