Sábado, 5 de diciembre de 2009 | Hoy
Arquitecto, diseñador, historiador, catedrático, Alberto Sato Kotani, una vida dedicada a la disciplina.
Por Luján Cambariere
Alberto Sato Kotani es de esas personas que “escuchan la música, no la letra”. Entonces uno se da cuenta de por qué, aunque un poco argentino, un poco venezolano, un poco chileno, Sato es definitivamente “el japonés”. Una figura del diseño y la arquitectura latinoamericana que dedicó su vida a documentarla –como él mismo explica, más que nada para encontrar significados–, a promocionarla desde distintos proyectos y espacios, y a enseñarla, actualmente como decano de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad Andrés Bello en Santiago de Chile. En definitiva: a democratizarla.
Para entenderlo basta leer una absoluta joyita editorial, una de sus últimas publicaciones, Cotidiano, Manual de Instrucciones, del sello Debate-Random House Mondadori, donde instruye sobre diseños que son antes que nada compañeros de ruta de nuestra vida diaria. El cepillo de dientes, el bidet, el martillo y una favorita, Las lecciones que podemos aprender de una fruta como la banana, demostración cabal de que en diseño a la naturaleza no hay con que darle: “La banana es exportable, viene naturalmente encapsulada y amarrada, es como un perro caliente o hot dog, es decir, tiene un diámetro apropiado para llevárselo a la boca sin dificultad, no requiere de cubiertos o vajilla, y se emplea una sola mano para comerla, mientras que con la otra podemos hojear un periódico. Su ligera curvatura impide que ruede descontroladamente sobre las mesas inevitablemente desbalanceadas, no ensucia ni chorrea y no produce excitaciones incontenibles, es un excelente alimento y muy económico, supera a cualquier bebida energética, pero es tan corriente que pasa inadvertido. En síntesis, podemos extraer de la banana exquisitos licores y esencias, pero también una lección acerca del diseño industrial en el trópico, que requiere de nobles cotidianidades más que orgullosas excepciones”.
Sato nació en el Hospital Alemán de Buenos Aires, donde por ser hijo de japoneses, en un principio no quisieron o supieron cómo anotarlo. Por una vecina italiana que asustó a su mamá con los fuegos del infierno, fue rápidamente bautizado. Estudió en el colegio industrial Otto Krause recibiéndose de técnico mecánico, lo que le sirvió para sus posteriores tareas de proyectista en La Martona, Siderúrgica Gurmendi, la planta ensambladora de automóviles Citroën, Knorr-Suiza y la de lapiceras Schae-ffer (de 1964 al ‘69), entre otras.
También fue corrector de galeras para las editoriales Nueva Visión y para el Centro Editor de América Latina, colaboró en la revista Summa, de los Méndez Mosquera, y estudió arquitectura en la Universidad de La Plata, ya que por tener nacionalidad japonesa no quisieron, o de nuevo, pudieron, inscribirlo en Buenos Aires.
Corrían los setenta, era profesor y secretario de Asuntos Académicos en La Plata y esa actividad comprometida lo obligó al exilio con lo puesto en Caracas. En la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, sabiendo de sus libros como Arquitectura del siglo XX y, junto a Ernesto Varas Cardozo, Crónica gráfica de la arquitectura moderna-de la revolución industrial a la primera guerra, ambos del CEAL, lo recibieron con los brazos abiertos. Volvió a dormir tranquilo, a saber lo que significa la democracia y la calidez de la gente. Cuando habla de esos años no tiene más que cariño y una enorme gratitud hacia el pueblo venezolano. Allí fue profesor y cuando se le pregunta sobre su premio más importante saca orgulloso la plaqueta que recibió de los estudiantes de arquitectura que lo eligieron padrino de su promoción en junio del 2001.
En esa misma casa de estudios fue director del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas y coordinador del Sector de Historia y Crítica. También fue asesor en el Programa de Ciencia y Arte y Transferencia Tecnológica del Ministerio de Ciencia y Tecnología para la implementación de clusters regionales. Pero lo que es más importante, fue el creador junto a reconocidos profesionales como el diseñador gráfico Alvaro Sotillo y a Miguel Arroyo, del Centro de Arte La Estancia, Pdvsa. Es un espacio que abría las puertas a la cultura del proyecto a la comunidad con un sinfín de actividades y exposiciones como Detrás de las cosas, el diseño industrial en Venezuela (1995), Sentados en un siglo, exposición de sillas modernas (1997) y El asiento de al lado, exposición de butacas modernas (1999). Además, Sato es Magister Scientiarum, mención Historia de la Arquitectura (1996) y doctor en Arquitectura, por la misma universidad.
Una celebridad en Caracas. Retomando cronológicamente su historia, cambios en el gobierno hacen que se caiga su contrato, pero antes que pudiera ponerse siquiera a pensar, le empezaron a llover ofertas de escuelas de diseño chilenas, una plaza que busca tomar la delantera. Optó por la Andrés Bello, en sintonía con su visión y donde sus propuestas educativas basadas en una plataforma tecnológica de punta, la fórmula del saber hacer, fueron muy bien recepcionadas. Además de su compromiso por democratizar el conocimiento que ejerce con acciones bien concretas desde que asumiera su rol de decano.
