Los vecinos de Barracas ya están empezando a hartarse de la desprotección patrimonial de su barrio. Esta región del sur porteño es de lo más viejo de nuestra ciudad y un verdadero mar de casas y edificios industriales valiosos y coherentes, pero hay apenas 80 protegidos. Y parece que falta para que se tome al barrio como un todo, se valorice su historia y se conserve en serio tanto su carácter como sus edificios concretos. Veamos dos casos de distinto final.
Esta semana, una vecina alertó a Proteger Barracas, la notable ONG tan activa en defender el patrimonio barrial, sobre una demolición en un edificio industrial en Perú al 1600. En Proteger Barracas se movieron rápido y una vez en la vida también lo hizo el gobierno porteño, que clausuró la “obra” en el día. Ya había desaparecido casi todo el interior pero se salvó la fachada y parte de la estructura.
El mediocre que mandó a destruir el edificio lo hizo sin pedir permisos, porque bien sabía que una estructura anterior a 1941 no puede ser demolida sin permisos especiales y sin pasar por el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales. Como el 1600 de Perú todavía forma parte del APH1 de San Telmo, el vivo en cuestión dedujo que mejor era pasar a la clandestinidad y quebrar la ley, a ver si le salía.
Seguramente, el señor se considera un empresario serio.
El segundo caso fue detectado por varios vecinos. Como se ve en la foto, el viejo Círculo Obrero Santa Lucía tiene colgado un cartel que anuncia su inminente demolición para construir un monstruo de casi 9000 metros cuadrados. Esta increíble posibilidad es anunciada por la Consultora Arenales, que obviamente intenta seducir a algún comprador explicando cuánto jugo le puede sacar al terreno.
El problema con esta pornografía mercantil es que es de dudosa aplicación al lugar. El Círculo fue construido en 1902, con lo que cae plenamente bajo la ley 3056 y tiene que pasar también por el CAAP. Allí tendrán que balancear tres elementos de peso disímil: las ganas de unos de hacer mucha plata frente al peso histórico del edificio en sí y el carácter residencial de la cuadra y del barrio, que no necesita más megaterios de hormigón.
Los círculos obreros católicos fueron fundados en 1892 justamente en Barracas, a seis cuadras del Santa Lucía, por los curas Federico Grote y José Orzali, que era párroco de Santa Lucía. El barrio era entonces un dínamo industrial, lleno de fábricas y talleres, con viviendas obreras conviviendo con casas de clase media y hasta residencias de industriales.
De esos tiempos le quedan a Barracas edificios públicos de buena agua, como sus bancos y escuelas, y una colección de instituciones locales.
El Santa Lucía es una de ellas, con un teatro que todavía existe y un pasado de obra social, consultorio médico, escuela nocturna de adultos y diurna de chicos, y un pico de tres mil socios en su mejor momento. El edificio, materialmente, no es ninguna obra maestra pero es un digno representante de su tipología pública, con una planta baja muy abierta y un primer piso muy alto, a la piano nobile, con un muy fuerte remate ornamental con balustres. Todo esto está en su lugar, mostrando el paso del tiempo pero perfectamente reparable.
A esta historia se le suma que el Santa Lucía cierra perfectamente con el carácter residencial, de casas y más casas, que tiene su zona. Esto sería completamente quebrado por una torre, que nadie quiere o necesita, excepto el que va a lucrar construyéndola.
Como nadie apostaría a qué puede pasar a la hora de pedir permiso, nadie lo pidió: el edificio está en venta como si no existiera, como si ya fuera un terreno baldío, pero no hay rastros de que alguien haya pedido permiso al CAAP para demolerlo. Según parece, si el Santa Lucía se vende será con otro de esos boletos nuevos que se usan ahora, de los que condicionan toda la operación y el precio final a que se obtenga el permiso de demolición. Cordialmente, que les llueva granizo.
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