Sábado, 27 de febrero de 2010 | Hoy
Por Facundo de Almeida *
La destrucción de teatros –y cines– ha sido una constante a lo largo de los años. En algunos casos, la desaparición de una sala tenía que ver con la construcción de otra más grande y mejor equipada, como sucedió con el traslado del Teatro Colón desde las inmediaciones de la Plaza de Mayo hasta la actual ubicación en la primera década del siglo XX. En otras oportunidades fueron incendios, catástrofes o atentados los que destruyeron salas maravillosas.
Pero también ocurre, cada vez más, que los depredadores inmobiliarios anteponen a todo criterio de bien común e incluso de posibilidades de inversión a largo plazo, una irrefrenable compulsión por el negocio inmediato, como ocurrió hace unos años con el Teatro Odeón, y con tantos otros. Ese edificio fue protegido por su interés cultural y arquitectónico hasta que Carlos Grosso, al frente de la ciudad a principios de la década del 90, dejó sin efecto la protección y autorizó la demolición en 1991.
La ley 14.800 de 1959 declaró de interés nacional la actividad teatral en todas sus formas y estableció que “en los casos de demolición de salas teatrales, el propietario de la finca tendrá la obligación de construir en el nuevo edificio un ambiente teatral de características semejantes a la sala demolida”.
En 1997 el por entonces ministro de Economía, Roque Fernández, dejó sin efecto esa ley, hasta que un año más tarde, el Dr. Beltrán Gambier –quien hoy reside en España y se encuentra al frente de la defensa del Teatro Albéniz de Madrid– presentó un amparo contra el Estado pidiendo la nulidad de semejante resolución y la acción tuvo sentencia favorable. En el 2003 el decreto presidencial 1180/03 derogó la fatídica resolución ministerial; sin embargo, esa norma sigue sin ser reglamentada y su operatividad es dificultosa.
La ley 14.800 de todos modos no es una solución completa, porque muchas veces no se pierde solamente un espacio escénico, sino que se demuelen edificios de un alto valor patrimonial que son irremplazables. Pero, al menos, no se sustituyen las butacas por espacios para estacionar autos o por góndolas de supermercado.
El cierre de salas en la ciudad de Buenos Aires ha sido doblemente grave, no sólo por la pérdida de numerosos cines y teatros, sino también porque muchos de ellos estaban en los barrios alejados del centro y su desaparición ha provocado una creciente hiperconcentración de la infraestructura cultural.
En los últimos años también hubo algunas buenas noticias en Buenos Aires. La recuperación del Teatro 25 de Mayo en Villa Urquiza y la efectiva intervención de la Legislatura, de la Subsecretaria de Cultura del gobierno porteño, Josefina Delgado, y de la ONG Basta de Demoler, además del activo apoyo de los referentes de Teatro Abierto, que permitieron salvar el Teatro El Picadero, donde no solamente se protegió el inmueble, sino que se preservó el uso como teatro, algo que sus nuevos propietarios deberán respetar.
Ese mismo camino debería seguir el cine-teatro El Plata del barrio de Mataderos, porque luego de pretender transformarlo en una oficina administrativa, la lucha de los ciudadanos que viven en el barrio, acompañada por legisladores de la oposición y por la Justicia de la Ciudad, impidieron ese destino gris para el inmueble, que por otra parte atentaba contra su protección patrimonial, y lograron que el ministro de Cultura, en persona, se comprometiera a que el gobierno de la ciudad destine los fondos necesarios para restaurarlo como espacio cultural.
El que seguramente se perderá definitivamente es el de Santa Fe al 1400, que últimamente estuvo destinado a una tienda de venta de objetos de decoración y del que pocos conocen su existencia. Allí funcionó el Teatro Versailles hasta 1955 y aún se conservan muchos de los elementos de su interior.
La defensa de los teatros en peligro tiene un aliado global: la organización no gubernamental International Observatory of Theatres at Risk (http://www.theatresatrisk.org), que se ocupa de alertar cuando un teatro está amenazado y proponer soluciones culturales y arquitectónicas para restablecerlo. En el listado de teatros en peligro destacan el Old Vic Bristol (Inglaterra), Teatro Cine Ideal, La Violeta, Sala Beckett, Arnau, Apolo, Principal, Bellas Artes, Albéniz, Betlem de Tirisiti, Mar i Terra, Bretón y Fleta (España).
Esperemos que estas y otras acciones contribuyan a detener la desaparación de salas teatrales, a que los gobiernos comprendan que preservar estos espacios es una obligación y un compromiso con el pasado, el presente y el futuro de la comunidad.
* Licenciado en Relaciones Internacionales. Magíster en Gestión Cultural por la Universidad de Alcalá de Henares. http://facundodealmeida.wordpress.com
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