–Acepté el cargo en la Universidad Andrés Bello debido a la afortunada coincidencia de propósitos con la misión de la universidad, que no ha cambiado sustantivamente desde mi ingreso en 2003 hasta hoy. Se trata de abrirse a la comunidad a todo el que quiera estudiar, que en mi lectura personal consistía en brindar oportunidades de carrera universitaria a los sectores emergentes de la sociedad. Considerando que estoy involucrado con disciplinas creativas, estoy convencido de que no sólo el talento creativo no se enseña, sino que nadie sabe desde dónde emerge y ningún sector social tiene el privilegio de poseer el talento. Así, en términos de Caos, nadie sabe dónde y cómo surge esta condición. En consecuencia, apuesto a sectores que no han tenido la oportunidad de demostrarlo y proveerlos de herramientas, conceptos, formación y orientación para el desarrollo pleno de sus talentos y convertirlos en verdaderos profesionales.
–En Venezuela fue algo así como Caos, como un efecto imprevisto, porque originalmente la compañía petrolera estatal Pdvsa quería instalar un centro de arte en un predio privilegiado de la ciudad, con una flora nativa excepcional en sus jardines y una casona, de antigua trilla de granos de café del período colonial. Un grupo de especialistas integrado por el que fuera director del museo de Bellas Artes y museógrafo Miguel Arroyo, el diseñador gráfico Alvaro Sotillo y yo, al que luego se agregó el arquitecto Chuchi Sánchez, nos pusimos en la tarea de planificar, curar y diseñar exposiciones. El lugar era excepcional, pero estaba fuera del circuito cultural dominical de los museos caraqueños –los cuales son extraordinarios– y entonces decidimos romper el circuito e intentar incluirlo. Así, las temáticas de convocatoria debían ser innovadoras. A este requisito se agregó el hecho de que el auspiciante era la industria petrolera, por lo tanto creímos que el tema del diseño debía ser central. De este modo iniciamos un trabajo de investigación con un nutrido grupo de colaboradores y realicé la primera exposición de diseño industrial venezolano. Debido al éxito de esta primera exposición, le sucedió un cerrado programa de muestras de diseño gráfico, industrial, de mobiliario, de fotografías, con una maravillosa concurrencia integrada por público en general y especialmente por jóvenes. En poco tiempo el lugar, llamado Centro de Arte La Estancia, se convirtió en punto de referencia del diseño, con una biblioteca que atendía a todos los estudiantes e interesados en diseño del país. Esta fue la gestión inicial. Pasados cinco años de su creación y de nuestra experiencia, antes del nuevo siglo hubo cambio de autoridades en la industria petrolera y en el Centro de Arte.
–No sé por qué, la del historiador es una pasión que quizás pretenda hacer presente los hechos y volver continuamente a extraer sus significados. Por lo tanto, no se trata tanto de documentar sino de buscar significados. Si “detrás de las cosas” tal como lo enunciás, se refiere a esa primera exposición de diseño industrial venezolano que tenía ese nombre, estaba señalando precisamente que me interesaba extraer significados que se ocultaban detrás del documento, o de las cosas, que de otra manera permanecían fríos y silenciosos.
–Defiendo el diseño como aspecto diferenciador. Identifico las posibilidades de los productos y servicios en el mundo dentro de tres oportunidades: innovación tecnológica, precios en el mercado y cualidades diferenciales. Es difícil, si no imposible en nuestros países latinoamericanos, competir con tecnologías, salvo incursiones marginales. Por otra parte, como se dice en la calle, no somos orientales, es decir, no podemos –también salvo incursiones marginales– competir con precios; así podemos explotar las fisuras de las condiciones homogenizadoras de la globalización, tales las cualidades diferenciales, o dicho en términos más claros, ofrecer cosas diferentes, como un pantalón que no sean jeans, un sandwich que no sea hamburguesa, o responder si una prestación puede cambiar de paradigma, como el uso de un material no derivado del petróleo, el procedimiento de cura de alguna enfermedad, un envase de yogur que no se dirija a los jóvenes sino por el contrario a la tercera edad. En definitiva, nadie sabe científicamente qué le gustará a la gente y por qué tomará determinada decisión. Esto es un riesgo, pero lo que sí se sabe es que la gente busca diferencias irremediablemente, sea de prestaciones, de formas y apariencias, de procedimientos, de servicios, de materiales, de colores, también de precios. Y todo esto son competencias del diseño.
–Necesita convertirse en disciplina y abordar asuntos de mayor trascendencia para la gente, para las empresas y para el país. Necesita que los diseñadores dejen de lamentarse y creerse incomprendidos por la industria y transmitir a las nuevas generaciones el entusiasmo de la indagación y la experimentación.
–Me trasladaste desde el cómodo lugar científico del principio de exclusión a mis aspiraciones personales. Me gusta lo que hago y le dediqué mi vida a esto y no veo razón para cambiar, aun ganando el Kino.
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